Al amanecer, mi celular suena y me despierta. Pero me siento un poco desorientada porque no estoy en mi cama en mi casa, tampoco en mi cama de la casa de mi madre, estoy en el sillón de la sala de mi madre entre los brazos de Nikodem. ¿Qué rayos?
Por suerte ambos estamos con ropa, con una manta encima.
¿Nos quedamos dormidos conversando anoche acá en el sillón? Lo último que recuerdo es que yo estaba con mi celular y él con un libro, medio hablamos y debo haberme dormido. Quizá se me cayó el móvil, que ahora reposa sobre la mesita de la sala y me aparto de él, un poco nerviosa. Sobra decir que estamos con ropa.
Nikodem, medio dormido en el sofá, se levanta y me mira con preocupación.
—¿Quieres que lo atienda yo?—pregunta, pero niego con la cabeza.
—No, está bien. Yo lo haré—digo, tomando el teléfono y tratando de sonar tranquila cuando en verdad tengo corazón a mil. ¿Qué día es hoy? ¡Oh! Sábado. Quizá Nikodem no tiene guardias los sábados por la mañana.
—Buenos días, ¿Madalina?—una voz profesional suena al otro lado.
—Ejem, sí, ¿quién habla?
—Mi nombre es Cristina, te llamo de la Editorial de Fundación Leemos Bien.
¡Cielo santo! Conozco esa fundación, tienen una editorial con entrada en librerías, escuelas y bibliotecas.
Me enderezo de pronto lo cual consigue que me duelan un poco las costillas y me mira con cierto asombro Nikodem, debe de haberse preocupado.
—Sí, Cristina, soy yo—le digo, evadiendo la alternativa evidente de que tienen mi contacto solo porque Pawel fue quien intervino.
—Me comunico porque hemos revisado tu manuscrito y estamos interesados en publicarlo.
La noticia me deja sin palabras. Pawel no estaba mintiendo. Me quedo muda, conmovida y sorprendida, mientras las lágrimas vuelven a llenar mis ojos, esta vez por una razón diferente. Nikodem me observa con una mezcla de sorpresa y preocupación, sin saber qué está pasando.
—¿Pu…blicarme…?—respondo finalmente, mi voz yace temblorosa—. Estoy... Estoy muy agradecida por la oportunidad.
—Felicidades, cariño. El manuscrito tiene apenas unas cien páginas, ¿crees que podrías compartirnos algunos avances que tengas? Es hermoso tu trabajo y creo que puede ser un enorme valor que llegue a manos de muchas personas.
Su tono cordial y cálido me deja consternada, me siento querida, apreciada, bien recibida, lo cual no es precisamente a lo que yo acostumbro.
—Vaya. Cielos, estoy… No lo sé, ¿segura que es lo suficientemente bueno, Cristina?
—Sí, cariño. Eres excelente, te felicito y quiero leerlo completo cuanto antes, pero ya podemos proceder con la firma de los contratos, te lo digo de manera genuina: quiero que llegue a muchas personas, a muchas mujeres, puede ser algo que necesiten otros y en tus palabras obtengan la voz que no pueden enunciar.
—Estoy demasiado conmovida y emocionada. Gracias, Cristina. Gracias de corazón por todo esto.
La conversación continúa brevemente, con detalles sobre los próximos pasos. Cuelgo el teléfono, sintiendo una mezcla de alivio y confusión. Nikodem se acerca, aún sin entender del todo lo que ha pasado.
—¿Qué ha sucedido?—pregunta, su voz suave y llena de curiosidad.
—Es la editorial—respondo, tratando de procesar lo que acabo de escuchar.
—¿Qué editorial? Un momento, Mina… ¿Eres escritora? Santo cielo, por eso necesitabas tu computador, ¿en serio? ¡Caray!
—¡Y…están interesados en publicar mi libro!
Nikodem sonríe, un gesto genuino de felicidad por mí que viene seguido de un abrazo. Uno más. No puedo creer que he dormido abrazada a él.
—Eso es increíble, Madalina—le celebra conmigo—. ¡No tenía idea de que eras escritora!
—Queda muy grande el título de “escritora” cuando apenas será mi primer libro publicado, pero sí, me gusta escribir novelas.
—Por Dios, tengo que leer eso.
No sé si sea buena idea, considerando que hay mucho que él va a poder identificar de mí en la narrativa del libro.
En cuanto se aparta un poco, me mira a los ojos con atención.
—¿Qué sucede?
—Que Pawel hizo el contacto con la editorial…
—Oh, cielo santo, no puede ser.
—No sé si ahora haga lo que sea necesario para coartar esta oportunidad.
—Lamento haber escuchado, pero estaba aquí a tu lado. Según entiendo, la tal Cristina de la editorial te hablaba de manera honesta. Quería publicar y decía algo de que tenía que llegar a muchas mujeres, ¿no?
—Sí, eso decía.
—¿Es una novela romántica? Quizá le ve madera necesaria para que sea roble y Pawel no sea más que un nexo para el contacto con otro de sus intentos de manipularte. No le debes nada a él.
—No es novela romántica…
—¿Y qué es?
—Es…
Es una tragedia.
No está terminada, pero sé cómo termina y no quiero decepcionar a Cristina ni a las lectoras ni a Nikodem, pero escribo lo que mi musa me dicta.
—Madalina—insiste Nikodem notando la sombra que se ha cernido sobre mí ahora—. ¿Cómo se llama tu libro?
—Se llama… Sálvame.
—Caray, Madalina. ¿Hablas sobre Pawel en el libro? ¿Él ha leído algo?
—No… No lo creo… Está ficcionado, no lo menciono directamente, pero mi padecimiento con él está escrito en esas páginas como una novela.
Nikodem piensa un momento y luego se vuelve a mí:
—Escucha, Madalina: no importa cómo, pero conseguiremos publicar tu libro, ¿okay? Con la editorial de la tal Cristina o sin ella, pero lo harás. Te lo aseguro. Tú concéntrate en tu trabajo y termina la historia.
Intento marcar una sonrisa, pero ¿cómo hacerlo sin que me carcoma el temor de que Pawel podría enloquecer si la lee?
—No puedo hacerlo, Niko…
—Sí que puedes, debes hacerlo además. Ya escuchaste lo que te dijo Cristina: otras personas necesitan una voz. Y tu puedes prestarle tu voz.
Intento sonreírle, pero no lo consigo. Si yo vuelvo con Pawel en algún momento, ¿con qué cara podría prestarles mi voz a esas personas sino como una farsante?