El clic del encendedor resonó en el estudio. Nia inhaló profundo, dejó escapar el humo lentamente y tomó un trago largo de whisky barato antes de acercarse al micrófono.
—¿Qué pasa, mis salvajes? —Su voz rasposa llenó el espacio— Bienvenidas a la mazmorra, también conocida como mi estudio de grabación. Yo soy Nia Savage, y esto es Salvaje, el podcast que les dice las verdades que su terapeuta les cobra cien dólares la hora por escuchar.
Se acomodó en la silla, el cuero crujió bajo su peso.
—Hoy vamos a hablar de un deporte extremo, un hábito más tóxico que beber leche caducada comparar nuestra vida de mierda con el highlight reel de alguien más en redes sociales.
Una risa seca y cínica escapó de sus labios.
—¿Alguna vez han estado scrolleando, viendo las historias de esa conocida que ni siquiera les cae bien, y de repente sienten que su vida es un fracaso monumental? —Hizo una pausa dramática—. Ella está en Bali tomándose un jugo verde que parece agua de estanque, y ustedes están tiradas en su sofá, con un pijama que huele a desesperación, comiendo cereal directo de la caja porque lavar un plato es demasiado esfuerzo.
Dio otro trago.
—Pues levanten la mano, porque yo soy la presidenta de ese club.
La pesadilla del músculo deltoide
—Les voy a contar algo —continuó, su tono se volvió más íntimo, más confesional—. La semana pasada, una excompañera del colegio subió una foto. No, esperen. No era solo una foto. Era una declaración de guerra. Ahí estaba ella, posando en el gimnasio con unos leggings que le pintaban… el espíritu, digamos, y unos deltoides que parecían capaces de sostener todas las malas decisiones de un hombre. El pie de foto decía: “Un día a la vez, enfocada en mis metas”.
Nia resopló.
—¿Y yo? ¿Saben qué estaba haciendo yo en ese momento? Buscando en Google “dolor en el pulgar por scroll excesivo”.
Se rio de sí misma, un sonido amargo pero genuino.
—Me sentí tan patética que por un segundo pensé: “¡Al gimnasio! ¡Voy a tener unos deltoides que impresionen hasta a mi fisioterapeuta!”. ¿Y saben qué hice? Fui. Un día. Uno solo. Ahora me duelen partes del cuerpo que ni sabía que existían. Mi único logro fue torcerme un tobillo bajando de la cinta caminadora. El deltoide más desarrollado que tengo es el que uso para llevar la cuchara a la boca.
Golpeó la mesa con la palma abierta.
—Pero, ¿en Instagram? Habría subido una foto sudada con un filtro que me quite diez años. “¡Dándole con todo!” Mentiras. Pura mierda. Nos comparamos con una ficción, con un personaje inventado.
El gran teatro del mundo
El tono de Nia se endureció, se volvió más mordaz.
—¿Y por qué hacemos esto? Porque nos han vendido la idea de que la vida es una competencia y nos dieron un marcador roto. Esas mujeres no tienen “la vida perfecta”. Tienen un filtro de VSCO, un ángulo estratégico que esconde la pila de ropa amontonada en la silla del fondo y la ansiedad existencial de saber que si no suben esa foto, son invisibles.
Encendió otro cigarro.
—Quieren el cuerpo de ella, el novio de aquella, la carrera de la otra y el apartamento de la de más allá. Pero, flaca, ¿tú quieres SU vida o quieres el Instagram de su vida? ¿Quieres realmente despertarte a las cinco de la mañana para meditar, o solo quieres el video de quince segundos donde parece que lo haces?
Su voz subió de volumen, cargada de frustración.
—Es el capitalismo disfrazado de empoderamiento. “¡Consigue el cuerpo!”, “¡Consigue el viaje!”, “¡Consigue la marca!”. Y cuando no lo consigues, te sientes como una mierda. Y cuando finalmente lo consigues, te das cuenta de que está vacío y ya quieres la siguiente cosa. Es una carrera de ratas donde el premio es agotamiento y una espalda jodida por cargar tantas expectativas ajenas.
El consejo Savage
Nia exhaló el humo lentamente, como si estuviera expulsando todo el veneno acumulado.
—Mi consejo, que vale exactamente lo que pagan por este podcast —es decir, nada—, es este: dejen de seguir a gente que las hace sentir como una caca. En serio. ¿Esa modelo fitness les hace sentir como un saco de papas? ¡Unfollow! ¿Esa influencer de viajes les recuerda que su mayor aventura del año fue encontrar estacionamiento en el centro comercial? ¡Unfollow!
Golpeó el micrófono accidentalmente, el sonido reverberó.
—Su feed debería ser su espacio seguro. Llénenlo de memes de gatos gordos, de gente quemando galletas en el horno y de tutoriales caseros de “cómo destapar un fregadero”. Cosas reales, carajo. Y lo más importante: recuerden que comparar su behind-the-scenes con el tráiler editado de otra persona es un suicidio mental.
Se inclinó hacia adelante, como si pudiera ver a su audiencia a través del micrófono.
—La próxima vez que vean una foto perfecta, no piensen “qué envidia”. Piensen “Apuesto a que detrás de cámara hay alguien llorando, un novio harto que le tomó cincuenta fotos hasta que saliera bien, y una factura de luz sin pagar encima del refrigerador”. Ríanse de la farsa. Porque eso es lo que es: una farsa colectiva.
El confesionario salvaje
—Y ahora, queridas mías, les toca a ustedes —dijo, su voz adoptó un tono casi conspirativo—. Esto es el “Confesionario Salvaje”.
Se escuchó el tintineo de hielo contra el vaso mientras se servía otro trago.
—¿Cuál es la comparación más absurda que han hecho? ¿La vez que se compararon con una CEO que aparece en Forbes mientras ustedes estaban luchando por meter la comida correctamente en el microondas sin que explotara? ¿O cuando vieron a una influencer con su bebé perfecto y ustedes ni siquiera pueden mantener viva una planta suculenta?
Rio entre dientes.
—Envíenme sus historias de comparación tóxica a mis redes. Quiero reírme con ustedes de esta locura colectiva que compartimos. Las mejores —o sea, las más trágicamente graciosas— las leeré en el próximo episodio.
Hizo una pausa, dejó que el silencio se instalara por un momento.
—Recuerden, mis salvajes la única persona con la que deberían competir es con la que eran ayer. Y si ayer también eran un desastre… bueno, al menos hoy tienen mejor WiFi.
El sonido de un vaso vaciándose de un golpe precedió sus palabras finales.
—Se cuidan. O no. Lo que sea.
Su voz se apagó en un susurro ronco
—Salvaje.
La música de cierre comenzó a sonar, algo con un beat fuerte y actitud desafiante, mientras el eco de su voz se desvanecía en la oscuridad del estudio.