Narrado por Madalina
Es de noche y la casa está llena de luces y risas elocuentes con cierta elegancia de parte de algunos o de fanfarronería de parte de otros. Hoy es el cumpleaños de Pawel, y he pasado todo el día preparando el evento junto con el servicio de catering para asegurarme de que todo esté perfecto.
La mansión está decorada con elegancia y la mesa está llena de exquisitos platillos y bebidas caras. He trabajado incansablemente, esforzándome por ser la anfitriona perfecta, todo mientras mantengo una sonrisa forzada en el rostro. Sé que en este caso, todo es muy complejo de llevar ya que esta gente tiene estándares altos y la familia de Pawel me hace sentir intimidada porque, los más cercanos saben de mi historia conflictiva con su hijo, saben que lo denuncié, saben que me dio una golpiza casi hasta matarme, pero ahora tienen una conducta similar a la del hijo. Antes me trataban como a una pobre insulsa que la becaron al casarse con alguien de la “alta sociedad” mientras que ahora me tratan como si fuese de porcelana, lo cual me llama mucho la atención.
Por otro lado, los amigos de Pawel llegan en grupos, vestidos de manera impecable y la casa se llena rápidamente con el sonido de conversaciones animadas, risas y el tintineo de copas de cristal. La gente es tan refinada toda que no puedo evitar sentir como si estuviese molestando a los demás, tampoco sé hasta qué punto puedo interactuar con ellos sin descuidar que el evento siga en marcha correctamente.
Pawel está en su elemento, disfrutando de la atención, bebiendo tragos de botellas importadas y fumando puros costosos con sus amigos. Se mueve entre los invitados con una confianza arrogante, su sonrisa nunca desaparece de su rostro.
Mi madre está presente, sentada en un rincón con su enfermera a su lado. La preocupación por ella nunca desaparece de mi mente, pero trato de mantenerme ocupada para no pensar demasiado. Me acerco a ella de vez en cuando, asegurándome de que esté cómoda y bien atendida, pero no le agrada en absoluto el estar aquí celebrando y haciéndole el caldo gordo justamente al hombre que tanto nos ha complicado la vida tiempo atrás, pero admito que en los últimos días las cosas han ido de maravilla desde que regresé a la casa. Bueno, no sé si ese sea el mejor adjetivo para calificar la situación ya que he sabido dar una probadita a lo genuino, a lo que realmente importa.
Todo parece ir según lo planeado hasta que, en un momento dado, se rompe una copa y Pawel me llama para que limpie. Le digo que sí, que lo haré de inmediato.
Y empieza el caos.
Los gritos provienen desde una esquina de la casa.
La voz de mi madre comienza a elevarse por encima del bullicio. Me vuelvo y la veo, de pie con una fuerza que no había mostrado en mucho tiempo, su rostro se evidencia lleno de una furia que rara vez había visto en ella.
—¡Eres un monstruo, Pawel!—grita y su voz resuena en la sala—. ¡Golpeaste a mi hija casi hasta matarla y ahora pretendes que todo está bien además de que la tratas como a tu sirvienta!
El silencio cae sobre la sala como una manta pesada. Todos los ojos están puestos en mi madre y en Pawel, quien se queda inmóvil por un momento, su expresión se congela en una máscara de sorpresa y enojo. Me apresuro a su lado, tratando de calmarla y llevándola hacia una esquina más privada.
—Mamá, por favor, vamos a otro lado—susurro en tono suplicante.
—No, Madalina—dice ella y su voz tiembla de rabia y dolor—. Esto no está bien. ¡No puedo quedarme callada mientras él actúa como si no hubiera hecho nada!
Pawel se adelanta con su rostro ahora endurecido por la ira contenida. Los invitados murmuran entre ellos, algunos retrocediendo, otros mirando con morbo. Tengo motivos de sobra para calificar que nadie consideraría insultar al dueño de casa.
—Señora, le sugiero que se calme—dice Pawel; su voz es fría—. Creo que la medicación se ha pasado, ¿o no?—le pregunta a la enfermera.
—Yo… Lo siento—dice ella mientras intenta hacer retroceder a mamá.
—¿Calmarme?—replica mi madre, su voz aún es fuerte—. Eres un cobarde, Pawel. Y todo el mundo aquí debería saber quién eres realmente. ¡O aún peor! ¡Saben que golpeas a mi hija y te encubren!
—Mamá, por favor—digo, con lágrimas en los ojos, tratando de sacarla de la sala—. Vamos a tomar aire fresco mejor, ¿sí?
Acto seguido logro convencerla de que me acompañe afuera. La enfermera nos sigue, y una vez que estamos lejos de la vista de los invitados, mi madre se derrumba, con las lágrimas corriendo por su rostro.
—Lo siento, hija—dice entre sollozos—. No pude contenerme. No soporto ver cómo finge ser alguien que no es. No soporto ver la hipocresía de los demás ricachones que tiene alrededor, no tolero esto.
—Está bien, mamá. Lo entiendo—respondo, abrazándola con fuerza—. Vamos a calmarnos y a respirar un poco.
Nos quedamos afuera un rato; cuando finalmente regreso a la fiesta, el ambiente ha cambiado drásticamente. La atmósfera es densa, puede cortarse con cuchillo; los invitados evitan mirar en mi dirección. Pawel está de pie con sus amigos más cercanos, su expresión es una mezcla de enojo y vergüenza.
Me acerco a él, tratando de recuperar la compostura.
—Lo siento, Pawel. Mi madre no se encuentra bien, sabes que está enferma—digo, intentando suavizar la situación.
—Descuida, amor mío.
Él se acerca para besarme las sienes, pero...
—Más te vale controlar a tu madre, Madalina—dice entre dientes, su voz apenas es un susurro para que nadie más lo escuche—. No toleraré más escenas como esta.
Muevo de cabeza de arriba a abajo, sintiendo un nudo en la garganta. La noche continúa, pero el ambiente está cargado. Los amigos de Pawel intentan animarlo, pero la sombra de la confrontación sigue presente. Las risas son más forzadas, las conversaciones más tensas. Me muevo por la casa como una autómata, atendiendo a los invitados pero con la mente y el corazón en otro lugar hasta que termina la cena y de a poco empiezan a despedirse como si estuviesen rogando que llegase el momento para esto. A mamá se la lleva su enfermera antes de comer inclusive.