El aroma del café con leche ya se había vuelto tan familiar en mi estudio que casi no lo notaba. Ajusté el micrófono mientras la música de fondo—un jazz suave y algo perturbador, con un saxofón que serpenteaba—llenaba el espacio. Tomé un sorbo largo antes de comenzar.
—Bienvenidas de nuevo al zoológico humano, mis Salvajes —dije, sintiendo ya la anticipación de lo que venía—. Yo soy Nia Savage, y este es el podcast donde desentrañamos los dilemas morales que deberían venir con una advertencia del Ministerio de Sanidad.
Me acomodé en mi silla, preparándome para lo que prometía ser un episodio explosivo.
—Hoy tenemos un manjar. Un dilema jugoso, pegajoso y potencialmente catastrófico que encontré merodeando en los rincones más oscuros de un blog anónimo. Una lectora, llamémosla “Marina la Temeraria”, nos ha escrito con una bomba de relojería emocional que haría palidecer a los guionistas de Crepúsculo.
Tomé otro sorbo de café antes de continuar.
—Escuchen esto, y no boten la pantalla
Leí el mensaje con voz teatral, saboreando cada palabra.
—“Querida Nia, estoy acostándome con el padre de mi mejor amiga. Él está divorciado, es increíble en la cama y me trata como una reina. El problema es que no sé si decírselo a mi amiga. La quiero con toda mi alma y no quiero perderla. Pero tampoco quiero dejar a este hombre, que es lo mejor que me ha pasado. ¿Qué hago? – Atormentada”
Hice una pausa cargada, dejando que las palabras resonaran. Luego me reí, un sonido bajo y lleno de mala leche.
—¡AY, DIOS MÍO! ¡LA CLASE! La pureza caótica de esta situación. Es tan deliciosamente complicada que casi la puedo saborear. Y sabe a… peligro, cariño. A puro peligro con un toque de testosterona de hombre maduro.
Me incliné hacia el micrófono, bajando mi voz a un tono conspirador.
—Lo primero, lo más importante, la pregunta que todas nos estamos haciendo y que es la base de cualquier análisis ético en esta pocilga: ¿EL PADRE ESTÁ BUENÍSIMO?
Golpeé la mesa suavemente con la palma.
—Porque, seamos sinceras, el nivel de “buenoridad” del sujeto en cuestión determina el ochenta por ciento de las opciones en la tabla de decisión. ¿Es un George Clooney con canas distinguidas y sonrisa de “pago la hipoteca”? ¿O es más bien un Homer Simpson con faja y una colección cuestionable de gorras de béisbol?
Tomé otro sorbo de café, ya tibio.
—Marina no da detalles. Así que, en honor a la ciencia, vamos a crear dos escenarios.
Escenario A: El padre es un SÍ
—Imagínenselo —dije, dejando que mi voz adoptara un tono casi reverente—. Altura: suficiente para alcanzar el tarro de las galletas en el estante de arriba. Sonrisa: tiene esa arruga junto al ojo que solo sale cuando ha vivido lo suficiente como para no sudar por las tonterías. Olor: una mezcla de leña, colonia cara y… paz. Sabe cambiar un neumático y también cocinar una lasaña que te hace ver a Dios.
Me recosté en mi silla, disfrutando de la imagen mental.
—En la cama, no es un adolescente ansioso. Es un artesano. Sabe lo que hace. Tiene paciencia. Y, lo más importante, sabe dónde está el clítoris. No es un mito para él, es un destino turístico que conoce bien y al que le gusta llevar visitas.
Sonreí con cinismo.
—Si este es el caso, Marina, entiendo tu conflicto. Entiendo que te plantees vender a tu mejor amiga en el mercado negro por una noche más con ese espécimen. Es comprensible. Es casi biológico.
Escenario B: El padre es un NO
—Ahora, la otra cara de la moneda —mi voz se volvió más crítica—. Tiene la tripa de quien considera la cerveza un grupo alimenticio. Su conversación estrella es sobre los impuestos. Su idea de un juguete sexual es un quitapelusas. Su aliento huele a… derrota. Y en la cama, su mayor proeza es quedarse dormido a mitad del acto, roncando como un motor fuera de borda.
Hice una pausa dramática.
—Si este es el caso, Marina, no tienes un dilema. Tienes un problema de autoestima. ¿Estás dispuesta a prender fuego a la amistad más importante de tu vida por… eso? Por favor. Reevalúa tus estándares. Y tu vida.
Tomé otro sorbo largo de café.
—Dicho esto, asumamos que el padre es un SÍ con mayúsculas. Porque si no, esto no tiene gracia. Ahora, analicemos este campo minado con la delicadeza de un elefante en una cacharrería.
El análisis del desastre: Los tres jugadores en esta tragedia griega
—Primero: Marina, la Temeraria —dije, enumerando con mis dedos—. Tú, querida, estás en la cúspide de un volcán, bailando salsa. Por un lado, tienes a tu mejor amiga. La que te ha visto vomitar tequila, la que te ha recogido del suelo después de un hombre que no valía la pena, la que conoce tus contraseñas. Es el vínculo del presente, el pasado y, supuestamente, el futuro.
Me incliné hacia adelante.
—Por el otro lado, tienes a su padre. Que representa… ¿qué exactamente? ¿Fantasía edípica cumplida? ¿La estabilidad de un hombre que ya no juega a juegos? ¿Un amante experimentado que te hace sentir como la mujer más deseada del planeta?
Mi voz se endureció.
—El problema, preciosa, es que estás intentando tener un pie en la estabilidad de la amistad y el otro en la emoción del tabú. Y el tabú, tarde o temprano, siempre gana. Y te parte por la mitad.
Levanté un segundo dedo.
—Segundo: La Mejor Amiga, la Potencial Víctima slash Vengadora. Aquí está el núcleo de la bomba. Su padre. El hombre que la cargó en hombros, que le secó las lágrimas por su primer desamor, que es, para bien o para mal, una figura fundamental en su arquitectura emocional.
Golpeé la mesa suavemente.
—El día que se entere—y se enterará, estas cosas siempre huelen—no va a ver a “Marina, la chica que se acuesta con un hombre soltero”. Va a ver a “Marina, la zorra que se está follando a mi papá.”
Mi voz adoptó un tono más grave.
—No importa la lógica. No importa que él esté divorciado. Es su papá. Es territorio sagrado. Es… raro. Es incómodo. Es sentir que tu amiga ha traspasado una barrera que no solo es moral, sino casi visceral. Su reacción no será racional. Será visceral. Y probablemente incluya gritos, llantos, y el deseo de prenderte fuego.