Salvaje

Capítulo 5: “Charlie Hunnam: Una Religión”

El aroma del café con leche se mezclaba con algo más fuerte esta vez. Había decidido añadirle un toque de Bailey’s. Este episodio lo merecía. Ajusté el micrófono mientras la música de fondo—algo entre un blues rockero y la banda sonora de Sons of Anarchy—llenaba mi estudio.

—Bienvenidas de nuevo al manicomio, mis Salvajes —dije, sintiendo ya una sonrisa estúpida formándose en mi cara—. Hoy vamos a hacer una pausa en nuestro análisis de la miseria masculina cotidiana para rendir tributo. Para hablar de religión. De devoción. De ese ser superior que hace que hasta la feminista más radical que llevo dentro se convierta en un charco de necesidades.

Tomé un sorbo largo de mi café irlandés casero.

—Hablo, por supuesto, de Charlie Hunnam.

Dejé que el nombre flotara en el aire por un momento.

—Sí. Lo he dicho. Charlie. Hunnam. Esas dos palabras que, juntas, forman el mantra que repito en mi cabeza cuando tengo que aguantar a un hombre explicándome el valor de los NFTs.

Me recosté en mi silla, preparándome para lo que prometía ser mi episodio más vergonzoso hasta la fecha.

—¿Qué tiene este hombre? ¿Por qué, entre todos los actores guapos y musculados de Hollywood, él es el que merece un altar en el rincón húmedo de mi cerebro?

Tomé otro sorbo, sintiendo cómo el alcohol me daba el coraje necesario para esta confesión pública.

—No es solo que esté bueno. Estar bueno es un hecho, no una personalidad. Hay millones de hombres buenos. Charlie Hunnam es… una experiencia. Una vibración. Es el arquitecto del deseo colectivo de una generación.

Me incliné hacia el micrófono.

—Vamos a analizar fríamente, con mi rigor científico habitual, los pilares de su magnificencia.

Pilar 1: La contradicción andante

—Miradlo —dije, como si mis oyentes pudieran verlo a través del audio—. Tiene la cara de quien te puede robar una moto y, acto seguido, recitarte un soneto de Shakespeare mientras suda aceite de motor y testosterona.

Me reí de mí misma, consciente de lo ridícula que sonaba.

—Por un lado, es Jax Teller. El presidente de un club de moteros que resuelve los problemas a golpes y miradas que podrían cortar acero. Lleva cuero, tiene tatuajes que cuentan historias que probablemente terminen con alguien en el maletero de un coche, y esa sonrisa de “sé que soy un problema, pero tú quieres ser mi problema favorito.”

Tomé otro sorbo antes de continuar.

—Por otro lado, es el tipo que en la vida real estudió literatura inglesa. Que habla con una voz tan profunda y aterciopelada que parece que te esté contando un cuento para adultos, muy, muy sucio. Que se casó con su novia de toda la vida a los dieciocho años y sigue con ella. ¡¿CÓMO?!

Golpeé la mesa suavemente.

—Es el equilibrio perfecto. Es el lobo fiel. Es la fantasía máxima: el hombre rudo y peligroso que, solo para ti, se vuelve tierno. O al menos, lo suficientemente tierno como para no dejarte tirada en una gasolinera a las tres de la mañana. Esa es la barra, señoras, y está por los suelos.

Pilar 2: El físico

—No es el físico de un culturista que parece tallado en plástico. No —dije, sintiendo cómo mi voz adoptaba un tono casi reverente—. El cuerpo de Charlie Hunnam parece tallado a mano, con un cuchillo, en un roble. Es fuerte, fibroso, funcional. Parece que huele a cuero, a tierra y a esfuerzo.

Me reí entre dientes.

—Tiene unos brazos que parecen hechos para dos cosas: Uno, para estrangular a un enemigo del club. Dos, para sostenerte con una fuerza abrumadora mientras te susurra guarradas en ese acento entre geordie y californiano que es un crimen de guerra auditivo.

Tomé otro sorbo, sintiendo el calor del alcohol.

—Y luego está la forma en que se mueve. Camina como si le debieras dinero. Con una arrogancia tranquila, una seguridad que no es prepotente, es… geológica. Como una montaña que decidió dar un paseo. Cada paso es una declaración de principios: “Sé quién soy, y no necesito que te guste.”

Pilar 3: El factor “lo haría aún si…”

—Este es el verdadero test del crush —dije, preparándome para humillarme públicamente—. ¿Hasta dónde llegarías por este hombre? He elaborado una lista científica.

Me aclaré la garganta.

—Por Charlie Hunnam, yo… aprendería a cambiar la rueda de una moto. Y me haría amiga de sus amigos moteros, aunque me den miedo.

—Escucharía todas sus teorías sobre la mitología nórdica. Aunque no entendiera ni la mitad. Asentiría con una sonrisa estúpida.

—Le dejaría elegir la película siempre. Aunque eso signifique ver Pacific Rim por centésima vez. “Es que la coreografía del combate, Nia, es una alegoría de…” Lo que sea, cariño.

Me reí de mí misma.

—Cocinaría carne. Aunque sea vegetariana. Le prepararía un filete tan sangriento que aún mugiera, y le diría “buen provecho, amor.”

—Aguantaría que se pasara tres meses en el bosque, “buscándose a sí mismo”, mientras yo le cuido la planta. Porque volvería con la barba más larga y una mirada más intensa, y todo estaría perdonado.

—Le perdonaría que nuestra mascota fuera una iguana. O una serpiente. O lo que sea. Se llama Brutus y vive en un terrario que huele raro. Vale. Todo vale.

Resoplé, sacudiendo la cabeza.

—Lo admito. Perdería toda mi dignidad, mi independencia y mis principios con una sonrisa en la cara. Me convertiría en una versión de los años cincuenta, pero con más tatuajes y probablemente más alcoholismo. Y lo haría feliz.

¿Por qué nos gustan los “Jax Tellers”?

Mi voz adoptó ese tono más serio, más analítico.

—Pero esto nos lleva a una pregunta incómoda. ¿Por qué mujeres inteligentes, independientes y seguras de sí mismas nos derretimos por la fantasía de un hombre problemático, con un pasado oscuro y una chaqueta de cuero?

Tomé otro sorbo, pensando en mi respuesta.

—Porque en un mundo donde los hombres a menudo son… blandos—lo siento, es la verdad—donde un “te ayudo a gestionar tus emociones” a veces se traduce en “necesito que me gestiones las mías”, la energía de un Jax Teller es un huracán de aire fresco.




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