Sálvame

18. Tácticas peligrosas

Narrado por Madalina

 

Espero en la habitación, mi corazón sigue latiendo desbocado mientras escucho los sonidos de la noche. Cada crujido y susurro parece amplificado y mi mente corre a mil por hora, llena de preocupaciones. Nikodem salió hace unos minutos para ver qué fueron esos ruidos que escuchamos provenientes de su auto, me pidió que me mantuviera alejada de las ventanas. Por mi parte realmente tengo mis dudas de que sea lo mejor el haber salido dadas las condiciones, pero no puedo decirle lo que puede hacer o no hacer. La oscuridad de la habitación se siente opresiva y el silencio es pesado, lleno de incertidumbre.

Finalmente, escucho la puerta y luego os pasos de Nikodem acercándose. Entra en la habitación, su expresión es una mezcla de molestia y preocupación. Antes de que pueda preguntar, él toma el teléfono y llama a la policía. Una vez que corta, me dice:

—De nada servirá, no van a atraparlos, pero al menos la exposición me servirá ante las formalidades del seguro.

—¿Qué pasó?—pregunto, aun tensa con la situación.

—Alcancé a verlos. Unos adolescentes rayaron el auto y rompieron algunos vidrios—responde, tratando de mantener la calma—. Estoy seguro de que no fue Pawel, pero no podemos descartar nada. De lo que vi, estoy seguro de que esos críos que parecían muy divertidos no llegaban ni a los veinte años, pero que merecen un escarmiento eso es seguro.

¿Existe otra teoría? Al menos de mi parte sí. La idea de que Pawel haya pagado a algunos criminales para hacer esto me atormenta.

La policía llega rápidamente y Nikodem les da explicaciones de lo sucedido. Salen a rastrillar la zona, pero no encuentran a los responsables mientras yo me quedo con mi madre quien duerme profundamente gracias a sus medicaciones, por suerte no ha sido testigo del caos de la noche. Me quedo a su lado un rato, asegurándome de que está bien. La preocupación por ella siempre está presente, pero al menos puedo estar tranquila de que está descansando.

Una vez que la grúa se lleva el coche en mal estado, me dirijo a la cocina y preparo café para Nikodem. Afuera ya está amaneciendo y en nuestros rostros el cansancio parece estar surcando cada línea de expresión. Cuando le acerco una taza a Niko, lo encuentro sentado, la fatiga visible en su rostro mirando desde su móvil las cámaras de seguridad de su casa. Evidentemente tampoco ha descartado que Pawel haya tenido que ver.

—¿Está todo bien por tu casa?—le pregunto, sentándome también con mi taza a su lado.

—En efecto, así parece. Debería volver, no tengo sereno a estas horas hasta la noche que tengo una guardia médica y llega otro de seguridad.

Entonces no lo contengo más y me echo a llorar.

Es el peso de la culpa que parece una pisada violenta dentro de mí que me tiene intranquila y preocupada.

—Cielo, santo. Madalina—dice él, con una mano en mi espalda que busca darme calor.— No tienes la culpa de nada en absoluto de lo que sucede.

—No… No sé si culpable, pero… Soy responsable de todo lo que te está sucediendo, Niko. ¿No lo ves? Primero te peleas con Pawel para defenderme, luego debes lidiar con acusaciones y vaivenes policiales, sumado a que apenas puedes regresar a tu casa por estar cerca para cuidarme y el dinero que pierdes entre los arreglos de tu casa, pagando seguridad a tu casa cuando ya tiene seguridad el vecindario, nadie puede defenderte porque Pawel siempre se saldrá con la suya, su familia es una porquería con dinero y poder, no quiero, te juro que no quiero seguir pasando por esto, pero mucho menos que tú sigas pasando por esta situación.

—Madalina, por Dios, ¿qué dices? Todo esto lo hago porque quiero hacerlo, porque deseo hacerlo, porque me siento bien estando cerca de ti, ser de ayuda para ti y para tu madre y porque, por lo que me conoces, creo que evidencio que soy un hombre que no hace nada que no quiera hacer, ¿no crees?

—Por lo que te conozco… Eres demasiado bueno como para no poner fin a esto, Niko. Sé lo que es estar atrapada en algo de lo cual no puedes salir porque dentro de ti y fuera de ti están ya todas las cadenas los suficientemente fuertes como para impedirlo. Así que es mi culpa, Niko, es mi culpa todo.

—No, Madalina—responde él, miro su rostro a través de mis lágrimas, parece indignado al tiempo que intenta parecer gentil—. No es tu culpa. El seguro cubrirá los daños del auto, así que no hay nada que temer y la seguridad de mi casa no es algo que venga demás, peligros hay en todas partes. Lo importante es que estamos bien.

—Niko, basta. No puedo, en serio, no puedo.

Siento un nudo en el estómago. Mi rabia hacia Pawel crece con cada minuto que pasa. Solo quiero que esta pesadilla termine. Quiero detenerlo de una vez por todas.

Nikodem me mira con comprensión, pero también con una preocupación que no puede ocultar.

—Voy a ir a casa a ducharme y a buscar ropa limpia. Estaré de vuelta en un rato, ¿sí?—dice, levantándose—. Pasaré antes de mi guardia médica de la noche. Por favor, despéjate un poco, aprovecha el domingo y haz algo que te guste, solo no te alejes demasiado, escribe si quieres, escribe todo lo que puedas escribir que es lo que más necesitas tú y tu carrera ahora que la editorial quiere tu obra.

Editorial que consiguió Pawel, caray, todo vuelve a llevarme a él. ¿No ve acaso que las cadenas internas son más fuertes que las cadenas que vienen desde el exterior?

Ante mi falta de respuesta, Nikodem insiste:

—¿Está bien?

Trago grueso y asiento.

—Está bien—respondo con la voz ahogada, aunque en mi interior, la furia y la desesperación están a punto de desbordarse.

Pero en cuanto lo despido y lo veo marcharse con sus cosas, estoy decidida a que será esta la última.

Me niego a seguirlo condenando a Nikodem.

No lo merece.

No tengo que condenarlo a lo mismo que vivo yo.




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