Sálvame

11. Volver al pasado

Esta es la entrada de la enorme casa que solía llamar hogar. Mi corazón late rápido ante tamaña imagen, la adrenalina corre por mis venas. Pawel no debería estar aquí a esta hora, pero no puedo evitar sentir un nudo en el estómago con lo que está sucediendo. Llevando las manos temblorosas, encuentro las llaves en mi bolsillo y abro la puerta, el sonido de las bisagras es como un grito en el silencio.

Entro y cierro la puerta tras de mí buscando un poco de tranquilidad, sabiendo que soy una intrusa en mi propio hogar. El familiar olor de la casa me golpea con fuerza. Todo parece estar en su lugar, pero hay un estado vil de tensión en el aire, como si las paredes mismas supieran que algo está mal. Empiezo a caminar por el salón, buscando mis cosas, esas pequeñas piezas de mi vida que aún están aquí.

Rápidamente recojo con manos temblorosas algunas fotografías, mi collar favorito y un par de libros que significan mucho para mí, meto todo en una mochila viajera y me muevo con rapidez. La casa está en silencio, pero cada pequeño ruido que hago parece resonar como un tambor. Subo las escaleras, cada crujido bajo mis pies me hace estremecer. Entro en nuestra habitación, abro el armario y empiezo a meter mi ropa en la bolsa de un saco de Pawel. No puedo armar una valija porque sería demasiado evidente ante los demás vecinos, es un barrio privado y todos saben lo que sucede cuando se trata de un escandalete.

De repente, siento un escalofrío recorrer mi espalda. Algo no está bien. Me detengo y escucho, el silencio es sepulcral, probablemente haya pasado un gato corriendo por los patios.

Bajo las escaleras con cuidado, mis pasos son casi inaudibles como si no estuviese sola aquí. Me dirijo al estudio de Pawel donde guarda dinero. No es por codicia, es por necesidad. Abro el cajón y encuentro la caja de metal. La abro con la clave que me enseñó alguna vez y ahí está, el dinero. No es mucho, sino el señuelo que él tiene en caso de un asalto o algo similar, una suerte de coartada ante un robo violento, pero ahora tendrá un destino diferente que jamás imaginé.

Empiezo a meter los billetes en mi bolso cuando escucho un sonido que hace que mi sangre se congele.

No vi el auto de Pawel fuera, lo cual significa que puede que lo tenía dentro de la cochera cerrada y la alarma estaba puesta así que es probable que haya salido al gimnasio o a correr, él sí que puede salir a hacer ejercicio cuando quiera y donde él lo quiera.

La puerta principal se abre de golpe y escucho los pasos pesados de Pawel con una idea terrible. Sabe que estoy aquí. Es obvio que el sistema de alarma le debe haber notificado al móvil. Si no hubiese tenido que recuperarme en el hospital, hubiera hecho esto mucho antes.

Miro alrededor desesperada, necesito una salida. Él es quien ha instalado cámaras en la casa, por supuesto que me ha visto. Estoy atrapada. Respiro hondo, tratando de calmarme, pero el miedo es paralizante.

Sin soltar el dinero y corro hacia la parte trasera de la casa.

—¡Madalina mía, ya te vi!

Pawel grita mi nombre, su voz llena de ira.

Mi corazón late con fuerza, debo encontrar una forma de salir antes de que sea demasiado tarde.

—¡Me pregunto por qué decidí venir a una casa tan grande! ¡A la próxima instalo cámaras dentro de las habitaciones!

Solo hay cámaras en las salidas a la casa y en la sala principal así que esto es una ventaja.

Consigo llegar hasta la terraza y percibo sus pasos apresurados tras de mí.

—¡Madalina, por favor! ¿Puedes ser un poco más sensata y hablamos de lo que ha sucedido como personas adultas y maduras?

Encuentro la puerta trasera, pero está cerrada con llave. Mis manos tiemblan mientras busco la llave en mi bolso dentro del manojo con los controles y caigo en la cuenta de que podría hacer algo.

Activo la alarma.

El sensor me capta y comienza a sonar de inmediato. Pawel se acerca, sus pasos son cada vez más fuertes. Finalmente encuentro la llave y la introduzco en la cerradura, pero se me cae de las manos sudorosas.

Me agacho rápidamente para recogerla, mis movimientos son torpes por el pánico. La llave finalmente entra y giro la cerradura justo cuando Pawel entra en el estudio que me está por llevar a la terraza. Abro la puerta y me deslizo fuera, corriendo la escalera que desciende hacia el jardín trasero. Él está justo detrás de mí, puedo sentir su presencia amenazante.

—¡Madalina, por favor!—dice él.

Noto que los guardias de seguridad se acercan a la casa mientras sigo bajando y ellos me captan aquí una vez que llego.

¿No van a hacer nada si ven que estoy tratando de huir de Pawel?

—Señora, ¿todo está bien?—me pregunta.

La alarma se desactiva.

Pawel levanta una mano en un gesto de saludo:

—¡Eh, Giovanni! ¡Todo bien por acá!

—Señor, un gusto—le saluda también.

—Necesito…un taxi…—le pido al guardia, aún temblorosa.

¿En serio no piensan hacer nada? ¿Cuánto los tiene comprados Pawel? ¿En serio le van a permitir esto?

—Sí, señora, de inmediato.

—¡Que estés bien, amor!—me vuelve a gritar Pawel desde la terraza de la casa y nos movemos hasta la seguridad de la entrada al predio de casas, dejando tras de mí la mirada amenazadora de él.

Una vez que llega el coche que me han pedido, subo y le indico la dirección de casa de mi madre.

Alejarme de mi vieja casa no sirve para estar tranquila, pero sí ayuda no sentir que Pawel me respira en la nuca.

Una vez en destino, me meto tan rápido como puedo con las cosas a cuestas, cierro todo tras de mí y mi madre me llama desde su habitación.

—¡Cariño! ¿Eres tú? ¿Todo está bien?

Intento disimular el nudo de mi garganta, mi voz quebrada y el dolor intenso de mi cuerpo para poder contestarle con legibilidad sin preocuparla:

—¡S…sí, mamá…! ¡Estoy…bien!

—¿Me traes agua, por favor? Es hora de mi medicación.




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