Es el primer golpe que recibo, de su mano al menos.
Su puño se estrella contra mi rostro con una fuerza que me deja aturdida. El dolor se expande por mi mejilla, irradiando hasta mi cabeza. Cae una lágrima, no solo por el dolor de la quemadura y por su puñetazo, sino por el terror que me invade.
—¡Eres una mentirosa!—grita Pawel con su rostro deformado por la ira.
Me golpea de nuevo, esta vez en el estómago. El aire se me escapa de los pulmones y caigo de rodillas, ahogándome. Siento que me estoy asfixiando, pero no hay tiempo para recuperar el aliento. Pawel me agarra del cabello y me levanta a la fuerza.
—¡Dime con quién estabas! ¡Dime la verdad!—insiste, sacudiéndome violentamente.
—De…de mi madre…te dije… Yo…
No tengo fuerzas para seguir respondiendo, no vale la pena, algo se ha quebrado para siempre entre los dos.
Mi visión se nubla por las lágrimas y el dolor. Intento liberarme, pero su agarre es demasiado fuerte. Me lanza contra la pared y siento un dolor agudo en la espalda. Caigo al suelo y, antes de que pueda moverme, su pie se estrella contra mis costillas. Un crujido sordo llena el aire, seguido de un grito desgarrador que sale de mi garganta.
—¡No me mientas! ¡Te he visto!—me grita y escupe a la vez, su voz está envenenada de celos y de odio.
Vuelve a pegarme, esta vez una patada que aterriza en mi torso.
Cada golpe es una nueva ola de dolor. Mis costillas parecen romperse, cada respiración es una agonía. Intento arrastrarme, escapar de su furia, pero es inútil. Me patea de nuevo, esta vez en la cara. Siento la sangre brotar de mi nariz y el sabor metálico llenando mi boca de inmediato.
—¡No tienes derecho a salir de esta casa!—vocifera y veo su rostro que se ha convertido en una máscara de desprecio.
Pienso en los tiempos de amor.
De amor genuino entre los dos.
De haber sabido que esto sucedería…
…no fui capaz de ver las señales.
Pero esto es mi culpa.
Tengo y asumo la absoluta responsabilidad de lo que está sucediendo.
Otra patada. Está por aterrizar en mi cara, pero me volteo y aterriza en mi espalda.
—¡AY, PAWEL! ¡Por favor, para!—grito con todas mis fuerzas, pero mis palabras se pierden en el torbellino de su violencia.
Pawel no escucha, no puede escuchar. Está consumido por sus celos, por su necesidad de control. Me golpea una y otra vez, su puño impactando contra mi cuerpo como una tormenta imparable. Cada golpe es un recordatorio de su poder, de su prepotencia, de mis errores. Mi mundo se reduce a dolor y miedo.
—¡Eres mía! ¡No puedes hacer nada sin mi permiso!—escupe las palabras con un odio feroz—. ¡No eres consciente de que me desvivo por ti y así me pagas, mugrosa, asquerosa, infame!
Su puño impacta en mi estómago de nuevo, dejándome sin aliento. Mis fuerzas me abandonan. El dolor se apodera de cada fibra de mi ser. Mi costado arde, cada respiración es un tormento. Intento arrastrarme lejos de él, pero su pie se estrella contra mi espalda una vez más, ahora más fuerte, dejándome paralizada por el dolor.
—¡Eres una inútil! ¡Nadie te va a querer más que yo!—grita, su voz resonando en mis oídos como una sentencia.
No sé cómo, pero la tormenta cesa. Pawel se detiene, lo percibo respirando con dificultad, sus ojos están inyectados en sangre. Me mira y por un momento veo algo de humanidad en su mirada, pero es un destello fugaz. Se va, dejándome en el suelo, rota y sola.
Me arrastro hacia el teléfono. Cada movimiento es una agonía, pero sé que no puedo quedarme aquí. Marco el número de alguien que pueda ayudarme, pero se ha llevado mi móvil con él.