Salir del abismo

11

Josefina desapareció en la penumbra y Joel se quedó de pie, con la mochila a la espalda y la toalla que le llevó entre las manos. Un baño tibio. La idea despertó en él buenos recuerdos, así que decidió asearse primero.

Llevaba el otro cambio de ropa recién lavado. Había aprendido a usar un lavasolas del barrio; recordó que en casa de su madre nunca hizo ni por doblar una prenda. Ramón, su hermano mayor, se lo reclamaba a cada rato.

Desnudo, mientras esperaba que saliera el agua caliente, miró la ropa limpia y doblada de forma burda y entendió una verdad que le causó malestar.

El agua, en cambio, era perfecta. Chocó con su piel con la acción de un bálsamo. Dubitativo, tomó el jabón a mano, lo frotó por cada recoveco con rapidez, sin ver, únicamente sintiendo la tibieza húmeda envolviéndolo. Por años había descuidado su higiene. No siempre fue por no poderlo evitar. Recién lo resentía.

Salió del baño unos minutos después, con la ropa puesta y el cabello mojado.

Entonces fue inevitable entrar en la habitación.

La luz de una lámpara de mesa la iluminaba. Pero no recordaba que Josefina hubiera entrado a encenderla, ella ni siquiera había abierto la puerta. Tal vez después, aprovechando que él estaba en el baño. Sus ojos recorrieron los rincones, muebles con años como los del resto de la casa. Un toque femenino flotaba en el ambiente, en la decoración y los objetos de uso personal en el tocador. El aire estancado olía a encierro y a algo más. Sin embargo, nada de eso captó su atención como la cama. La sobrecama estaba estirada, pero no del todo. Había pliegues que no parecían de una noche de descanso normal y, más abajo, sombras de las que no se van con una lavada.

Apartó la vista enseguida, con un escalofrío resbalándole por la columna vertebral.

No quiso dormir ahí. Sacó su cobija de la mochila y la tendió en el suelo. Usó la misma mochila como almohada, como lo venía haciendo en el cuarto de La casita. Por horas estuvo intentado dormir, viendo las sombras que a lo largo y ancho de las paredes proyectaban los objetos que lo acompañaban. No supo en qué momento el sueño lo venció.

Pero el descanso fue peor que el insomnio. En medio de la inconsciencia, las sombras de la cama se extendieron, cerrándose sobre él. Más allá de ellas escuchó la voz de su padre, repitiendo lo último que le dijo aquel día en que lo vio morir a causa de la imprudencia de un conductor de autobús. Y tal vez de la suya propia.

“Joel: crúzate” le había gritado. Él ya estaba en la acera, a punto de atravesarla. No recordaba por qué no lo había seguido de inmediato. Solo que no lo hizo. Lo único grabado a fuego era lo que ocurrió después. El cuerpo de su padre inerte sobre el asfalto, la gente a su alrededor, fría, sin rostro.

Si él no hubiera estado ahí, su padre habría puesto atención a la calle: la idea emergió y se le derramó en las vísceras, haciéndolo despertar al filo del amanecer. Tuvo ganas de llorar, parecidas a las que lo invadían siendo un niño; eran las mismas que se había tragado por años, desde la muerte de su papá.

Sin pensarlo, se levantó, recogió sus pertenencias, las guardó y permaneció sentado en el suelo, con la espalda contra la pared y abrazándose las piernas.

Afuera el sol aún no salía, pero ya no era noche.

El tiempo se desdibujó. Había cerrado los ojos en algún punto hasta quedarse otra vez dormido. Al darse cuenta de que el sol ya destellaba en lo alto, se puso de pie de golpe y abandonó la habitación. Un aroma a desayuno recién hecho lo asaltó y los ruidos provenientes de la cocina lo convencieron de irse de ahí. Fue directo a la puerta de entrada y la abrió sin dudarlo.

Al salir y voltear a ambos lados, se cruzó con Alana, a unos metros, justo frente a la entrada de la tienda. La muchacha se le quedó viendo, inclinando un poco la cabeza; hundida en la perplejidad.

—¿Joel?

Él se quedó paralizado, con el pulso acelerado, viéndola acercarse.

—¿Dormiste aquí? ¿Dónde está la seño Josefina?

—Joel. El desayuno —el llamado de Josefina, desde dentro de la casa, los hizo voltear a ambos.

A Alana la distrajo lo suficiente para que él se alejara a paso firme, casi corriendo. Aun así, la sintió seguirlo.

—¡Joel!

Él no volteó.

—Oye… ¿estás bien?

Apretó el paso. No volvió la vista atrás hasta dejarla de escuchar.

***************

Hola, mis bellas lectoras. Este capítulo es muy corto y el siguiente también lo será. Como les dije al inicio, esta historia está planeada como una novela corta, pero de impacto emocional y psicológico. Aquí, no todo es lo que parece; no hay buenos ni malos, solo gente enfrentando desafíos.

Un abrazo y mil gracias por seguir, pero muchisimo más por su compañía y comentarios.




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