Saga de Narcóndez: El Dios del Mal.

Capítulo 8: La carta.

Ferehan se encontraba en casa cuando alguien de la correspondencia llamó a la puerta de entrada. Se levantó del asiento de madera pulida, se acercó al pomo por donde abrió y el de la correspondencia le dio una carta firmada y con el símbolo de Narcóndez.

Ferehan se extrañó que le escribiera alguien, pero supuso que era Xeliok actualizándole por el estado de su hija. Pensó que para ser un doctor muy perfeccionista y con un estado psicótico y asesino. Abrió la carta con un pequeño cuchillo y cuchicheó en alto:

Querido Ferehan,

Mi nombre es Robert Coswell,

Me presento ante usted para darle malas noticias, su hija Minerva ha muerto, me envía el doctor Xeliok para enviarle su cuerpo por honores de mi parte. Sé que es duro para un padre perder a una hija, así que llevo su cuerpo mañana al amanecer, estaré en la parte norte de Dilciet del bosque de Lirek, muy cerca de la frontera con el otro bosque. Si en caso de que no puede abrir el escudo mañana, mándeme una carta a esta ubicación: 28°51'57.0"N 43°10'13.3"W. Un saludo cordial de, Robert Coswell.

Si bien ya no sabía que decir, Ferehan se quedó sin palabras. Dejó la carta en el suelo y respiró. Recordó cómo es que estaba Minerva la última vez, inconsciente, quizá tanto poder la izo morir. Pero, no se arrepintió de lo que hizo, era un riesgo, y como todos los riesgos a veces se pierde. Si murió era porque no era lo suficientemente fuerte. Eso es lo que pensó Ferehan. Quizá era para sentirse mejor, quizá era también porque quedaba mejor pensarlo de esa manera. No, no era así, era más que eso, no le importaba en lo más mínimo ni sentía empatía por ello. Aún así sabía que tenía que decírselo a su mujer. Y tendría que por lo menos como hija dilcitiense del sabio darle un entierro digno a su única hija. Pensó enecharle las culpas al doctor, pero perdía el tiempo, el mismo doctor quizá también se arriesgó por lo que pidió él mismo y su mujer. En parte todos y ninguno tenían la culpa. Al ver a su mujer, en privado la contó lo que ponía la carta y vio que estaba firmada con el sello oficial de Narcóndez. Eso quería decir que no era falso porque Narcóndez tenía ciertas normas, cosa que Dilciet al no mandar nadie, era una anarquía y tiranía manejada por el sabio. Sabían que no podrían engañar, era mucho más complicado. Tuvo que pasar un día entero hasta por la mañana cuando por fin, vio un barco acercarse a lo lejos. Un barco enorme y precioso, ese tal Robert Coswell debía ser una persona importante. Ya casi cerca el barco tenía que encallar, por falta de puerto no podía introducirse en ningún sitio, pero parecía que el barco que tenía Narcóndez tenía buena tecnología para la época y vieron como lanzaron muchas anclas y con unas escaleras que eran de metal abrieron paso hasta la arena no cubierta por el escudo morado. Robert llevaba en su barco una especie de ataúd. También vio como iba vestido de una chaqueta azul clara, una camisa amarilla y portaba un cetro de color oro. Ferehan saludó a Robert con una pequeña inclinación de cabeza.

—Supongo que es usted Robert Coswell, ¿Cierto? —preguntó Ferehan con alegoría.

—Correcto—respondió con mucho respeto—. ¿Podemos pasar?

Robert señaló el ataúd que llevaban cuatro hombres a los que Ferehan dejó pasar. Le acompañó hasta su casa, que pasaron durante minutos andando y descansando con un ataúd a cuestas hasta la casa del sabio de Dilciet. Al llegar, Ferehan paró y comentó:

—Siento haceros caminar hasta aquí. Quiero que mi hija sea enterrada donde se crió.

—No se preocupe, señor Ferehan. Es donde usted diga, al fin y al cabo es su hija.—Robert hizo una pequeña pausa y prosiguió como que estaba buscando palabras—. Yo solo guardo el respeto ante usted. Igual yo siento por lo de su hija, que haya muerto.

—Bueno, son cosas que pasan, inevitables. Pero, me resulta raro que Xeliok trabajara con alguien, creía que era más solitario.

—Y lo es, Ferehan.

Por un momento el silencio tomó lugar en el bosque, los pájaros graznaban, y millones de otros animales que nadie escuchó alguna vez oír, también se oyeron. Ferehan miró a los ojos de Robert como buscando en su mirada respuestas.

—¿Qué insinúa? Usted me manda una carta con honor, que aprecio por su parte de llevar a mi hija, carga hasta casi el centro del bosque de Lirek y me da sensaciones raras de lo que realmente es usted.

—Bueno, soy un hombre que también viene a conseguir reclutas, por si le interesa. Pero, dudo que usted esté interesado, además que no tiene usted ninguna especialidad que me pueda servir.

—Espera, ¿Usted me ha estafado?

Robert alzó una ceja, hizo una musca de sonrisa y rió.

—¿En serio se ha creído todo esto? Xeliok es un hombre buscado por la policía nerconiana por los crímenes que ha hecho, ¿Cree que trabajaría ese hombre con alguien de lo paranoico y perfeccionista que es? No, nadie trabaja con él, trabajan para él.

—Entonces mi hija... no está muerta...

—Premio al canto. ¿Le doy un premio? Como ya le he dicho vengo realmente a buscar gente para mi ejército. No me importa si le han traicionado o no.

Ferehan enfureció y atacó a Robert con un puñetazo para encararle en la cara por la espalda y uno de sus hombres le freno a Ferehan por detrás.

—Si vamos a pelear que sea con honor al menos. Las cosas con estilo, señor sabio que se cree inteligente —sonrió Robert en modo de burla para meterse con él y que cometiera fallos en sus intentos de golpearle.

—Ninguno de mis hombre ni nadie en este sitio querrá ir con usted.

—Entonces que teme con tanto ahínco que quiere proteger este sitio. Será, será que quizá realmente haya alguien dispuesto a irse de estos bosques —Robert siguió pinchándole para a ver si acertaba con sus palabras.

Ferehan hizo una muesca de enfado. Esa era la afirmación que buscaba Robert en esos momentos. Al darse cuenta del error que había cometido haciendo esa muesca de estorbo, quiso en esos momentos golpear cientos de veces a Robert, que le había engañado para entrar en Dilciet, eso era deshonorable, encima quería gente para un ejército, cosa que no quería que tuviera tal poder una persona que encima de engañarle, podía traerle problemas.




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