NARRADO POR MADALINA
El despacho de Niko en el hospital yace al final de este pasillo. Y él está ahí dentro, puedo escucharlo hablar de manera amigable con otras personas. No es su principal lugar de trabajo, sino que hace aquí algunas horas extras y he podido concertar un turno en esta clínica dentro del horario por fuera del que usa para trabajar Pawel. Necesitaba llegar a Niko de alguna manera y esta era la menos arriesgada.
Se suponía que hoy iba a entregar material de mi escritura a la editora con la que Pawel me consiguió concertar cita para mi libro, el cual he podido avanzar bastante, pero me he convencido de que esa alternativa no me dará siquiera libertad económica para hacer frente a la realidad en caso de que pueda alejarme finalmente de mi marido si considero que todo parece dar un pronóstico un poco complicado.
Aún quedan veinte minutos para mi turno, por lo que he llegado antes y me sirve en cuanto Niko hace recambio de pacientes, para que, antes de que la pantalla llame al siguiente, me acerco y golpeo la puerta.
—¿Doctor?
—Sí, pa… —Se detiene, probablemente al notar que soy yo quien está del otro lado.
Escucho movimientos y la puerta se abre. Nikodem me ve, con sorpresa y me mira con su rostro iluminado.
—Hola, Niko.
—Madalina, por todos los cielos, estás aquí.
Se acerca quien podría ser su próxima paciente y le pide un minuto para entrar, de seguro no me deja bien que la rechacen para hacerme pasar a mí y Niko me invita a sentarme. En lugar de ubicarse al otro lado del escritorio, lo hace en la silla a mi izquierda.
—Cielo santo, ¿estás bien? ¿Qué hizo Pawel?
Me mira como si buscase heridas visibles, pero niego con la cabeza.
—Nada, no me ha hecho nada, pero venía a pedirte un favor, Niko. Y también…quería saber cómo estabas.
Sí, ansiaba volverlo a ver.
—Cielo santo, Madalina, estoy bien. Bueno, tranquilo, mis cosas siguen iguales, pero habrás notado que estoy mudando algunas cosas.
—Te irás del vecindario—digo, con cierto temor de que mis sospechas eran verdaderas.
—No quiero abandonarte, pero tampoco puedo hacer nada más, me alejaste de ti, Pawel me está complicando las cosas en mi vida laboral y en lo personal tampoco me dejas que sea de tu ayuda.
—Es mucho más complejo de lo que parece—suspiro, pensando que no existe amparo legal o judicial que pueda ayudarme con Pawel. Además, muchas cosas están cambiando entre los dos.
—Nadie dijo que sería fácil, por todos los cielos.
—Niko, no quiero robarte mucho tiempo, solo pedirte…
—Pídeme lo que quieras, Madalina.
Suspiro y lo miro directo a los ojos. Me derriten esos ojos, pero me genera culpa por Pawel, por el bebé y por él mismo porque no sabe de qué manera lo miro, o bien, sí que lo sabe y esa puede que sea la parte más problemática.
—Pawel ya sabe que estoy embarazada—admito.
—Cielos. ¿Y qué pasó? ¿Cómo se lo tomó?
—Bien, digamos. Está entusiasmado. Pero desde que se enteró no he parado de pensar en una cosa que me tiene muy preocupada.
—Dime.
—Que Pawel pierda estribos mientras yo curse el embarazo o con el bebé una vez que nazca. Sabes que los bebés pueden ser un poco extenuantes.
—No soy padre, pero sí, la crianza lo es.
—Y Pawel pierde fácil el control de sí.
—No estarás sola, Madalina. Pero no te puedo ayudar en mucho mientras sigas ahí con él.
—¿Y qué voy a hacer…?
—Madalina: debes hacer pública tu historia y buscar ayuda con grupos de apoyo para estos casos. Irte lejos. Estoy para ayudarte, Madalina. Pero una vez que yo de el paso en mi vida, no podré ayudarte más.
—¿Qué…paso?
—Mi plan de mudarme no implica mudarme solo.
—¿Cómo? ¿Tienes otra casa o te irás donde tu familia?
—Nada de eso, me iré con mi novia hasta que consiga vender la casa.
Parpadeo, atónita.
—¿Novia…? ¿Venderás…?
—Ay, Dios.
Dios, Dios, Dios, me siento una estúpida. Entonces todo este tiempo él me ayudaba por pena o solo porque eso indicaba su sentido del deber y yo malinterpreté todo.
Me siento una boba.
No puede ser, no he tenido consciencia de nada, hasta he dormido en sus brazos y todo este tiempo el daño fue doble, las cosas son peores de lo que pensaba.
—Madalina…
—No, Niko. De hecho, tienes razón, no sé en qué estaba pensando, lo mejor para ti es no meterte más en problemas.
Intento apartarme de él.
—Madalina, escúchame.
—Nikodem, ya hiciste mucho por mí y estoy profundamente agradecida, pero no hay mucho más que sea posible. Lo siento. En verdad, siento mucho lo que ha pasado.
Suspira con pesadez.
—Quiero que sigas contando conmigo, que salves tu vida y la de tu hijo.
—Y yo quiero que no arruines tu vida ni tu carrera por mi culpa.
Entonces, sus palabras se vuelven más resueltas y crudas que nunca, me habla sin tapujos de una manera fría y letal, pero sumamente realista:
—Hay maneras de hacer esto, Madalina. Porque ya conoces a Pawel, sabes la clase de persona que es y solo puede acabar en lo peor. Así que, si cuanto antes no haces algo para salvarte pese a todos los condicionantes que pueda haber en contra, serás tan responsable como él del daño que pueda suceder luego. ¿Y quieres que te diga qué sucederá cuando él vuelva a perder el control? Te matará a ti o a tu bebé o ocasionará algún daño grave esta vez irreversible y perdona que te tenga que hablar de esta manera, pero estás advertida hace rato. Si no te haces responsable, las consecuencias serán brutales. Requiere coraje, no es algo fácil y puede que te duela escucharlo, pero es la realidad, Madalina. Tú decides.