Llegamos al refugio y todo se siente irreal, sin noticias hasta el momento de parte de Pawel, lo cual me hace pensar en que él nunca se queda precisamente de brazos cruzados, asunto que me hace sentir fatal porque no entiendo cómo el estar con una persona que debería ser tu lugar seguro o quien te cuide, sea también quien mayor poder para hacerte daño tiene sobre ti. Me siento responsable ante el hecho de que las cosas hayan tomado este rumbo y por ello me he propuesto que puedan cambiar.
Las últimas horas han sido un torbellino de emociones y movimientos rápidos, y ahora, al entrar en esta casa modesta pero segura, me encuentro un poco en shock. Nikodem está a mi lado, su presencia es una constante fuente de consuelo, pero no puedo evitar sentirme perdida y abrumada por todo lo que ha sucedido.
Nos recibe una terapeuta de la ONG, es una mujer voluntaria del lugar, su rostro es amable y sus ojos claramente buscan ser comprensivos. Me guía a una pequeña sala donde podemos hablar en privado. Nikodem se queda afuera, dándome el espacio que necesito o probablemente ocupándose de algunos asuntos de trabajo o con gente conocida ya que este lugar lo consiguió gracias a algunos contactos amigos.
—Madalina, en primer lugar quiero agradecerte el hecho de que estés aquí y felicitarte por todo lo que has conseguido, pero este trabajo será en equipo, todos juntos, ¿estás cien por ciento en esto, con nosotros?—pregunta la terapeuta, su voz busca ser suave y reconfortante, al tiempo que directiva.
—Gracias en verdad. Lo intentaré, haré todo de mí solo que… No lo sé... todo es un caos—respondo, mi voz está demasiado temblorosa, casi puedo sentir que me tirita la garganta—. Estoy asustada, confundida. Dolida. No sé qué va a pasar ahora, solo quiero que nadie más salga perjudicado por mi culpa, necesito tranquilidad, respirar tranquila y que ello no implique que Nikodem o que quienes intenten ayudarme tenga que verse con represalias de parte de Pawel. ¿Sabe usted qué clase de persona es él? ¿Sabe usted cuál es el apellido de él?
—Estoy al tanto de que tu caso tiene algunas particularidades, pero créeme que no eres la primera que pasa por una situación así. Cuando se trata de una persona con nexos vinculados al poder, la impunidad está a la orden del día, pero créeme que ello no hace más que reafirmar nuestro compromiso.
—Santo cielo, muchas gracias. Es una suerte enorme que Niko les haya encontrado.
Respiro hondo, tratando de ordenar mis pensamientos. Ella queda a la espera de que pueda completar mis ideas con el torbellino de cosas que sacude mi cabeza en un santiamén.
—Siento que mi vida ha sido un desastre. No tengo nada. Mi relación con Pawel me ha destruido. No tengo un lugar al que ir, no tengo un auto propio, no tengo una casa propia, ni siquiera una carrera formal o un trabajo, no sé qué hacer con mi vida—mi voz se quiebra y las lágrimas empiezan a correr por mis mejillas—. Cerré toda mi vida en relación a Pawel creyendo que estaba haciendo lo correcto.
La terapeuta me da un pañuelo y espera pacientemente a que me calme un poco. Su escucha atenta, su feedback activo y sus palabras cargadas de sentido me hacen ver la vida de una manera una pizca diferente, entonces lo pienso.
Y caigo en la cuenta del peso de ese pensamiento.
Y es que se trata de la primera vez que me siento rodeada de personas que creen en mí, que no consideran que todo esté perdido y que crean que puedo rehacer mi vida, de una mejor manera esta vez, quizá.
El refugio está en una zona alejada y tiene una calma alrededor que es tan necesaria como la paz que mis pensamientos necesitan de manera urgente. A veces pienso que mi incursión en la escritura se dio en el intento de dar un orden a las cosas que pasan por mi cabeza, a veces una peor que la otra y así siento que están fuera.
Decidimos salir a caminar por el parque que linda con el refugio junto a Nikodem. Es una tarde fresca en las afueras de Varsovia y el aire libre me ayuda a despejar mi mente. Caminamos en silencio por un rato, disfrutando de la tranquilidad que ofrece el entorno natural.
—¿Qué tal te fue con la terapeuta?—me pregunta, rompiendo el silencio—. Estuviste casi hora y media ahí dentro. Veo que lo necesitabas.
—¿Hora y media? Vaya, qué locura. Creo que sí, que necesitaba eso, es una mujer joven con un corazón genuino cargado de valor.
—Hay que tener valor para trabajar de manera voluntaria en un lugar como este, no es fácil cargar con el dolor de las personas.
—Tú trabajas con el dolor de las personas.
—Y con la locura más bien. Cuando ese dolor o la libertad del dolor es tan grande que es vital dar un cauce nuevo.
—Niko, gracias de corazón—le digo con lágrimas en los ojos—. No tenías que hacer nada de lo que hiciste y…
—No tienes que agradecerme, Madalina. Estoy aquí porque me importas—responde con firmeza y sin un atisbo de duda—. Desde el momento que te vi ahí necesitando ayuda me sentí arrepentido de no haber visto antes lo que sucedía tan cerca de mí casa y tu sufriendo todo este tiempo.
—Hiciste demasiado y era complejo que te dieras cuenta. A veces el dolor se lleva dentro por mucho tiempo.
—Solo cuando la carne está podrida, se huele desde afuera. O algo así decía mi abuela, cielos, ha sido una comparación terrible.
Ambos soltamos una risita. Acto seguido, nos detenemos junto a un banco de concreto pintado de blanco con algunos adornos hechos por pájaros de los árboles alrededor y nos sentamos.
Entonces, vuelve con sus preguntas, una que esta vez jamás me la hubiera esperado, pero que es importante el planteo:
—¿Alguna vez pensaste en cómo podría haber sido tu vida si no hubieras conocido a Pawel?—me pregunta, con su mirada fija en el horizonte.
—No lo sé. No me imagino una vida tranquila, pero creo que la hubiera enfocado en loq ue ya venía haciendo, dedicada a escribir, dedicada a mi trabajo y a mi estudio, rodeada de personas que me quieren y me apoyan. Pero luego, pienso en todo lo que ha pasado y me cuesta creer que esa vida sea posible—respondo, con un suspiro.