Llegamos a casa de mi madre y esto me avergüenza un poco, me siento muy apenada porque las cosas sean así.
Nikodem decidió suspender sus turnos en el trabajo para estar con nosotras, teme que Pawel regrese a buscarme ahora que ha quedado en libertad y no tengo prácticamente a nadie que me pueda defender esta vez si no es por su presencia.
Su dedicación y valentía me conmueven profundamente, pero también me incomoda porque es una persona con mucho trabajo, con muchas responsabilidades y yo me aparezco acá para arruinarle su tranquila vida de tal modo. Dios, no me lo puedo cuadrar.
La atmósfera en la casa de mi madre es tensa, cada ruido parece amplificado, cada sombra más amenazante. Cada tanto observo por la ventana con la idea de que podría encontrarme el auto de Pawel fuera.
—¿Esperas a alguien?
Pawel se acerca a mí, en mi estado de hipervigilancia.
—Oh, no, no, solo miraba, llevaba tiempo sin estar en casa de mi madre.
—El nido materno. Tanta significancia tiene en el sector de la psiquiatría y la psicología.
—¿Es cierto que analizan todo?
Se sonríe y niega.
—Gratis no trabaja nadie.
Le sonrío también.
—Eres algo así como mi niñera, así que te pediré pronto tu itinerario y el presupuesto para saber cuánto te debo.
—Créeme que te haré llegar mis honorarios de cuidado de mujeres solas con sus madres—bromea y ambos soltamos una carcajada. Luego añade—: Recién salí a hacer unas compras para la cena, ¿me ayudas con la cocina?
—¿Eso fuiste a hacer? Cielo santo, creía que solo ibas por cigarrillos, por favor, dime cuánto gastaste.
—No encontraba muchos ingredientes para cocinar aquí.
—Es que mi madre no puede estar mucho tiempo de pie así que tiene una mujer que le trae viandas.
—Ya veo. ¿Te gusta el bistec con verduras?
—Me rugen las tripas de solo pensarlo.
—¿Me ayudas a pelar verduras? Deja con llave y traba las puertas y ventanas si eso te hace sentir a gusto.
Me lo pienso, pero termino accediendo a su sugerencia. Si Pawel viene, haría todo lo posible por evitar un nuevo enfrentamiento con Nikodem, esto sí que ya sería un estallido de celos.
Pawel me acerca una silla una vez en la cocina para picar verdura.
—Puedo de pie, descuida—le digo.
—Créeme que tus costillas y tus músculos dañados no están de acuerdo con esa afirmación—. Me guiña un ojo y se vuelve a la encimera.
Él se encarga de lavar las verduras mientras me ubico con la tabla y el cuchillo para pelar y picar mientras lo observo a sabiendas de que hay algo que hace rato me llama la atención en él y puede que esta sea la oportunidad precisa para preguntar:
—Nikodem, no puedo evitarlo, pero quiero saber por qué no tienes un solo rasguño. Pawel estaba completamente enloquecido y ensañado cuando se produjo la…golpiza.
—Soy cinturón negro de taekwondo, mi infancia y adolescencia lo practiqué y cometí mientras que en mi etapa universitaria trabajé enseñando, pero luego lo dejé.
—Vaya, evidentemente no perdiste la práctica.
—Tengo que enseñarte algo de defensa personal. ¿Sabes algo al respecto?
—A la vista está que no…
—No es garantía de salvación, pero hay algunas técnicas que pueden ser valiosas en una situación de alto riesgo—me comenta mientras deja un platón con verduras recién lavadas frente a mí. Luego se trae también una tabla y un cuchillo y se ubica al otro lado del desayunador donde estamos trabajando ahora—. Igual, eso sucederá luego de que te recuperes.
—Podría tomar ejemplos.
—No quiero que termines en un desgarro.
—Bueno, qué le hace una mancha más al tigre.
Él me mira con preocupación, yo solo intenté ser graciosa, pero creo que no le hace gracia que haga chistes sobre la golpiza que he recibido de Pawel. Creo que acabo de confesarle que el maltrato que sufro venía siendo algo sistemático y no fue ocasional llegar a ese extremo.
—Madalina—me habla, ahora con cierta seriedad—. Sé que has pasado por mucho, y no solo me refiero a las heridas físicas. La violencia que has sufrido deja cicatrices profundas, tanto en el cuerpo como en la mente. Debes pedir turno con algún terapeuta de la psicología que te brinde soporte y un grupo de apoyo. La terapia puede ser una herramienta poderosa. Hablar con alguien, un profesional que pueda guiarte y apoyarte, puede marcar una gran diferencia.
Asiento lentamente, comprendiendo la verdad de sus palabras. Siempre he sabido que necesitaría más que tiempo para curarme, pero escuchar a Nikodem decirlo en voz alta lo hace más real. La idea de hablar con un terapeuta me asusta, pero también me da una pizca de esperanza. Quizás, con la ayuda adecuada, pueda empezar a liberarme de las cadenas invisibles que Pawel ha dejado en mi mente, pero tengo miedo de las decisiones a las que pueda arribar porque no estoy lista para tomar independencia alguna. Quizás ese momento llegue, pero no quiero darle falsas esperanzas a Nikodem.
—Tienes razón—digo finalmente, mi voz suave pero decidida—. Lo…consideraré.
—¿Por qué dudas?
Suspiro.
—Eres una persona coherente—me dice—. Si tu madre no tomara sus medicinas para los huesos porque debe de tener sus motivos para hacerlo, ¿le dejarías que se haga daño y que le falten?
—No, en absoluto.
—Entonces, Madalina, ¿qué sucede?
—Creo que lo tengo que pensar aún, mi vida ha tomado rumbos que nunca había imaginado, pero tampoco vislumbro un futuro posible haciendo algo diferente.
Mientras continuamos cocinando, la conversación gira hacia temas más ligeros, pero la semilla de la reflexión ha sido plantada.
Seguimos hablando y conozco más sobre Nikodem: es de la ciudad, pero creció en un contexto cerrado, un vecindario similar al que vivo con Pawel, resulta que viene de una familia acaudalada, pero él ha ido forjando un camino propio en tanto profesional de la salud mental, no sin gestionar además algunos asuntos económicos de renta de propiedades.