Sálvame

24. El mayor temor

Narrado por MADALINA

 

Han pasado días desde aquella noche tumultuosa en la que le confesé mi embarazo a Pawel, posterior a su cumpleaños de terror.

Desde entonces, he intentado hacer que las cosas mejoren entre él y yo, tratando de mantener la paz y la armonía en nuestra relación. También he visto poco a mi madre.

Pawel sigue inmerso en su trabajo, pero su comportamiento persiste eufórico con toda la situación que estamos atravesando, a veces me pregunto si es genuino, si en verdad tendré yo alguna oportunidad de creer en su persona.

Lo miro y me pregunto cómo puede ser que una persona cambie tanto, que pase a ser el hombre más dulce sobre la Tierra a ser, de pronto, un monstruo terrible capaz de hacer tantísimo daño.

Se está esforzando. O eso es lo que pienso mientras estamos esperando juntos para una ecografía e intenta contenerme en la espera que me tiene cargada de nerviosismo, de temores, de preguntas.

Pawel está a mi lado, apretando mi mano con fuerza, su rostro yace iluminado por una sonrisa que rara vez le he visto.

—Tranquila, todo va a estar bien—intenta darme seguridad tras el llamado para entrar al consultorio.

La doctora nos recibe con una amabilidad cálida y profesional.

Luego de algunas preguntas y de revisar mi historial médico, me indica que puedo pasar a la camilla.

Me elevo la camiseta y me ve algunos machucones a la altura de las costillas.

—Tuvo un accidente, esperamos que no pueda implicar complicaciones para el embarazo—se apresura a decir Pawel mientras la doctora me examina.

—Esto va a implicar cuidados extras con mucha atención—determina ella—, hay que buscar certezas de que los huesos estén soldando correctamente.

—Sí, doctora. Todas las recomendaciones son bienvenidas—dice él, en mi lugar. Una vez más.

Ella me pone gel en el abdomen y se siente frío hasta que me aclimato a ello mientras pasa el rodillo por mi piel.

—¿Duele?—me pregunta ella.

—No—le contesto. Luego me toca un poco en la parte de la magulladura y hago un gesto de una pizca de dolor.

—Sí, habrá que controlar—determina la doctora y luego procede a buscar a mi hijo en la pantalla y baja más allá de mi ombligo con su aparato.

Casi de manera imprevista, el sonido del latido del corazón de nuestro bebé llena la sala y siento una oleada de emoción y lágrimas en mis ojos. Pawel aprieta mi mano aún más fuerte, sus propios ojos brillan con lágrimas de alegría.

—Bien. Ahí está. ¿Lo escuchan?—decreta ella y eleva el volumen.

Jamás en la vida había pasado por una situación tan fuerte y magnífica como esta. Nunca jamás creí que sucedería algo así.

—Mira eso, Madalina. Es nuestro bebé—dice él, con su voz llena de asombro y emoción.

Miro la pantalla y veo la pequeña figura en movimiento. Es un momento mágico, y por un breve instante, todo parece perfecto. Me permito sonreír y disfrutar de la felicidad del momento, tratando de no pensar en los miedos que acechan en el fondo de mi mente.

La doctora me señala las partes del bebé que a mi me cuestan distinguir, también que el archivo se está grabando y que me enviarán el link de descarga. A su vez, imprime algunas imágenes y me revisa las zonas que me duelen para conseguir finalmente las indicaciones precisas para mi tratamiento.

Luego de la ecografía, Pawel se toma el día de su trabajo y se queda conmigo, me cocina, le ayudo con las cosas y mientas todo está en el horno, se acerca a mí y me besa. Intentamos hacer el amor, pero se vuelve un poco incómodo y extraño, hacía tiempo que no sucedía y desconozco si realmente consigue hacerme sentir lo que alguna vez he sentido a su lado.

Quizá se deba a que le estoy dando demasiado protagonismo a un único pensamiento que es el que me tiene con la cabeza divagando.

Y es…¿cómo protegeré a mi bebé de Pawel si sus ataques de furia regresan?

—¿Te sientes bien?—me pregunta en cuanto regresamos a la cocina para terminar de servir los platos y la comida.

—Sí, muy bien—. Intento fingir una sonrisa y miento.

A diferencia de otras ocasiones, él sabe que miento.

Y no sé cuánto tiempo más podremos sostener los dos esta manera de vincularnos tan incómoda y fallida.

 




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