Sálvame

31. Laberinto

Jamás en mi vida tuve tanto miedo.

Pawel está frente a mí, su rostro es una vil máscara de furia incontrolable mientras me observa fijamente y el horror me tiene petrificada al tiempo que se acerca a mí como una locomotora a punto de estallar.

—¡No, Pawel, no, por favor!

Sus puños se estrellan contra mi cuerpo y cada golpe reafirma hasta el agotamiento todo su poder y su odio. Sus insultos sostenidos son también de los peores puñales, cada palabra se clava profundamente en mi alma mientras me tortura.

—¡Cómo te atreves a denunciarme!—me grita descarnado, con su voz resonando en mis oídos tan fuerte como un trueno—. ¡Pensaste que podrías escapar de mí, pensaste que me mandarías a la cárcel, pero está claro que sigues siendo la misma boba de siempre y no entiendes absolutamente nada, rata inmunda, no te das cuenta que no tienes ni un bendito lugar donde caerte muerta! ¡¿Qué crees que harás sin mí, eh?! ¡¿Acaso no valoras la comida de todos los días, los viajes, tu casa, acaso piensas pagarme siempre con tu desprecio, por todos los cielos, Madalina?!

Estoy en el suelo, intentando protegerme, pero sus golpes son implacables y cada vez más dolorosos. Siento la sangre correr por mi rostro y cada respiración es una lucha. Las lágrimas nublan mi visión, pero no puedo dejar de suplicar ante la situación que me confronta con tanto dolor.

—Pawel, por favor... por favor, para...—mi voz es apenas un susurro entre los sollozos.

—¡Te mataré a ti y a tu madre, las dos son dos buenas para nada que no valoran en absoluto lo que uno hace y por ello tuve que drogarla, para que se mantenga tranquila, algo que debería aprender de ti, pero ninguna de las dos ratas inmundas que son es capaz de hacer caso siquiera! ¡Ni eso pueden!

Pero sus ojos están llenos de una locura homicida. Sé que está dispuesto a acabar con nosotras y el miedo me paraliza. Cada fibra de mi ser grita por ayuda, pero no hay nadie que pueda oírme. Estoy sola, atrapada en un infierno del que no puedo escapar.

—¡Madalina!

De repente, todo cambia.

—¡Madalina!

Siento unas manos cálidas en mis hombros, sacudiéndome suavemente. Abro los ojos de golpe y me encuentro en la oscuridad de una habitación conocida. Mi corazón late desbocado y mi respiración es un jadeo frenético, tengo gotas de sudor empapándome la frente y las mejillas.

—Madalina, estás bien. Despierta, estoy aquí—la voz de Nikodem es suave y urgente a la vez.

Me toma unos segundos darme cuenta de que estoy en el refugio, a salvo. Las imágenes de Pawel desvaneciéndose lentamente mientras mi mente lucha por comprender la realidad.

—Nikodem...—mi voz se quiebra, y las lágrimas empiezan a fluir nuevamente—. Tenía tanto miedo... era tan real...

Nikodem me envuelve en sus brazos, su calidez y fuerza son un ancla en medio de mi tormenta interna. Lloro contra su pecho, dejando salir toda la angustia y el terror que me han estado consumiendo.

—Shhh, estás a salvo, Madalina. Estoy aquí. Nadie te va a hacer daño—susurra, acariciando mi cabello con ternura.

—Tengo tanto miedo, Nikodem. Siento que nunca podré escapar de él. Que siempre estará ahí, acechándome...—mis palabras salen entrecortadas por los sollozos.

—Lo sé, lo sé—dice, su voz cargada de una mezcla de dolor y determinación—. Pero no estás sola en esto. Te prometo que no dejaré que te haga daño. Vamos a superar esto juntos, has dado pasos que son fundamentales para seguir adelante, vas a salvarte.

—Mi madre…

—Ella está bien. En el hospital la vigilan constantemente, está mejorando.

—Debería estar con ella a su lado.

—La ONG la traerá en cuanto puedan darle el alta. Te aseguro que está siendo bien cuidada.

Me aferro a él, sintiendo que es la única cosa que me mantiene unida en este momento porque soy solo un manojo de partes que buscan reconstruirse. El miedo y el dolor son abrumadores, pero la presencia de Nikodem me da una pequeña chispa de esperanza.

—Nikodem... no puedo más... siento que me estoy desmoronando—admito, con mi voz vuelta un susurro desesperado.

—No te desmoronarás, Madalina. Eres más fuerte de lo que crees. Y yo estaré aquí para recordártelo cada día—responde, su voz firme y segura.

Nos quedamos así, abrazados en la oscuridad, compartiendo el dolor y la esperanza. Poco a poco, mis sollozos se calman, y mi respiración vuelve a un ritmo más regular. Siento que, por primera vez, estoy permitiéndome ser vulnerable, dejando que alguien más cargue con parte de mi dolor.

Niko me acaricia el cabello hasta que se queda dormido, pero yo no consigo conciliar nuevamente el sueño.

Bonito, él está agotado y ha trabajado mucho por mí. Más de lo que siento que me merezco de parte de su amor y su comparecencia, aún no puedo creer que se haya fijado en mí y que me cuide y que yo misma le guste.

Decido levantarme de la cama y no molestarlo. Aunque las sombras de la noche anterior aún se ciernen sobre mí, la luz tenue que comienza a aparecer en el amanecer trae consigo una renovada determinación. No puedo dejar que Pawel gane. No puedo permitir que su odio y su violencia definan mi vida.

La noche ha sido larga y tormentosa, pero el nuevo día trae consigo una esperanza tenue. Nikodem sigue durmiendo, su respiración tranquila es un consuelo constante mientras me visto y me ubico en el comedor principal de la organización, está vacío, la gente aún descansa y no sé cuánto tiempo tendré esta paz externa.

El teclado es un refugio para mí. Comienzo a escribir, dejando que las palabras fluyan, narrando mi historia, nuestra historia, con la esperanza de que algún día pueda encontrar paz a través de ellas. El sonido rítmico de las teclas es una melodía familiar que me calma y me centra.

Mientras escribo, una notificación de correo electrónico aparece en la esquina de la pantalla. Es de Cristina, mi editora. Abro el correo con un nudo en el estómago, sin saber qué esperar.




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