—¡Madalina!—grita Pawel mientras Nikodem baja de su auto y él también, su voz está cargada de rabia y celos—. ¿Qué está haciendo él aquí? ¿Tienes algo con él? ¡Dímelo!
Cielo santo, ¿no podía llegar cinco segundos después? ¿No podía venir más tarde o en otro momento? No tendría siquiera que haber regresado Nikodem, ¿por qué está haciendo esto, no ve acaso que no me está ayudando sino que complica aún más las cosas?
—Pawel, no es lo que piensas—respondo, mi voz temblorosa, no sé siquiera si alcanza a escucharme así que elevo un poco el tono—. Nikodem me está ayudando.
Pawel intenta camina en mi dirección y Nikodem le sigue deprisa.
—¡Mentira!—vocifera Pawel, avanzando un paso más—. ¡Eres una mentirosa! ¡Te estás acostando con él, verdad? ¡Admítelo!
Nikodem se atraviesa manteniendo firme su cuerpo tenso y preparado.
—¿Qué estás haciendo aquí? ¿Cómo te da la cara luego de lo que le hiciste?
—¡Atrévete a ponerme otra vez una mano encima, canalla!
—Te he dicho que la dejes en paz, Pawel—dice Nikodem con voz gélida—. No eres bienvenido aquí. Vete ahora mismo.
Dudo que sea buena idea enfrentarlos de nuevo porque la familia de Pawel podría meter en problemas a NIkodem con su matrícula, ¡es psiquiatra! ¡E instructor de pelea, lo perjudicaría por donde se le mire si lo denuncia!
Pawel ignora a Nikodem e intenta volverse a mí mientras que no sé hasta qué punto debiera o no intervenir, sus ojos están ardiendo de celos y odio. ¿Justo ahora tenía que aparecerse Nikodem cuando ya estábamos arreglando todo?
—Madalina, dímelo a la cara. ¿Estás con él?—exige, su tono lleno de ira y desesperación.
—No, Pawel. No estoy con él—respondo, tratando de mantener la calma—. Pero creo que es mejor que te vayas.
—No lo voy a repetir y ya la escuchaste a ella también: Largo de aquí.
—¡Cállate!—grita Pawel, intentando avanzar hacia mí. Nikodem lo detiene, colocando una mano firmemente en su pecho.
—¡Te dije que te fueras!
Pawel, enfurecido, lanza un puñetazo hacia Nikodem, quien lo esquiva hábilmente y en un movimiento rápido, lo inmoviliza, torciendo su brazo detrás de su espalda.
—Esto se acaba aquí, Pawel—dice Nikodem mientras su contrincante (mi marido) intenta soltarse, pero no puede, está enteramente maniatado—. Te subes a tu auto y te vas. No vuelvas a acercarte a Madalina.
Pawel lucha contra el agarre de Nikodem, su rostro una máscara de furia impotente.
—¡Suéltame, idiota!—vocifera Pawel, su voz rota por la rabia.
—No hasta que te vayas—responde Nikodem, apretando más fuerte.
—¡Por favor, suéltalo, Nikodem!—le pido entre lágrimas, ante la sensación de que lo va a matar, aunque dudo que eso suceda, pero prefiero no apostar a ello.
Pawel lanza un grito de dolor y rabia, y con un último esfuerzo, se libera de la sujeción de Nikodem, empujándolo hacia atrás. Con un movimiento rápido, Pawel saca un cortaplumas del bolsillo de su chaqueta y lo blande hacia Nikodem.
—¡Te mataré!—grita, sus ojos llenos de locura—. ¡No volverás a ponerme una mano encima!
Nikodem da un paso atrás, sorprendido por la violencia repentina, pero no se deja intimidar. Se lanza hacia adelante, tratando de desarmar a Pawel, pero el cuchillo corta el aire, rasgando la camisa de Nikodem y dejando un rastro de sangre en su costado.
—¡Nikodem!—grito, con mi voz llena de pánico.
Nikodem retrocede, con una mano en el costado herido y mira a Pawel con una mezcla de furia y determinación.
—Esto no ha terminado, Nikodem—amenaza Pawel, sus ojos están ardiendo con una rabia incontrolable—. Los dos pagarán por esto.
Con esas palabras, Pawel se da la vuelta y corre hacia su auto, arrancando a toda velocidad y desapareciendo en la noche. La puerta de la casa se abre de golpe y mi madre aparece sujetándose de las paredes, sus ojos llenos de terror.
—¡Madalina! ¡Nikodem! ¿Están bien?—pregunta, su voz temblorosa.
—Estoy bien—responde Nikodem, aunque su voz suena tensa por el dolor—. Solo un corte. Necesito limpiarlo.
—¡Necesitas una sutura!—vocifero, alarmada. Algunos vecinos ya están chismoseando en las puertas.
—No, solo es sangre, hay que limpiarla, mejor entremos a la casa.
Pero yo no puedo moverme. Mis piernas se sienten como gelatina y mi mente está en un torbellino. La visión de Pawel con el cuchillo, el sonido de su voz llena de odio completamente amenazante, todo se mezcla en un caos que me deja paralizada.
—Madalina—dice Nikodem, acercándose a mí, sus manos se mantienen firmes pero gentiles sobre mis hombros—. Está bien. Ya se ha ido. Vamos adentro.
No sé cómo pero, mis piernas responden y nos dirigimos hacia el interior de la casa.
Me siento culpable.
Si yo hubiera accedido a irme con Pawel, nada de esto estaría sucediendo, podría haber sido más grave inclusive si Nikodem no fuese un experto en pelea, no sé hasta dónde va a ser capaz de llegar y es a mí todo lo que quiere.
Pawel está fuera de control y es todo por mi culpa.
Dentro de la casa, Nikodem se limpia la herida mientras mi madre me abraza, tratando de calmar mis nervios, sentadas en un sillón mientras intento inútilmente ayudarlo a Nikodem a limpiarse como un experto en cuidados médicos que es.
Pero el caos de la noche sigue resonando en mi mente, todo se siente desesperadamente mal, y no sé cómo vamos a salir de esto. La esperanza se siente lejana, y la seguridad, una ilusión cada vez más y más frágil.
Pawel traía un cuchillo encima.
Todo este tiempo traía un cuchillo encima.
No sabía que se encontraría con Nikodem, Pawel traía ese cuchillo sabiendo que me vería a mí.
Pawel ya venía dispuesto a usarlo y la sola idea me carcome del horror.