Voy a ver a mi madre al día siguiente, agradecida de poder venir sola sin Pawel. Desde el cumpleaños de él que no puedo verla, fue una situación muy complicada y triste la que vivimos, ella sigue bajo los cuidados de la enfermera, pero me hubiese gustado seguir cerca ya que está enferma. Lo coherente sería tener a mamá en casa y repartirnos horarios con la gente a cargo de enfermería para cuidarla, pero eso no es posible mientras no tenga potestad real en la toma de decisiones.
Al llegar, la enfermera me recibe en la puerta. Es una mujer alta y seria, con una actitud que me pone los nervios de punta. Siento su mirada fija en mí, y me esfuerzo por mantener la calma.
—Hola, Madalina. ¿Cómo está?—me pregunta al tiempo que paso y dejo mi abrigo—. Tu madre está descansando en la sala.
Su tono de voz es cortés y al mismo tiempo distante. Sigo mi camino para buscarla, no es muy grande el ambiente.
—Gracias—respondo, intentando no mostrar mi desconfianza.
Entro en la sala y encuentro a mi madre en el sofá frente a la TV, su expresión es un reflejo de su estado mental. Sus ojos están pesados y vidriosos, claramente bajo el efecto de los medicamentos.
—¿Mamá?
—Con permiso, estaré en la cocina por si necesitan algo.
—Sí, está bien—le digo a la enfermera quien se retira y nos deja a solas. Aunque desearía que se vaya un poco más lejos, porque lo que sea que intente hablar con mi madre, puede que sí pueda escucharme.
La TV es para los adultos mayores una suerte de droga que les ponen para que se distraigan y tengan en qué pasar el tiempo mientras los demás siguen con sus cosas, se la apagaría en este momento, pero busco subirle el volumen con un poco de disimulo para que tape un poco mi intento de conversación con mamá.
Me acerco a ella, sintiendo una oleada de preocupación y de culpa por haberla dejado. La conozco bien y sé que está demasiado sedada, los medicamentos que toma para el dolor de huesos son fuertes pero una cosa es una suficiente dosis de calmante para aclimatar sus dolores y otra muy distinta es la droga suficiente para que no pueda quejarse por lo que le sucede o lo que siente.
—Mami, ¿cómo estás?
—Yo… Cariño.
—Te noto rara, mami.
—Los…medicamentos…son nuevos, pero…fuertes.
¿Con qué necesidad?
—¿Los anteriores ya no te hacían efecto?—le pregunto.
—El doctor me…los ha cambiado…
Asiento, pero no estoy convencida.
—Pero, mamá, te cuesta hablar. Apenas puedes moverte,
—¿Tú…estás bien, hija…? ¿Pawel...?—intenta preguntar, pero su voz se quiebra.
—Sí, mami, estoy bien. Pawel también lo está.
—No…—dice ella—. Me refería…a…tu bebé… ¿Están bien?
Ahora entiendo. No quiere saber si Pawel precisamente está bien, habla de si me ha hecho daño él a mí o a mi embarazo.
Mi madre asiente lentamente, pero sus ojos me dicen lo contrario. Está aterrorizada, y eso me rompe el corazón. Intento mantener la calma, pero siento que las lágrimas empiezan a brotar.
—Estamos bien—le garantizo con lágrimas en los ojos.
—Hija mía… Me preocupaba por ti… No sabía... si estabas viva—dice finalmente, con esfuerzo.
Y me arrepiento de no haberme atrevido a enfrentarlo a él para llamarla lo suficiente, tampoco me he dejado convencer por las excusas de la enfermera y por ello estoy yo aquí ahora.
Las palabras me golpean como un puñetazo en el estómago. La preocupación de mi madre por mí ha sido un tormento constante, y ahora entiendo cuánto ha estado sufriendo.
—Estoy aquí, mamá. Estoy viva. No te preocupes—le garantizo, aunque mi voz tiembla—. Estamos bien, ¿sí?
Las lágrimas empiezan a caer por nuestras mejillas y nos abrazamos con fuerza, compartiendo el dolor y el miedo que nos ha consumido.
—Voy a hacer todo lo posible para sacarnos de esta situación, mamá. Lo prometo—susurro entre sollozos a su oído.
Cuando la enfermera entra nuevamente.
Su expresión es seria.
—Es hora de sus medicamentos—dice y me doy cuenta de que nuestro tiempo a solas ha terminado.
Asiento, limpiando las lágrimas de mi rostro. Me inclino y beso la frente de mi madre.
Dejo que ella actúe, pero no me convence.
—¿Segura que esos medicamentos nuevos son necesarios?—le pregunto—. No le daban pastillas tan fuertes antes.
—Necesita esto—me contesta sin más.
—¿Y se puede tener una segunda opinión?
—Señora, lo siento, pero no fui yo quien prescribió los medicamentos, yo solo me encargo de suministrarlos.
—Claro, entiendo, el médico los prescribe.
—Entonces es con el médico con quien debiera considerarlo, no conmigo.
Al rato de que le ha suministrado la medicación a mi madre, ella queda profundamente dormida en el sillón y sé que mi tiempo con ella ha terminado asi que me encargo de ayudarla a la enfermera de acercarla a su habitación a mi madre, le agradezco y me marcho de este lugar con un nudo en el estómago.
Le llamaría a Nikodem, pero me siento insegura con mi celular. Puede que sea solo paranoia mía.
Aún así opto por regresar a casa y la enfermera al verme me pregunta si me olvidé algo.
Le digo que no.
Que me quedaré a cuidar de mi madre.
No puedo dejarla sola bajo su poder sabiendo que algo aquí va muy mal.
—Señora, no la puedo dejar, tengo la orden del señor Pawel que…
—Es mí madre. No importa lo que él te haya dicho, te pido te retires y me dejes a mí con ella.
—Es mi obligación profesional la de poner al tanto a las autoridades que correspondan que está en peligro su madre sin la atención médica correspondiente.
—Sería buena idea una auditoría para saber si tanta carga de medicamentos es necesaria para su enfermedad.
Sus ojos parecen echar fuego.
Pero termina buscando sus cosas y se retira sin decir una palabra.
Apenas se va, paso llave a la puerta y le marco a Nikodem desde el teléfono de la casa. No contesta. Insisto e insisto hasta que sí, aparece al otro lado.