Salvaje

Capítulo 11: “Demasiado Provocativa”

El aroma del café con leche llenaba mi estudio una vez más. Ajusté el micrófono mientras la música de fondo—un blues con un ritmo más rápido y cínico—creaba la atmósfera perfecta para volver a mi esencia más ácida.

—¿Encendieron su sarcasmo, Mis Salvajes? —dije, sintiendo cómo mi energía habitual volvía con fuerza—. Porque hoy vuelve la Nia que conocen y aman. O detestan, me da igual. La de los chistes ácidos, la que no usa guantes de seda para dar una bofetada de realidad.

Tomé un sorbo de café antes de continuar.

—Antes de empezar, un anuncio: ¡Ya tengo nombre para ustedes! Ya no son solo “oyentes”. Son MIS SALVAJES. Y nuestro grito de guerra, nuestro lema en esta pocilga hermosa que es la vida, es: “Aprendiendo a nadar en este mar de mierda, una carcajada a la vez.”

Me reí, disfrutando del momento.

—Así que ajusten sus coronas de espinas, que arrancamos.

Me acomodé en mi silla, preparándome para la historia de hoy.

—Hoy me escribe una chica—llamémosla Zoe la Provocadora—con un problema de esos que solo pasan cuando tienes amigas que en vez de apoyarte, parecen el comité de moral y buenas costumbres. Les leo:

Leí el mensaje con voz teatral, saboreando cada palabra.

—“Querida Nia, mis amigas me dicen que soy demasiado provocativa. Que mi forma de vestir, de hablar, de reír… que todo es ‘demasiado’. Que busco llamar la atención de los hombres. La verdad es que sí, me encanta que me miren. Me fascina. Pero no lo hago por ellos, lo hago porque YO me siento poderosa. El problema es que mis amigas se enojan. ¿Soy yo el problema?”

Me reí, un sonido corto y seco lleno de incredulidad.

—¡Por el amor de Dios! ¿En qué siglo viven estas amigas? ¿Se creen las guardianas del recato en un convento del siglo XVIII? Vamos a destripar este tema con el humor negro y la sátira que se merece.

Acto I: El gran fraude de la “provocación”

—Lo primero: ¿qué carajos significa “provocativa”? —pregunté, dejando que mi frustración con el término se notara—. ¿Provocas qué exactamente? ¿Ganas de vivir? ¿Un ataque de envidia? ¿O es que acaso tu mera existencia como mujer segura de sí misma les provoca urticaria a las mentes mediocremente conservadoras?

Golpeé la mesa suavemente para enfatizar mi punto.

—Ser “provocativa” no es un delito, es un síntoma. El síntoma de que estás viva, de que tienes personalidad, de que no te da miedo ocupar espacio en un mundo que te pide que te hagas pequeña.

Me incliné hacia el micrófono, mi voz adoptando un tono más desafiante.

—Si vestirse, hablar o reír con confianza es “provocativo”, entonces que me pongan en la lista de las más buscadas, porque yo nací provocativa y voy a morir provocando pensamientos incómodos.

Acto II: El mito de “hacerlo por los hombres”

—Este es el argumento más cansado y patético —dije, sintiendo cómo mi sarcasmo alcanzaba nuevos niveles—. “Lo haces para que los hombres te miren.”

Hice una pausa dramática.

—¡Qué revelación! ¡Como si los hombres fueran los dueños de la mirada! ¿Acaso les pagamos un impuesto por voltear? ¿Necesitamos un permiso notarial para existir en su campo visual?

Tomé otro sorbo de café, sintiendo cómo mi energía se elevaba.

—Zoe, y todas las que se sientan identificadas, escúchenme bien: Si te arreglas, si sonríes, si caminas con la espalda recta y disfrutas de las miradas, no es por ellos. Es por la diosa que se mira en el espejo cada mañana.

Mi voz se volvió más filosófica, más profunda.

—El placer de sentirse deseada no es una validación externa, es una celebración interna. Es el recordatorio de que estás viva, de que eres fuego, y de que, si alguien se quema por mirarte demasiado, es SU problema, no el tuyo.

Tomé otro sorbo largo de café, dejando que mis palabras se asentaran.

—¿Saben cuál es la verdad? A las mujeres nos han enseñado a competir por la atención masculina como si fuera el premio mayor. Y cuando una rompe las reglas y consigue esa atención sin siquiera esforzarse, sin mendigarla, las otras se ponen nerviosas. Se sienten amenazadas. Porque si tú no necesitas seguir el guion para ganar el juego, entonces… ¿para qué carajos están ellas siguiéndolo?

Acto III: Las “amigas” y su síndrome de la carcelera

—Hablemos de estas “amigas” —dije, mi voz adoptando un tono más mordaz—. Las que en vez de decirte “¡qué bien te ves!” te susurran con cara de preocupación: “Cuidado, así pareces fácil.” O la clásica: “Con ese escote, vas a atraer al tipo equivocado.”

Me recosté en mi silla, preparándome para la revelación más dura.

—Querida Zoe, tus amigas no están enojadas contigo. Están enojadas con la libertad que tú representas.

Dejé que eso resonara por un momento.

—Eres un espejo que les devuelve una imagen que no les gusta: la de ellas mismas, limitadas por miedos absurdos y reglas que nadie les pidió seguir. Eres el recordatorio ambulante de que se podrían estar divirtiendo más, viviendo más, siendo más… pero eligen no hacerlo.

Mi voz se volvió más suave, más compasiva pero firme.

—Una amiga de verdad celebra tu poder, no lo cuestiona. Una amiga de verdad te dice “¡qué bien te queda ese vestido!” en vez de “¿no estás un poco… exagerando?”. Una amiga de verdad no te pide que apagues tu luz para que ella se sienta más cómoda en su penumbra.
Consejo salvaje

—Así que aquí va mi consejo, Zoe, envuelto en humor negro y entregado con sarcasmo —dije, contando con mis dedos.

—Uno: Mándalas a freír espárragos. Pero con elegancia. La próxima vez que te digan que eres “demasiado”, responde: “Sí, soy demasiado… interesante para esta conversación. Siguiente pregunta.”

Me reí de mi propia audacia.

—Dos: Conviértete en un espectáculo. Si ya te acusan de provocativa, ¡sé la versión en HD! Ríete más fuerte, vístete como te dé la gana, camina como si el suelo te debiera dinero. Conviértete en el tornado que ellas no se atreven a ser.




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