Salvaje

Capítulo 15: "Revelaciones en la Cocina"

Días después

La puerta del estudio se cerró con un clic suave, seguido por los pasos cansados de Nia en el pasillo. El leve tecleo de un laptop provenía de la cocina, un sonido familiar que rompía el silencio de la casa.

Nia entró, frotándose los ojos con el dorso de la mano.

—Dios… necesito un galón de agua y borrar de mi cerebro el recuerdo de haber contado lo del motel —murmuró para sí misma, voz cansada y ronca después de la grabación.

La luz tenue iluminaba a Malik sentado en la isla central, su espalda recta como una regla, atención fija en la pantalla. Nia se detuvo un segundo, sorprendida. Él no levantó la vista.

—Oh, hola. No sabía que estabas en casa.

—Добрый вечер —dijo él sin mirarla, tono plano pero con una tensión en los hombros que ella reconoció al instante. Buenas tardes, en ruso, como si estuviera marcando territorio.

Nia frunció el ceño, sintiendo el ambiente cargado. Se dirigió a la nevera y sacó una botella de agua fría. Bebió un largo trago, el líquido helado calmando su garganta seca. Fue entonces cuando Malik cerró su laptop con un clic suave pero definitivo.

—Eso no me lo habías contado.

—¿El qué? —preguntó ella, bajando la botella, confundida.

Malik volteó lentamente la silla hacia ella. Sus ojos grises la clavaron en el sitio. No estaba enfadado, pero había una profundidad intrigada en su mirada, quizás un toque de molestia.

—El niño. ‘Jean’. Los moteles. El… subsidio estatal —pronunció las últimas palabras con un deje de sarcasmo helado, como si las palabras mismas fueran absurdas.

La botella casi se le cayó de la mano. Una ola de calor le subió por el cuello hasta las mejillas. Él lo había escuchado. Todo el episodio del podcast.

—¡¿Estás escuchando mi podcast?! —exclamó ella, una risa nerviosa escapando de sus labios.

Malik ignoró la pregunta por completo. Su mirada no se desviaba.

—¿Caminando, Nia? ¿En serio?

La vergüenza y la risa se mezclaron en un cóctel explosivo. Se apoyó en la encimera, sacudida por carcajadas que no podía controlar. Era la risa de la incomodidad, del absurdo, de la vulnerabilidad expuesta sin permiso.

—¡Era un niño, Malik! ¡Tenía 17 años y era más tonta que una piedra! ¿Vas a hacerme un interrogatorio por algo que pasó hace mil años? —dijo entre risas.

Malik no se inmutó. Permaneció sentado, observándola como un científico observa un experimento particularmente desconcertante.

—No es un interrogatorio. Es… una reevaluación.

—¿Una reevaluación de qué?

—De tu criterio.

—¡Mi criterio ha mejorado exponencialmente, te lo aseguro! Mirarte a ti debería ser prueba suficiente —replicó ella, secándose una lágrima de risa. Era una indirecta juguetona, un guiño a lo que eran ahora. Malik no sonrió, pero un músculo en su mandíbula se relajó ligeramente.

—Él era… ¿malo?

—Malik, fue tan malo que deberían haberme devuelto el dinero del motel por publicidad engañosa. Era como… como ver un trailer épico y que la película sea un powerpoint mal editado —suspiró dramáticamente, bebiendo otro trago.

Por primera vez, un destello de algo que no era ira cruzó los ojos de Malik. Era más oscuro, más posesivo, como si el pasado de ella ahora fuera territorio que él reclamaba.

—Ya veo.

Nia dejó la botella en la encimera y se giró completamente hacia él, cruzando los brazos. La vergüenza inicial había dado paso a una curiosidad picante.

—En serio. ¿Desde cuándo escuchas ‘Salvaje’? ¿Tienes una playlist? ¿Haces notas? ¿Tienes un favorito?

Malik la miró fijamente, deliberadamente. Era un maestro en el arte de no dar información.

—Tu voz es… distintiva. Se filtra.

Era una respuesta evasiva, pero la única que iba a dar. Se levantó de la silla con esa elegancia fluida que siempre la desarmaba. Nia pensó que iba a salir de la cocina, pero en cambio, se dirigió hacia la nevera. Hacia ella.

—¿Se filtra? ¿Por qué no dices que te gusta y ya?

Malik no respondió. Se detuvo justo detrás de ella. Ella podía sentir el calor de su cuerpo a través de su ropa. El aire se espesó. Nia se quedó quieta, conteniendo el aliento.

Él deslizó sus brazos con una lentitud deliberada alrededor de su cintura, sus manos planas y fuertes posándose sobre su vientre. Ella se tensó por un segundo, luego se relajó contra su pecho, sintiendo la tela fina de su camisa. Él inclinó la cabeza.

—Моя маленькая дурочка —susurró, su voz áspera y cálida justo en su oído, el aliento erizándole la piel.

Nia no necesitaba traducción. El tono lo decía todo. No era un insulto. Era… una posesión exasperada y tierna. ‘Mi pequeña tonta’.

—Моя львица… которая когда-то была беззащитным котёнком —continuó susurrando, más bajo, su nariz rozando su lóbulo. Mi leona… que una vez fue un gatito indefenso.

Nia cerró los ojos. Las palabras en ruso, ese idioma que él usaba solo para las cosas que realmente importaban, le recorrieron la espina dorsal como un escalofrío eléctrico. Él no la estaba juzgando por su pasado. Lo estaba reclamando. Integrando esa chica tonta y vulnerable en la mujer feroz que era ahora, y diciendo, sin decirlo, que ambas le pertenecían.

Ella giró la cabeza lentamente hasta que sus labios estaban a centímetros de los de él. La botella de agua en la encimera ya estaba sudando, olvidada.

—Ya no soy un gatito indefenso.

—Lo sé —dijo él, sus ojos grises examinando los suyos, intensos, hambrientos. Una de sus manos se deslizó desde su vientre hasta su costado, un gesto de pura posesión—. Por eso estás aquí.

No dijo “conmigo”. No hacía falta. El espacio que ocupaban los dos en la cocina silenciosa lo gritaba. Él conocía a la leona. Ahora también conocía al gatito. Y todo, absolutamente todo lo que ella era, le pertenecía.

—¿Y eso te molesta? ¿Mi… poco criterio pasado?

—Нет —esbozó una de sus raras y genuinas sonrisas, un gesto pequeño pero devastador. No—. Me recuerda lo lejos que has llegado… para terminar aquí.




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