Saga de Narcóndez: El Dios del Mal.

Capítulo 9: Obsesión destructiva

Con unos ojos mirando al vacío en la mitad de un camino de tierra mojada, la lluvia hundía a Robert en la caminata, andando por barro y suciedad mientras sus pies le guiaban hacia el Norte de Vilcoof. El cuerpo de Robert obsesionado y destruido por una idea que había impuesto su padre. La idea de dar el cetro al dios del mal no se le iba ni intentándolo, mentalmente había una lucha interna.

No podía detenerla por más que quisiera, era una fuerza aún más superior, una obsesión divina de algo que no conocía. Ya de por sí, era sorprendente que estuviera vivo, a pesar de costillas rotas y algún órgano perforado que su propio padre había curado. ¿La razón? Si no, ¿cómo podría el mismo Robert dar el cetro al dios? Dejarlo en manos del aire y la tierra no era buena idea, cualquier palurdo podría agarrar el cetro y sería desastroso.

Además, el mismo Ramiel creía que sería imposible de librarse de la voluntad que le había ordenado. Sin embargo, Robert tenía una idea de cómo podría ser posible arrebatar esa voluntad. Una destrucción que afectara a la obsesión, destruir el poder con el cetro mismo había que tener bastante control, sin que afectara a la persona afectada.

Por eso, esperaba a encontrarse a alguien aunque sea para que le ayudara con su misión de librarse de una obsesión que acabaría matando a todos. No debía permitir que el cetro cayera en las manos de un dios, y menos del dios del mal.

Ya por una ladera, a mitad del trote de un caballo que había recogido sus músculos y las órdenes cerebrales. Era obvio que no le quería matar ni de hambre ni de sed, era un poder mucho más sofisticado del que podría imaginar cualquier humano, era de nivel avanzado. Pero, la misma insolencia y arrogancia le llevó al padre a la muerte, además de la suerte y que tener un cetro con un gran poder era una gran ventaja. Es verdad, que el entrenamiento ayudó a percibir mejor el lugar y que lugares podrían ser más ventajosos, su capacidad visual había incrementado. Pero, no debía sobrevalorar a sus enemigos en un futuro. Un ángel solo ha sido un rival muy poderoso, y ha sido el primero. Dudaba que fueran más fáciles.

Una vez llegado a un pueblo cuyo nombre le fue difícil de recordar, le abrió las puertas a Robert, que iba en camino de Seth. Por lo visto, paró para beber un sorbo de unas botellas de hidromiel, ya que el tratamiento de aguas era no muy bueno en los pueblos y podría tener contaminación y enfermedades.

Un rato después siguió su trayecto y alguien de casualidad del mismo ejército de Margareth observó la camiseta que llevaba Robert, se fijó en lo que tenía puesto en la camiseta: "Botón 8, Forcel".

El señor que observó la camiseta se extrañó y quiso preguntar por si acaso. Mientras caminaba y se acercaba a Robert pudo apreciar que sus ojos estaban apagados, en blanco. Fue algo que le resultó impactante y aterrador al mismo tiempo, y también pudo apreciar como que su camiseta, las letras que había leído antes estaban escritas con sangre. Preguntó a Robert varias cosas como: "¿qué le sucedía?" "¿Por qué tenía escrito el apellido de los reyes Forcel en la camiseta?". Sin embargo, no contestó.

El hombre recordó a que hace poco un hombre había sido poseído por uno de los agentes de Seth y que estaba obsesionado con algo que ahora mismo no recordaba, pero le recordó a eso que habían hablado los reyes con el ejército para que tuvieran cuidado.

¿Era posible que Robert, que era el hombre que habían enviado especialmente a por ese sujeto, pudiera haber sido contaminado por un poder? ¿Había fallado la misión de matar a ese ser que supuestamente pudiese ser un ángel? ¿Ha fracasado? De nada sirve pensar, era momento de ayudarle, quizá la solución estaba en la camiseta, por eso la sangre y por eso hacerse daño de tal manera. ¿Era una manera de librarse de esa maldición mental?

Era una posibilidad que no debía dejar escapar, así que el hombre de buena voluntad agarró a Robert del hombro para ayudarle a llegar a su carro para tumbarle ahí. Éste se resistió perdurando en su obsesión destructiva, así que le dejó cao, golpeándole fuertemente en la cabeza y llevándole hasta su caballo donde le metió en el carro con el cetro y le tumbó junto con un par de comida que había comprado en el mercado.

Una vez todo listo, el hombre partió hasta la búsqueda de uno de los reyes, quizá supieran la respuesta pues el apellido era de ellos. Antes pasó por otras ciudades para poder atar a Robert no sin antes explicar que era un aventurero que se había enfrentado al general de Seth. Unas cuerdas ataron al cuerpo de Robert para que no escapara del carro de comida.

Dos días después, pudo llegar al castillo de Orixon donde le abrieron las puertas para dejar la comida y notificó a la guardia real para que avisaran a los reyes. Otros ayudaron al hombre del ejército de Margareth le ayudaron a llevar a Robert con su cetro que lo llevaba el mismo del ejército. Le llevaron a una cama para acomodarle y atarle en las patas de la cama mientras estaba medianamente consciente aunque poseído. Se resistió y se movió como si fuera una comadreja. Aún así no pudo con la fuerza de los cuatro hombres que le amarraban con su armadura y fuerza.

Le ataron, y unos minutos después llegó Margareth, la reina. Agradeció a los del ejército por traerle y al mismo que le vio y recogió con el carro le agradeció con un pequeño pago.

—¿Podrá ayudarle Margareth?

—Creo que ahora mismo no, Robert creo que en su camiseta se refiere a su cetro, y esa arma es algo muy destructivo y poderoso, además de peligroso. Robert ha estado practicando con esa arma, no yo. Sin embargo, podré si me dan unos meses, le curaré.

—¿Cuál es el octavo botón?

—Caos, el poder del caos. Un poder que puede destruir todo, incluso el mismo poder o cualquier cosa que se proponga. Podría acabar matando a Robert, y no puedo hacerle eso. Haya fracasado o no.

Asintieron.

—No se queden mirando, vayan a investigar en Chevèrêvác, quiero saber qué es lo que pasó. Rápido.




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