El aroma del café con leche se mezclaba hoy con algo diferente: perfumes caros y la energía de dos mujeres exitosas sentadas frente a mí en mi estudio. Ajusté el micrófono mientras la música de fondo—un jazz moderno y sofisticado—llenaba el espacio.
—Bienvenidas al lounge, mis Salvajes —dije, sintiendo una emoción diferente a la usual—. Hoy tenemos un lujo. Un debate de alto nivel, con copas caras y problemas de primera world problems. Hoy no hablamos de hombres basura, hoy hablamos de una crisis existencial mucho más aterradora: la presión de tener tu vida resuelta a los veintipico.
Miré a mis invitadas con una sonrisa.
—Para esto, he reunido a mi propio dream team de mujeres que parecen sacadas de un anuncio de LinkedIn. Con ustedes, Cloe y Zamara.
—Hola, salvajes —dijo Zamara con esa calma característica suya.
—¿Listas para la crisis existencial con clase? —añadió Cloe con una sonrisa pícara.
—Así es —continué—. Yo soy Nia Savage, y esta es Zamara, la arquitecta que a los dieciséis ya tenía su vida planeada al milímetro, y Cloe, la abogada corporativa que llegó a su propósito dando tumbos. Hoy vamos a destripar esta plaga moderna: la maldita obsesión por tener un “propósito” claro.
Tomé un sorbo de mi café antes de dirigirme a Zamara.
—Empecemos por el principio. Zamara, tú eres el espécimen raro. ¿De verdad a los dieciséis sabías lo que querías?
Zamara sonrió con tranquilidad, como si la pregunta no la incomodara en absoluto.
—Literalmente. Tenía una carpeta de proyectos. A los dieciocho entré a la universidad, a los veintitrés tenía mi maestría, a los veintiséis mi propio estudio. Mi crisis existencial fue a los veintiocho, cuando me di cuenta de que había logrado todo lo que quería… y no sabía qué hacer después.
Golpeé la mesa suavemente.
—¡Eso! El vacío del “y ahora qué”. Es como cuando terminas una serie en Netflix que te obsesionó. ¿Y tú, Cloe? Tú eres más de mi equipo, la del camino “creativo”.
Cloe se rio con ganas.
—¡Creativo es un decir! Yo entré a estudiar negocios internacionales porque sonaba fancy. A los dos años odiaba a todo el mundo. Luego probé con filosofía, y casi mi madre me mata. Terminé en derecho casi por descarte, y ahora soy abogada de propiedad intelectual. Mi propósito fue como una pelota de ping pong en un torneo de borrachos.
Me reí, identificándome completamente.
—Exacto. Mi camino fue igual de “lineal”. Estudié comunicación social porque era lo que podía pagar. Luego trabajé en una oficina donde mi mayor propósito era no estrangular a mi jefe. Mi crisis de los veinticinco fue épica: todos mis amigos parecían tener carreras, y yo solo tenía deudas y un rencor profundo hacia la impresora de la oficina.
Zamara se inclinó hacia adelante, su expresión más seria.
—Pero ahí está el punto. ¿Quién dice que a los veinticinco hay que tenerlo claro? Esta presión es nueva y es tóxica.
—Es que ahora no solo tienes que tener un título y un trabajo —añadí, sintiendo cómo mi frustración con el sistema volvía—. Tienes que tener un “propósito”. Tienes que ser “apasionada”, tener una “marca personal”, y si es posible, salir en un podcast contando cómo lo lograste. Si no, eres una fracasada.
Cloe asintió vigorosamente.
—Lo peor es el concepto del “sueño”. ¿Y si mi sueño es poder pagar el alquiler sin tener que vender un riñón? ¿O poder tomarme un vodka sin que me duela la cabeza al día siguiente? ¿Eso cuenta como propósito?
—¡Cuenta y mucho! —exclamé—. A mí me daba ansiedad ver en Instagram a gente de mi edad creando startups de kale mientras yo consideraba un éxito encontrar unos leggings que no se me transparentaran.
La tiranía del “propósito”
—Vamos a analizar esta mierda —dije, adoptando mi tono más analítico—. La presión de tener un propósito claro viene de dos lugares:
—Primero, la cultura de la productividad tóxica. Nos han vendido que cada minuto de nuestro día debe estar invertido en nuestro “crecimiento personal”. Que si no estás monetizando tu hobby o mejorando tu CV, estás perdiendo el tiempo.
Zamara asintió con convicción.
—Exacto. El ocio se ha convertido en un lujo culpable. Si no estás produciendo, no vales.
Cloe agregó su perspectiva profesional.
—Lo veo con las pasantes en mi firma. Chicas de veintidós años que ya tienen tres maestrías y se sienten unas fracasadas porque no son socias junior. ¡Si apenas saben dónde está la cafetera!
—Y segundo, las redes sociales —continué—. Donde todo el mundo parece tener una vida de película. Gente viajando por el mundo, emprendiendo, haciendo yoga en Bali… y tú estás en tu sofá, viéndolos con una mano en el teléfono y la otra en un paquete de galletas. La comparación es el robo de la alegría, mis salvajes.
Zamara sonrió con ironía.
—Pero lo que no ves es que la chica de Bali probablemente tiene ansiedad y está endeudada hasta las cejas. Solo comparte el momento perfecto.
Los tres tipos de crisis
—Después de mucho analizar, hemos identificado los tres tipos de crisis de propósito —anuncié, sintiéndome como una profesora impartiendo una clase importante.
—Uno: La Crisis Zamara, la de la chica que lo logró demasiado pronto.
Zamara se rio, aceptando su categoría.
—Síntomas: Aburrimiento existencial, sensación de “¿esto es todo?”, nostalgia del esfuerzo. Frase típica: “He logrado todo lo que quería, ¿y ahora qué?”
—Tratamiento Nia —añadí—: Buscar un hobby que no se pueda monetizar. Algo inútil y glorioso, como criar caracoles o aprender a silbar como un pájaro.
—Dos: La Crisis Cloe, la de la trayectoria caótica.
Cloe levantó su taza en un brindis sarcástico.
—Síntomas: Sentirse una impostora, pensar que se llegó al lugar correcto por el camino equivocado. Frase típica: “Llegué aquí de pura suerte, no me lo merezco.”
—Tratamiento Nia: Abrazar el caos. Tu camino torcido te dio herramientas que las demás no tienen. Eres como un MacGyver profesional.