Tiemblo mientras agarro el teléfono, mis manos sudorosas casi dejan caer el aparato en cuanto me lo acerco a la oreja. Respiro hondo, tratando de calmarme antes de contestar, pero el miedo ya se ha apoderado de mí.
—Hola—digo con voz temblorosa, apenas en un susurro.
—Madalina, mi amor…
No puede ser que haga como si nada, no puede ser que esté pasando una vez más todo este círculo de horror.
—No…
—Vuelve a casa, amor.
—Pawel, basta.
—¿Estás en lo de tu madre?
—Por favor, no me llames de nuevo.
—Tus cosas están aquí, esta es tu casa, mi vida.
—Basta, por favor.
—¡No tenías que irte a ninguna parte, caray, Madalina!
—Creo que debo colgar.
—Te iré a buscar dondequiera que estés. No tienes muchos lugares donde ir, Madalina, regresa a casa.
—...
—¿Estás ahí?
—...
—¡Jodida cobarde, respóndeme si estás ahí sí o no!—la voz de Pawel es un rugido de furia al otro lado de la línea. Su tono es amenazador, lleno de odio. Siento un escalofrío recorrer mi columna vertebral.
—¿Qué quieres, Pawel?—pregunto, tratando de mantener mi voz firme, aunque por dentro estoy aterrada.
—Quiero que vuelvas a casa ahora mismo. No puedes esconderte para siempre. ¿Crees que puedes escapar de mí? ¡Eres mía!—sus palabras son como puñaladas, cada una más dolorosa que la anterior.
—No vuelvo contigo, Pawel. Se acabó. No tienes ningún derecho sobre mí—intento sonar decidida, pero mi voz tiembla, traicionando mi miedo.
—¿Ah, sí? ¿Y quién es ese imbécil que está contigo?
—¿Qué…?
—El auto de Nikodem está ahí, ese imbécil.
—¿Nikodem?
—Fue quien te sacó de mi casa. Se metió en mi casa ese imbécil.
—No te atrevas… ¿Estás…?
—¿Te estás acostando con él, eh? ¿Es eso lo que pasa?—la acusación en su voz es venenosa, su celosía evidente.
—¡No es asunto tuyo!—respondo, mi voz sube de tono, la rabia y el miedo mezclándose en mi interior.
Me apresuro en ir hasta una ventana cerca en la habitación que antes era mía y ahora es un viejo cuarto de planchados. Miro y descubro que en efecto está ahí fuera el Volvo de Nikodem con sus vidrios polarizados y me muevo de pronto contra la pared, como si fuese a aparecer en cualquier momento al otro lado de la ventana.
Me arden las mejillas y respiro agitadamente.
—Te mataré, Madalina. A él también. No puedes huir de mí. Eres una z*rra, siempre lo has sido—sus insultos son como veneno, cada palabra una carga de odio que me hunde más en la desesperación.
Mi respiración se acelera, las lágrimas empiezan a correr por mis mejillas. Siento que el aire me falta, la ansiedad me abruma. Estoy entrando en pánico, perdida en la maraña de miedo y odio que Pawel ha lanzado sobre mí.
—¡Déjame en paz!—grito finalmente, mi voz quebrada por el llanto—. ¡No me vuelvas a llamar!
Pero él sigue hablando, sus palabras se vuelven más agresivas, más llenas de veneno. Estoy al borde del colapso cuando Nikodem aparece en la sala, atraído por mis gritos. Sus ojos se fijan en el teléfono en mi mano y en mi estado de pánico. Se acerca rápidamente, con una determinación feroz en su mirada.
—Corta la llamada, Madalina—me dice con firmeza.
—No puedo...—sollozo, mis dedos agarrotados alrededor del teléfono.
—Déjalo ahora—insiste Nikodem, tomando el teléfono de mi mano con suavidad pero con firmeza y corta la llamada.
Él se vuelve a la ventana y corre la cortina.
Se fue.
—Estaba ahí—le digo—. Pawel…estaba ahí.
—No te preocupes, Madalina. No pienses en él. Apaga el móvil si es necesario.
—Llama a la policía, puede que haga algo a tu casa.
—Tengo un buen sistema de alarmas monitoreadas, descuida.
Sus brazos me envuelven y me derrumbo en su pecho mientras lloro buscando no hacer mucho más ruido ya que no deseo despertar a mi madre. Su perfume es delicioso y entra en mis pulmones como aire puro, limpio, necesario para vivir.
—Tranquila, estás a salvo. No dejaré que te haga daño.
Lloro desconsoladamente, dejando salir todo el miedo y la tensión acumulados.
—No puedo más, Nikodem. No puedo seguir así. Él nunca se detendrá—digo entre sollozos, mi cuerpo temblando incontrolablemente—. No quiero que ni tú ni nadie se vean afectados por lo que está sucediendo, también estoy exponiendo a mi madre y es algo que debo solucionar yo.
—No, Madalina, lo último que debes hacer es quedarte sola con esto—responde y no sé cuánto lo hace a título personal o cuánto es en verdad parte de su protocolo para tratarme como a una víctima o como a una enferma.
No es esto lo que quiero, no debo ser considerada como una persona desvalida ni hacer pasar a mi madre por estos disgustos.
Puedo.
Sé que puedo seguir y solucionarlo por mi cuenta y poner un freno a Pawel.
—Vamos a cenar, no quiero que comas frío y nos quedó delicioso—asegura Nikodem con una sonrisa cargada de dulzura que siento que no merezco.
Pero acepto por ahora.
Mañana esto debe cambiar de una vez por todas.