Salvaje

Capítulo 8

La lluvia golpeaba suavemente la ventana de la habitación en Manchester, un tamborileo constante que parecía eco de los pensamientos revueltos en la cabeza de Nia. Estaba sentada frente a su laptop, una taza de café frío a su lado, el vapor ya disipado como sus dudas iniciales.

La pantalla mostraba un documento en blanco titulado “SALVAJE - Episodio 1”, el cursor parpadeante como un desafío silencioso. Vale, Savage, pensó, frotándose las sienes. ¿En serio vas a hacer esto? ¿Grabar tus pensamientos más cínicos y ponerlos en internet para que todo el mundo los escuche? Se recostó en la silla, mirando al techo agrietado del apartamento —un recordatorio sutil de que su vida en Inglaterra aún no se sentía como hogar. Es la idea más estúpida o más brillante que he tenido… no lo sé.

Su teléfono vibró en la mesa, un zumbido que cortó el silencio como un salvavidas. Era el grupo de WhatsApp con Sterling y Gloria, llamado “Las Mosqueteras (Desempleadas)” – un nombre irónico que siempre la hacía sonreír, a pesar de todo. Abrió el chat, el brillo de la pantalla iluminando su rostro en la habitación tenue.
Gloria había enviado un mensaje de voz:
– “Chicas, otro día en el infierno corporativo. Mi jefe acaba de pedirme que le ‘caliente el café’. Literal. Como en una película de los 50. ¿En qué año vive?”
Sterling respondió con texto
– “¿Le has dicho que su microondas está en la cocina?”
Nia sonrió, un alivio momentáneo en medio de su ansiedad. Tomó el teléfono y grabó un mensaje de voz, su tono una mezcla de nerviosismo y emoción contenida.
– “Oigan, tengo una idea. O es una locura. O ambas.”
Gloria respondió casi al instante, su voz agudizada por la curiosidad
– “¿Otra vez? ¿La última fue tatuarte el nombre de ese tipo en… bueno, no importa. ¿De qué se trata?”
Nia respiró hondo, el aroma del café rancio mezclándose con el olor húmedo de la lluvia que se filtraba por la ventana entreabierta.
– “Un podcast. Se llamaría ‘Salvaje’. Sería sobre… todo. Sobre hombres que son proyectos de reparación emocional. Sobre amigas que son bombas de relojería. Sobre la presión de tenerlo todo resuelto a los 30. Sobre crecer en un hogar donde el sonido de fondo eran los gritos. Pero contado con humor negro. Riéndome del caos. De mi caos.”
Hubo un silencio en el grupo, esos segundos eternos que la hicieron dudar de nuevo. Luego, dos notificaciones casi simultáneas.
Sterling, con su voz serena y alentadora –Nia, eso suena… como tú. Sin filtros. Es arriesgado, pero tu voz siempre ha sido tu mejor arma. ¿Por qué no?”
Gloria, con preocupación que rayaba en juicio: – “¿Estás segura? ¿Un podcast? Nia, eso es… exponerse demasiado. La gente es cruel. Te van a destrozar en los comentarios. Van a sacar tus trapos sucios. ¿Y si hablas de cosas que… no deberías? ¿Y si MALIK lo escucha? ¡Dios, Nia, piensa! Serás odiada.
Nia miró el mensaje de Gloria, su mandíbula tensándose. Gloria siempre así – dramática, protectora, pero proyectando sus propias inseguridades, un eco de las “amigas” que la habían traicionado en el pasado. Sintió esa punzada familiar: el miedo al abandono, disfrazado de advertencia. ¿Y si tiene razón? ¿Y si exponerme me deja más sola? Pero debajo, bullía la resiliencia forjada en fuego – las malas decisiones de su juventud, los moteles baratos, los gritos ahogados de su infancia. Grabó una respuesta, su voz ahora más firme, un escudo de cinismo levantándose.

– “¿Sabes qué, Gloria? Tienes razón. Seré odiada. Pero también, quizás, alguien que esté pasando por una mierda similar escuche un episodio y se sienta un poco menos sola. Quizás alguien se ría en medio de su propio desastre y recuerde que no es el fin del mundo.”
Gloria respondió con texto:

– “Es muy romántico, pero el mundo no funciona así. La gente no quiere verdades crudas, quieren filtros de Instagram y frases motivacionales.”
Sterling intervino

– “Gloria, el mundo necesita de todo. Y si alguien puede hacer que reírse de la mierda funcione, es Nia. Adelante, Nia. Prueba. Si no funciona, siempre puedes borrarlo. Pero el ‘y si lo hubiera intentado’ duele más.”

Nia dejó el teléfono, el peso de sus palabras asentándose como la lluvia en el vidrio. Se levantó y caminó hacia la ventana, observando las gotas resbalando por el cristal, borrosas como sus recuerdos de Queens – las noches de gritos parentales, el abandono emocional que la había hecho buscar validación en idiotas como Jean, en relaciones codependientes que predicaba contra pero repetía. Pensó en Malik, esa fortaleza silenciosa que le ofrecía estabilidad pero a veces la asfixiaba con su control obsesivo. ¿Y si él lo escucha? El pensamiento la erizó, un escalofrío recorriéndole la espina – no de miedo, sino de esa posesión mutua que la aterrorizaba y excitaba.

Para sí misma, frente al cristal empañado: “El miedo… el miedo es el que te hace quedarte callada. El miedo es el que te hace conformarte. El miedo es el que te hace vivir la vida de otra persona. Yo ya he tenido suficiente miedo para una vida.”
Volvió a la laptop, sus dedos volando sobre el teclado con una determinación nacida del caos. Escribió la descripción del podcast, las palabras fluyendo como una catarsis largamente reprimida. Leyendo en voz baja lo que escribía: “‘Salvaje. El podcast que convierte tus tragedias en comedia. Porque a veces, reírse del infierno es la única forma de no quemarse. Con Nia Savage.’”

Cogió unos auriculares y un micrófono básico que había comprado por internet, el cable enredado como sus pensamientos. Lo conectó, abrió un programa de grabación simple. Su corazón latía con fuerza, el pulso en sus sienes sincronizándose con la lluvia. Cerró los ojos, inhalando el aroma húmedo del exterior mezclado con el café olvidado. No importa si le gusto a todo el mundo. No importa si me odian. Lo estoy haciendo por esa chica de Queens que solo quería escapar. Lo estoy haciendo por la mujer que se prometió no callarse nunca más. Lo estoy haciendo… por mí.
Apretó el botón de grabar. Abrió la boca. Y empezó a hablar, su voz clara, sin rastro de dudas ahora, llenando la habitación como un antídoto al silencio.




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