Salvaje

Capítulo 17: “Los Yugos Desiguales”

"Este capítulo nació desse un rincón muy profundo de mi corazón. Lo escribí con el alma, con uná ternura que todavía ,e acompaña. Es uno de mis favoritos, ojalá cada palabra los abrace como lo hizo conmigo mientras lo escribía. Y si Die Hard es mi canción favorita"

La música de fondo—“Die Hard” de Kendrick Lamar a volumen bajo—llenaba el estudio con una atmósfera íntima y contemplativa. Ajusté el micrófono, sintiendo que este episodio requería algo diferente de mí.

—¿Encendieron su corazón y su mente, Mis Salvajes? —dije, mi voz más suave que de costumbre—. Hoy bajamos un cambio. Hoy no hay sarcasmo, no hay humor negro. Hoy toca hablar del alma, de la fe y de esa pregunta que le ha quitado el sueño a más de una: ¿Puede el amor vencer a las diferencias más profundas?

Tomé un respiro antes de continuar.

—Me escribe Camila, una chica cristiana como yo, con un nudo en el corazón. Se ha enamorado de un chico que no comparte su fe. Su familia le advierte sobre los “yugos desiguales”, y ella está confundida, dividida entre el corazón y sus creencias. Y hoy, vamos a hablar de esto. Porque, sí, soy creyente. Y no, no juzgo. Pero sí entiendo la lucha.

Acto I: ¿Qué diablos es un “yugo desigual”?

—Para las que no crecieron escuchando esto en la iglesia, el concepto es antiguo y profundo —comencé, usando mi tono de profesora pero con genuina vulnerabilidad—. Imagínense dos bueyes de diferente tamaño y fuerza atados al mismo yugo para arar la tierra. Uno es más grande y fuerte, el otro más pequeño y débil. ¿Qué pasa? El campo queda torcido. El más fuerte arrastra al débil, o el débil frena al fuerte, pero avanzan de forma desigual.

Mi voz se volvió más seria.

—En el amor, un “yugo desigual” es cuando dos personas tienen cimientos fundamentales distintos. No hablo de si le gusta el fútbol y a ti el ballet. Hablo de tus valores no negociables, tu brújula moral, tu propósito de vida. Para una persona creyente, Dios es el centro de ese cimiento. Si tu pareja no comparte eso, están construyendo sobre bases diferentes. Y cuando lleguen las tormentas—y créanme, llegarán—esa estructura tambaleará.

Respiré profundamente.

—No es que la persona “no creyente” sea mala. ¡No! Es que simplemente, no hablan el mismo idioma del alma. Es como si uno viera el mundo en colores y el otro en blanco y negro. Pueden amarse, pero nunca verán la vida de la misma manera.

Acto II: La canción que lo dice todo

La música de Kendrick subió un poco, creando el espacio perfecto para lo que venía.

—Escuchen esta canción. Kendrick Lamar captura esa vulnerabilidad, ese miedo a amar, ese “morir duro” por alguien. Hay una línea que es casi una plegaria: “Rezo para no ser aquel a quien tú le rezas”. Es brutal. Es como decir: “No me pongas en el altar de tu vida, porque yo no soy un dios, soy un hombre frágil como tú.”

Mi voz adoptó un tono más íntimo.

—Camila, tu chico, en este momento, podría ser ese “dios” al que inconscientemente le estás rezando. Le estás pidiendo que llene un vacío, que valide tu fe a través de su aceptación, que sea la prueba de que tu amor puede con todo. Y eso, querida, es una carga demasiado pesada para cualquier humano.

Hizo una pausa significativa.

—La verdad es que no se trata de que tú le muestres a él cómo se ve Dios. Se trata de que, a través de tu fe, de tu amor, de tu luz, Dios se muestre a sí mismo a través de ti. Tú eres el espejo. No el arquitecto.

Acto III: El manual práctico

—Entonces, ¿cuál es el protocolo? Te lo digo claro, con amor, pero con la crudeza que necesitas oír —continué, mi voz volviendo a ser más firme—. Paso Uno: El “Test del Espejo”. Hazte esta pregunta: Si él nunca cambia, si nunca comparte tu fe, si nunca va a la iglesia contigo… ¿Aún así podrías ser feliz con él?

—Si la respuesta es “no”, entonces ya tienes tu respuesta. No estás amando a la persona que es, estás amando al proyecto en el que esperas que se convierta. Y eso es un desastre anunciado.

—Paso Dos: Sé un Faro, No un Misionero de Asalto. Tu rol no es convertirlo. Tu rol es amar tan bien, vivir tu fe con tanta autenticidad y paz, que él sienta curiosidad por la Fuente de esa luz. Invítalo a tu iglesia una vez. Háblale de lo que Dios hace en tu vida. Pero si ves desinterés, burla o indiferencia… detente. No forces. Un corazón no se conquista a golpes de sermón.

—Paso Tres: La Señal de Alarma Máxima. Si estar con él te aleja de tu iglesia, de tu paz, de tus oraciones, de tu comunidad… aléjate. Y hazlo rápido. Porque si una relación te cuesta tu conexión con Dios, el precio es demasiado alto. Estás intercambiando un diamante por un espejismo.

Mi voz se suavizó nuevamente.

—Paso Cuatro: La Señal de Esperanza. Pero… ¿y si pasa lo contrario? ¿Y si él pregunta, si se interesa, si respeta tu espacio, si te apoya y, con el tiempo, incluso te acompaña? Eso, Camila, ya no es un yugo desigual. Eso es gracia. Eso es Dios obrando en su corazón a través de ti. Ese hombre, aunque no haya llegado a la fe, está honrando la tuya. Y eso es un regalo divino.

Acto IV: Los yugos desiguales más comunes

—Esto no solo aplica a la fe, Mis Salvajes —dije, direccionándome a toda mi audiencia—. Un “yugo desigual” puede ser mucho más que religión.

—Valores morales opuestos: Uno honesto hasta la médula, el otro que cree que “el vivo vive del bobo”.

—Visiones de vida irreconciliables: Uno que sueña con una familia y una casa con jardín, el otro que quiere viajar por el mundo sin ataduras.

—Niveles de madurez emocional abismales: Uno que comunica, el otro que evade.

—La base es la misma: no comparten el “por qué” viven. Y sin un “por qué” común, cualquier “cómo” se les hará imposible.

La belleza en la intención

—Camila, no hay una respuesta fácil. Pero hay una respuesta honesta —dije, mi voz volviendo a ser vulnerablemente sincera—. Observa. Ora. Y sobre todo, escucha. No solo lo que él te dice, sino lo que Dios te susurra al corazón.




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