Saga de Narcóndez: El Dios del Mal.

Capítulo 5: El Ojo del Ershiah

Ya al amanecer, Amber ya había encontrado la casa de Ferehan, éste todavía no había vuelto de donde estaba ya que se encontraba bastante lejos de donde se encontraba su casa.

Las manos de Amber escalaron las escaleras que daban a la casa que parecía estar vacía. Había pasado solo un día de lo que había hecho Xeliok chantajeara a los amigos de Amber a que fueran con él para no matar al maestro.

Todo estaba en silencio, la puerta de madera la movió con su mano moviéndola de tal manera tan cuidadosa sospechando que podría haber alguien dentro de ella. Los pasos de Amber fueron cautelosos y tranquilos intentando ir a todas las partes de esa casa echa de madera.

Con sus pies descalzos pisaba la madera que a veces por la lluvia estaba mojada y resbalaba mas él iba despacio.

Comprobó así las puertas principales que daban a un pequeño pasillo bien diseñado encontrándose un sitio donde ponían la comida y un dormitorio grande donde dormirían los padres de Minerva. También encontró el servicio donde harían ahí sus necesidades.

Amber solo se encontraba ante la habitación de Minerva la cual estaba cerrada. Sabía que estaba solo o como mucho todo se encontraba en aquel habitáculo. Puso sus manos en el pomo de la puerta frío como un muerto y giró la muñeca empujándola hasta el final de un lugar lúgubre y horrible.

Allí descubrió los cuerpos de sus amigos, asesinados, con sangre por toda la habitación y con un hedor a muerto que vomitó, además de la escena que no era lo más bonito que ver cuando tiene uno trece años. Pero, la cara de Amber estaba llena de horror, su rostro sugería salir de ahí no queriendo mirar aquella escena que se cayó al suelo entre lágrimas de rodillas contra la madera.

Ya no importaba el ruido, no importaba que alguien estuviera ahí, todos su amigos estaban muertos tirados como si nada, sin empatía, sin corazón. Xeliok les había matado, tenía que ser él, no había otra forma.

En la cabeza, en el cerebro del chico pasaban muchas cosas al mismo tiempo. Gritó. Sollozó. Lloró. Rompió en lágrimas hasta quedarse sin ellas. Impotencia. Horror. Pavor. Todo lo había perdido, y ahora no tenía nada. Nada que importase, nada que perder ya...

Se levantó, las piernas temblándole, las rodillas ensangrentadas de los restos de sus amigos, compañeros... Y, antes de retroceder, se dio cuenta que Lir no estaba entre ellos.

—Lir —susurró.

Entonces corrió fuera de la casa rápidamente bajando las escaleras que también eran de madera. Amber no sabía a dónde correr, pero corrió lejos lo más lejos que pudo hasta darse cuenta que el color del escudo no era transparente-blanco como era el de Plent, sino que era morado.

Se acordó que Plent había quedado inconsciente, y que o sabía donde había escapada Xeliok, Dilciet era enorme y si se ponía a buscar quizá ya no le encontraba porque estaba fuera de Dilciet. Si Plent seguía como le había dejado el doctor, entonces no habría escudo por ninguna parte.

O sea, que el escudo morado era reciente. Tenía que buscar a Plent, cosa que era fácil ya que sabía cómo volver.

Al llegar donde Plent este estaba como dormido, parecía dormido. Amber mientras tanto cazó unos animales que no eran peligrosos y recogió unas plantas mientras Plent descansaba de su sueño eterno. Al cabo del tiempo se volvió tarde.

Ya a partir del sol estaba más abajo que hace unas horas volvió a despertar Plent. Este vio a Amber que estaba cocinando en una hoguera que había hecho con pequeñas ramas y la fricción de dos palos, una roca, paja y una cuerda.

—Amber, ¿cuántas horas han pasado desde que peleé con Xeliok?

—No lo sé, quizá casi un día.

—¿He estado un día inconsciente? Nunca imaginé que tuviera tanto poder los aparatos de ese hombre —hizo una pausa larga, el silencio se volvió incómodo, y el sonido de las llamas apaciguaban el arrepentimiento de Plent por no protegerle —. Lo siento —comentó mirando hacia la tierra.

Volvió el silencio, el fuego atraía los ojos de Amber que miraron la hoguera con firmeza sin apartar la mirada de ella. Sus ojos de color blanco reflejaban el fuego y su potencia. El aire era puro y bueno. Amber dio una vuelta más a la carne que estaba clavada a un palo a una altura suficiente como para que no se quemase, sino para que se cocinase y no comentó nada. Nada salió de la boca del chico.

—Debería haberos protegido, infravaloré a Xeliok por completo, nunca me he encontrado un humano con tales características... Soy un fraude como persona, jamás me lo perdonaré, Amber.

—Yo tampoco me lo perdonaré, debí haber llegado antes, haber controlado a Xeliok y no sé... No hice nada, me quedé en shock cuando vi que quedaste inconsciente. Si hubiera hecho algo, quizá... No...

Plent le abrazó a Amber sabiendo que quería decir con esas palabras. Lo supo con ese abrazo que los demás niños estaban muertos, había ganado aquel hombre horrible una batalla deshonorable y sin empatía alguna a unos niños solo para dar poderes a la hija de Ferehan.

¿Le habría valido la pena a Ferehan? Quizá para él no será suficiente, quizá vendría a hacer otra cosa. Entonces Plent se fijó y se quedó mirando hacia el cielo, no era transparente.

—¡No! —comentó echándose para atrás.

—¿Qué pasa Plent?

—Tienes que irte de aquí, Amber. Vete lejos de aquí.

—¿Por qué? No voy a dejarte solo.

—¿Y que los dos muramos en vano? Amber escúchame, he quedado inconsciente por 24 horas, un día entero. Los de Dilciet confiaron en mí y en mis habilidades aunque enseñé a muchos a construir escudos. Me dijeron que si una vez fallara como escudero de Dilciet, acabarían conmigo.

—Pues salgamos de aquí, cambiamos de casa, de bosque, país.

—Sabes que eso es imposible. Y todavía tengo secuelas muy dolorosas por lo de Xeliok, aunque saliera de aquí, nos encontrarían metros más allá. Es más, si hace rato que lleva el escudo entonces estarán aquí casi al lado.




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