El barco abordó por un puerto lleno de mercado de pescado, carne, verduras y otros productos de comida. La gente ahí compraba los alimentos para luego darlos a sus familias o a gente que a lo mejor lo necesitaba, era un pueblo marítimo, un lugar grande y con el olor a mar.
Robert se hallaba en la proa del barco de viaje junto a un barril para no marearse, el ancla se condujo hacia el fondo de las rocas para atracar en el puerto y el capitán dirigió el barco hacia el anclaje, donde con una cuerda tomó y paró el barco mientras las pequeñas vibraciones de las olas, Margareth salió de su camarote acompañada por dos guardias reales, y Robert acompañó a la reina hacia la salida del barco.
Era el año 1199 y poco le quedaba al año nuevo, cosa que Robert recordó mientras paseaba la pasarela hasta encontrarse en las duras maderas del puerto. El año 1200 se acercaba, el nuevo siglo con ello, una nueva era empezaba para algunos, y todo Vilcoof que estaba en rebelión quería y exigía que Seth fuera eliminado cuando antes.
Pero, más de uno le ayudaba, según algunos espías que Margareth había enviado a conseguir información se encontraba un demonio, un ángel caído para ser exacto.
—Pueblo de Firwen, la reina ha vuelto —dijo el conde la ciudad—. Buenas, mi reina.
—Oh, por favor, no hace falta tanta bienvenida, Gir, pero se te agradece. ¿Cómo ha estado tu pueblo?
—Bueno, ha estado bastante bien, algún que otro maleante, pero nada que no podamos manejar, no estamos como otros lugares más céntricos. Temo porque no ganemos la guerra contra el dios del mal, no sé si un humano podrá vencer nunca a un dios.
—Debe de haber manera, si no, pues lo que sacrifiquemos, lo habremos intentado, no hacer nada sería aún peor.
—Por cierto, tienes un guardia nuevo muy joven, ¿No crees que es demasiado? Estamos en una guerra.
—Es joven, pero tiene una buena habilidad con la cual puedo enseñarle, no a ser mi guardia, sino a ayudarnos. ¿Recuerdas los hombres que mandamos a Chevèrêvác a infiltrarse en una sede del que creemos que es el general? Esos espías me dijeron que el general de Seth se trataba de un ser superior, solo uno de ellos salió con vida. Y éste chico, es un hijo de esos ángeles caídos. No solo eso, posee ese cetro el cual tiene muchas utilidades.
—Si crees que es conveniente y necesario, mi reina, pues lo será. Pero, ¿De qué habilidades hablamos?
—Eso es mejor que no metas tus narices, Gir, es mejor que ni siquiera lo sepa yo. Confío en él, y necesito que confíe él también en mí para que la misión salga exitosa. No podemos permitirnos más errores, el futuro no solo está en manos de mi marido. No puedo dejarle atrás.
—Eres una mujer, es mejor que le dejes a él con el peso.
—¿Y dejar toda la responsabilidad para él solo? Ya me conoces muy bien, jamás haré tal cosa. Lucharé con Seth si tengo que hacerlo yo sola.
—Bueno, venga, no te pongas así, te llevaré a tu carruaje para que llegues a la capital Regnt
El conde Gir llevó a la reina como a sus guardias y Robert al carruaje para llevarla de nuevo a la capital. Por un camino de tierra fueron cruzando las montañas y atravesando valles. Las ruedas iban entorpeciéndose con los baches de la tierra que era irregular. Después de un viaje de unos treinta y cinco minutos a cuatro caballos para llegar a la capital.
La capital andaba bastante preciosa con unas casas mucho mejores que la de los pueblos de alrededor, sus casas de piedra de arenisca, calcárea y granito. El suelo estaba bien pavimentado de pizarra y otras rocas. Tenía red de alcantarillado y tenía unos pozos por donde circulaba el agua de un canal.
El carruaje siguió su camino una vez bajaron llegados al castillo. Allí se bajó Margareth con Robert y también Gir fue con ellos. Pasando por las puertas y rejas del castillo, una gran muralla y el pórtico del castillo que fue abierto por los guardias reales después de alzar una reverencia a la reina y al conde Gir. Entraron por un pasillo de grandes columnas de color grisáceo claro, una alfombra de color rojizo y varias vidrieras, glosarios que adornaban las ventanas con dibujos variados sobre gente importante del castillo. También se hallaba unos cuadros sobre doncellas, con colores y sombras, un cuadro sobre una especie de danza antigua, y también otro cuadro de una fuente.
Anduvieron por el pasillo, cruzaron a la izquierda para subir unas escaleras subiendo por la torre del ala oeste, hasta llegar a otro pasillo que le guiaron hasta una sala más grande con bastante luz, cristaleras preciosas, y dos tronos enfrente de un altar y por encima estaba decorado con unas cortinas rojas y unas velas alrededor de cera. Sin embargo, la luminosidad que reflejaba el sol no hacía falta la necesidad de encender ninguna. Frente al trono se encontraba un hombre de 34 años, bastante alto, era Andrew Forcel.
—Mi rey —comentó Gir arrodillándose ante el rey—. Mi pueblo necesitaría de su ayuda para la pesca, hay gente de las cercanías que está pidiendo ayuda pues hay varias tormentas y hay dificultades para traer comida a las ciudades más devastadas por la pobreza.
—Gir, la última vez dejé a 10 de mis hombres a tus comandos, bastante decepcionado con tu administración como conde. ¿Dónde está la comida que trajeron mis hombres? —preguntó mirándole a los ojos.
—Bueno, tiene que entender que la pobreza también trae consigo lo peor: robos y delincuencia juvenil, la gente anda desesperada.
—La cultura es importante, como también que conociendo a mis hombres habrían entregado esa comida si con ello su vida dependiera y no han regresado, Gir. Espero que no te trames cosas ante mí y te presentes ridículamente a pedirme otra vez ayuda.
—Mi rey, jamás le traicionaría, les habrán matado una banda de asesinos. Sé misericordioso.
—Muy bien, mandaré otros 10 hombres, Gir. No te quitaré los ojos de encima.
—Gracias, señor.
Gir muy nervioso se fue con una reverencia y salió del salón.