Sálvame

33. Devastada

Lo he visto alguna vez.

He tenido este sueño antes y siempre creí que sería la clase de vida que podría hacer. Cuando lo miraba con los ojos de una niña o de una adolescente y pensaba que estaba hecha para algo más.

Mi vida feliz, sonriente, con una carrera como escritora, con niños corriendo por la casa, con un marido que me abraza, que me ama, que me hace sentir contenida. Con un trabajo apasionado al otro lado del teclado, una biblioteca magnífica y, lo más importante de todo, con paz en mi corazón.

Pero el tiempo fue marcando pasos diferentes en la danza de la vida.

Tuve este sueño otras veces. Uno donde yo soy una escritora exitosa con ganas de más, con amor por la lectura y amor por mi familia.

Pero mi madre se enfermó y la vida marcó uno de sus primeros pasos desafiantes.

Seguí danzando, con expectativas y creyendo que había encontrando el amor de alguien que podría ser la promesa de un futuro mejor.

Pero la danza de la vida marcó otro paso y mi madre se agravó con penurias económicas que acontecieron alrededor.

Uno, dos, tres. La danza de la vida tomó de la mano mis sueños y los tuve que despedir, vi la manera en que se alejaban y les dediqué una sonrisa para que no se sientan mal y sepan que probablemente estarán mejor sin mí, en otra persona o en otra vida.

Y mi relación empeoró, con el sueño de ser yo misma desplazado lejos sumado a la situación de los golpes que empezaron siendo verbales, luego un maltrato psicológico constante y empezó la peor parte de los moratones.

Baila conmigo. Uno, dos, tres.

La danza de la vida me tomó y me dio algunas vueltas que me dejaron mareada, me caí, sonreí, intenté levantarme, pero me pateó estando en el suelo y ya no reí. Se rió de mí. Intenté seguir bailando, pero mi madre se puso peor, mi vida quedó totalmente sin armas propias y comenzó a doblegarse como nunca mi autoestima sintiéndome una absoluta inútil, viendo a otras personas triunfar dejándome ahorcada con mis propias expectativas.

Pequeña basurita, ¡levántate! Así me dijo la vida y busqué asirme de la mano equivocada para ponerme de pie y seguir bailando.

Uno, dos, tres. Baila, baila, baila, Madalina, cariño. ¡BOOM! Golpe, golpe, golpe, pequeña basurita, esto te merecías. ¿Creías que existía algún sueño con altas expectativas para ti? Solo les verás pasar, eres un hermoso fracaso y quizá te convenga hacer algo de poesía antes de que quedes arrastrada por la miseria. Puedes regodearte en tu mugre y seguir bailando al borde del precipicio porque no puedes hacer nada mejor que esto. Elegiste un sueño que te condenó al fracaso, elegiste a las personas a tu alrededor que te dieron lo que te merecías y cuando te encontraste con otros que más o menos valían la pena, les hiciste pagar las consecuencias de tu fatídico destino.

¡Uno, dos, tres!

Baila, Madalina.

Pequeña basurita.

Baila en el precipicio.

Puedes hacerlo, aunque tu autoestima esté por el suelo, solo intenta arrastrarla y que se vaya lejos. ¡Lejos!

Salta.

Salta.

Salta.

Baila e intenta hacer algo bueno por ti misma.

Uno.

Dos.

Tres.

Salta.

—¡NO!

Estoy en el borde de un precipicio y no hablo de poesía. Es real. El viento se siente fuerte y está azotando mi rostro y despeinando mi cabello, pero no siento nada más que un vacío abrumador.

De repente, percibo un grito que impacta como un eco dentro de mi cabeza y luego siento unas manos fuertes que me rodean desde atrás, sujetándome con una fuerza intensa. Antes de que pueda reaccionar, soy arrojada al suelo con fuerza. Caigo de bruces y el impacto me quita el aliento, pero estoy viva.

Parpadeo, aturdida, tratando de entender lo que acaba de pasar.

—¡Madalina, no!—la voz de Nikodem es un grito desesperado, lleno de miedo y angustia.

Me giro y lo veo, su rostro está pálido y lleno de lágrimas.

—¡¿Qué ibas a hacer?!

—¿Qué…iba…a hacer…?

Me siento aturdida.

Niko me toma en sus brazos, aferrándose a mí con fuerza, como si temiera que pudiera desaparecer si me soltara.

Su voz sale quebrada por el llanto:

—¿Cómo pudiste siquiera pensar en hacer algo así?

—Nikodem, yo... no puedo más—respondo entre sollozos desconsolados que salen desde mi pecho que siente como un pozo vacío y profundo—. Todo… Todo es… Es demasiado. No veo una salida. No… No quiero… seguir sufriendo…

Él me abraza más fuerte, su cuerpo yace temblando contra el mío. Puedo sentir su desesperación, su dolor. Sus lágrimas se mezclan con las mías y el peso de la situación cae sobre nosotros con toda su fuerza.

—Madalina, te necesito aquí, por todos los cielos. ¡Yo te amo!—me dice, con su voz apenas un susurro, cargada de una intensidad que me desarma—. No puedo perderte. ¡Piensa en tu hijo, piensa en tu madre al menos!

Sus palabras atraviesan mi desesperación, llegando a lo más profundo de mi corazón. Me aferro a él, sintiendo cómo mi propia desesperación empieza a ceder ante el amor y la esperanza que él me ofrece.

—Nikodem, lo siento tanto—quiebro con mis palabras ahogadas por el llanto—. No sabía qué hacer. Todo se siente tan oscuro, tan…imposible.

—No estás sola, Madalina, no nos dejes solos a nosotros luchando contra todo esto, por favor—me dice él, apartándose ligeramente para mirarme a los ojos—. Estoy aquí contigo. Siempre estaré contigo. Te amo y vamos a superarlo, te lo aseguro. ¿Okay? Tienes mi palabra de que sea lo que sea que suceda, podremos superarlo.

Nos quedamos así, abrazados en el suelo, el precipicio detrás de nosotros. La gravedad de lo que casi hice empieza a hundirse en mí; me siento abrumada por el miedo y la culpa. —Nikodem, tengo tanto miedo—admito, con mi voz quebrada—. No sé cómo enfrentar todo esto. Vámonos… —Miro a mis pies el precipicio y me imagino lo que hubiera sido de mí si me dejaba llevar un poco más por ese encantamiento macabro y oscuro que parece ser que aún vive dentro de mí—. Llévame de regreso… P-por favor…




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