Al día siguiente, me despierto con un huracán de emociones que me tienen consternada ante la confusión de qué rayos vaya a suceder.
Mi madre permanece a mi lado, esperando el parte del día donde se dictaminará que ya es momento de seguir adelante, pero no sé hasta qué punto necesitaré ayuda para mantenerme en pie, para andar, para hacer mi vida. Es todo tan extraño que me parece irreal, tampoco es que le pueda pedir mucha ayuda a ella porque su enfermedad está muy avanzada y apenas puede lidiar con el dolor de huesos constante que lleva a diario.
—Creo que ya viene el médico—dice mi madre al ver una figura al otro lado.
Tras escucharla, levanto la mirada para ver que la puerta de la habitación se abre y entra un hombre que no reconozco. Tiene bata de doctor, pero no es quien me ha visto hasta el momento, claramente él trabaja aquí.
—Hola, Madalina—dice con voz suave y reconfortante—. Hola, señora Kosyova.
—Doctor, qué alegría verlo—dice mi madre. Yo no lo reconozco, la verdad.
Él se ubica a mi lado y se presenta:
—Soy Nikodem, atiendo aquí en el hospital, aunque en la parte de psiquiatría. No estás acá por algún motivo así, aunque pedí en persona revisar tu caso, Madalina.
—Vaya, ejem, ¿gracias? Creo que necesitaré ayuda psicológica—le digo, al considerar que un psiquiatra es quien medica.
—Cariño—dice mi madre bajito a mi lado—: Él es el hombre que te salvó.
—¿Qué?
Levanto la mirada y me detengo en Nikodem tratando de hacerlo contrastar con la figura que apareció en casa ayer. Era un hombre. Puede que cuadre con él, es como si mis recuerdos tomaran nitidez.
Su barba es angulada y llena en su rostro, su cabello de un tono castaño irregular y lo lleva desordenado como una persona muy ocupada, además que sus ojos de un tono grisáceo brillan contra los focos fluorescentes en el techo, lo cual me hace pensar en que es un hombre sumamente atractivo. Y el hecho de que se dedique a la parte de salud mental me hace sentir comprendida, no lo sé, es extraño el prejuicio, pero hay algo reconfortante en su manera de ser.
—De hecho, soy tu vecino—se explica, lo cual me deja sorprendida.
—¿Qué?
—Vivo en la casa contigua a la tuya. Vi el coche de Pawel entrar a toda velocidad, de casualidad yo estaba ayer en el barrio cuando sucedió todo. No me sueles ver seguramente porque trabajo mucho. Pero ayer sí estaba yo ahí.
—Vaya—murmuro—. Gracias, pero no quería hacerle pasar por algo así, doctor.
—Entré a la casa luego de verte llegar a ti, también tensa y nerviosa subiendo los escalones corriendo. Me acerqué. Entré al patio delantero, escuché gritos y, por suerte, habías dejado la puerta abierta en tu prisa. O de manera inconsciente porque sabías que necesitarías ayuda…
Mis ojos se abren de par en par, sorprendida y agradecida al mismo tiempo. Una ligera capa de lágrimas se forma en mis ojos de solo hacerme a la idea de lo que he tenido que pasar y lo que sigue aún.
—Doctor—murmuro—, siento tanto haberle hecho pasar por un momento así.
—Deja de culparte y de disculparte—me dice él—. De momento, quisiera constatar que está todo en orden para otorgarte el alta, Madalina.
Mi madre me mira con alegría.
—Pero quisiera saber que estarás bien, necesitamos asegurarnos desde el hospital y personalmente no puedo dejarte volver.
—¿Qué hay de Pawel?—miro a mi madre.
—Está en prisión, pero quedará en libertad—. Ella se vuelve al psiquiatra—. Doctor, no podemos permitir que ese hombre se vuelva a acercar a mi hija, pero tiene injerencia en la justicia, es casi imposible impedir que quede en libertad probablemente hoy mismo. Es tan injusto lo que está sucediendo.
—De eso mismo quería que hablemos antes de darte el alta, Madalina.
Él mira una planilla en manos y con mi madre nos quedamos a la expectativa.
—¿El lo sabe?—me pregunta.
Parpadeo, confusa.
—¿De qué? No… No entiendo.
—¿Algo está mal en los estudios?—pregunta mi madre, también en el mismo nivel de confusión que llevo yo.
—Sí, por suerte y por milagro sí. Pero hay muchas pedidas que seguir ahora con esta situación porque todo se complica con un bebé.
Mi madre se tensa contra mi mano al escuchar eso.
Yo creo que no he procesado al todo esas palabras.
—¿Di…disculpe…?—murmuro, atolondrada.
Él vuelve a posar sus profundos ojos en mí y lo dice sin atisbo de duda:
—Que si Pawel sabe que estás embarazada, Madalina. El bebé, por suerte, no sufrió daños, pero hay que sostener el control para asegurarnos de su cuidado.
—¿Que…estoy…Qué?