Con el dorso de la mano, Joel retiró el sudor mojándole la frente. Estaba en medio del descanso para comer, sentado en una cubeta, al amparo de la sombra de un cobertizo de lámina. Un hambre lacerante le rugía en las tripas. Apenas el día anterior la señora Josefina les había llevado comida. Aunque le había llenado el estómago como a todos los demás, sin saber por qué, sintió que la deuda por el gesto era solo suya.
Más allá, observó al hermano de Alana. Desde su confrontación, procuraba no acercarse, no verlo. Ni siquiera respirar cerca de él. No obstante, ese leve vistazo causó que la recordara a ella. El pecho se le aligeró con la imagen de la muchacha. Enseguida, también vino a su mente la nota que había encontrado y seguía en su bolsillo, como una carga impuesta por la casualidad.
No sabía por qué, pero no lograba soltarla. La única con quien podía decir algo —lo que fuera— era Alana.
Se puso de pie y avisó a Hernán que iría a comer.
La tienda estaba cerrada, así que supuso que ambas mujeres estarían en la cocina de la casa. No se equivocó. Al tocar la puerta, Alana le abrió.
—Qué chido que viniste. La seño Josefina se va a poner bien contenta —le dijo, abriendo más la puerta para dejarlo pasar—. Te gustaron las empanadas de ayer, ¿verdad? Por eso viniste.
Una media sonrisa le brotó escuchándola. Esperó a que volviera a cerrar. Aprovechó que ella no le prestaba atención para mirar su atuendo de ese día. Vestía una falda larga de mezclilla y una blusa con los hombros descubiertos y botones dorados al frente.
—¿Qué? —preguntó la muchacha, al descubrirlo en pleno escrutinio.
—Nada.
—¿Me veo rara?
Negó y se metió las manos a los bolsillos, balanceando un poco el cuerpo.
—Cuando salgas… —Pausó; la forma en que ella lo miraba le cerró la garganta—. ¿Quieres ir por algo?
—¿Por algo?
—Simón.
Alana lucía confundida y él no hallaba cómo explicarse. Se aclaró la garganta, intentando deshacerse de la pesadez que no lo dejaba darse a entender.
—Me encontré algo.
—¿Y qué es?
—Aquí no.
Ella chasqueó la lengua y movió los ojos, exasperada.
—Ta bien. Como quieras —suspiró, resignada—. Pasa por mí a la salida y vamos al parque.
Asintió.
La comida estaba muy sabrosa y la señora Josefina tan amable como siempre; Joel se llevó el sabor aun después de abandonar la casa. Era un recordatorio del hogar dejado atrás y, por eso, dolía más. Le siguió en el paladar una vez que regresó por la tarde, unos minutos antes de que Alana cerrara la tienda. No entró. Se paró frente a la puerta y le hizo una seña con la mano para indicarle que la esperaba en la esquina. Mientras tanto, sacó del otro bolsillo un cigarro que le había pedido a Lupe. En realidad, detestaba el humo, pero desde que había decidido no beber alcohol, un toque de vez en cuando lo ayudaba a calmarse, sobre todo desde que había aceptado el trato con Josefina; no dejaba de contar cada centavo a diario esperando poder guardarle algo para fin de mes.
Alana llegó unos minutos después. Lo encontró sentado en el borde de la acera, dándole una calada al cigarro.
—Ya decía yo que apestabas a cigarro.
Él se levantó de inmediato, tiró la colilla y la apagó con la suela del zapato.
—Ni lo hago tanto.
— Ni falta hace, el olor no se va fácil.
—No des lata, nomás es para calmarme.
—Así se empieza.
Joel catalogó aquello de un sermón, igual a los que aborrecía. Sacudió la cabeza para pedirle que comenzaran a andar, y así lo hicieron.
—¿Qué es eso que tanto quieres enseñarme? —preguntó ella antes de llegar al parque.
No le dijo nada. Apretó el paso y la hizo caminar más rápido hasta llegar a una banca solitaria. Una vez que se sentaron, Alana se quitó las sandalias y se inclinó hacia adelante para sobarse los pies.
—¿Te lastiman?
—Poquito.
Dio el asunto por cerrado, arrepentido de haberla llevado casi a rastras ahí. También se inclinó hacia adelante, recargando los antebrazos en los muslos y uniendo las manos.
Cabizbajo, comenzó.
—De la hija de la seño… ¿me dijiste que oíste algo o no?
—Eso. —Alana inhaló aire y lo soltó despacio—. A lo mejor no te has fijado, pero yo he hablado más con ella. Cuando habla de su hija, no dice que se murió. Y si llega a decirlo… nunca dice qué pasó. Ni tiene por qué, pero la gente que va a la tienda habla. Cuentan cosas que una no pide.
Hizo una pausa que él usó para admirar su perfil. Miraba al frente, ensimismada.
—Una señora me dijo que sabía que la hija de la seño… pues que no fue un accidente como la seño dice. Que andaba mal. Que no quería seguir.
Joel bajó la mirada, fijándola en la tierra bajo sus zapatos desgastados. Desde algún punto del parque llegó el ruido de un balón golpeando el pavimento, junto a voces de adolescentes.
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Editado: 28.12.2025