Sálvame

34. La verdad o no

Regreso al refugio, mis pasos son lentos y pesados, pero siento la cálida presencia de Nikodem a mi lado, guiándome con cada paso. El aire fresco de la noche acaricia mi rostro, pero aún así, no puedo evitar el temblor en mis manos. Todo lo que ha pasado con Pawel, todo el caos y el dolor, me pesa como una losa que además ahora me hace sentir avergonzada porque presenció lo que estuve a punto de hacer (¿realmente lo iba a hacer?), y aunque estoy exhausta, la idea de enfrentar más conflictos y peligros me asusta profundamente.

Nikodem mantiene un brazo alrededor de mis hombros, su tacto es firme y reconfortante. Siento que su amor me sostiene, que su presencia me da la fuerza que necesito para seguir adelante en un contexto tan complejo como es este. Aunque todavía estoy en shock por lo que casi sucedió en ese precipicio, sé que él está aquí, que no estoy sola.

Cuando llegamos al refugio, veo a algunas personas de la ONG que se acercan tras mi llegada, sus rostros están llenos de preocupación. Están listos para ofrecerme apoyo, para contenerme después de todo lo que he pasado y es una cubeta de agua fría en el rostro evidenciando que puedo despertar, que puedo abrir los ojos y saberme más viva que nunca. Aprecio su presencia, pero en este momento, lo único que realmente necesito es estar con Nikodem. Él lo entiende sin necesidad de palabras y les hace un gesto suave, indicando que por ahora, es mejor que nos dejen a solas.

Entramos al pequeño refugio y Nikodem cierra la puerta detrás de nosotros. La luz cálida de la lámpara en la esquina de la habitación ilumina suavemente el espacio, creando una atmósfera de calma y seguridad que contrasta con el tumulto en mi corazón. Me siento en la cama, todavía temblando, y Nikodem se sienta a mi lado, tomando mis manos entre las suyas en un gesto de compañía reconfortante.

—Madalina—dice en voz baja, su mirada persiste fija en la mía—, estoy aquí. No tienes que cargar con todo esto sola, entiendo que Pawel sea un canalla, pero no está todo perdido para ti. Puedes hablar conmigo, abrir tu corazón. Estoy aquí para ti, siempre, tu no tienes la culpa de nada sino que has tenido el valor de dar a conocer lo que hay dentro de ti y lo que has estado pasando.

Las palabras se me escapan antes de que pueda detenerlas, todo lo que he guardado dentro de mí sale a la superficie. Le hablo de mi miedo, de mi dolor, de la desesperación que casi me llevó al borde del abismo. Pero también le hablo de lo que siento por él, de cómo su amor ha sido el único consuelo en medio de tanto sufrimiento.

—Nikodem, no sé qué habría hecho sin ti. Siento que me has salvado de tantas maneras, no solo físicamente hoy, sino también emocionalmente. Me has dado esperanza cuando todo parecía perdido—digo, con mis ojos llenos de lágrimas—. Y lo más importante... me has hecho sentir amada por primera vez en mi vida.

—Madalina, estás con toda la contención necesaria alrededor mientras un tipo impune allá afuera que te ha dañado de todas las maneras que se podría dañar a alguien insiste contigo como si eso le sirviera al muy canalla para defenderse. Tú podrás seguir adelante, él es quien tiene que responder por lo que ha hecho.

—No… No quiero más que ver con él. Sencillamente quiero empezar desde cero sin él encima de mí, que su sombra desaparezca.

—Tiene que pagar.

—Quiero que se termine todo. Todo, todo.

—Madalina, mereces mucho más que solo indiferencia.

—Tu me has hecho sentir como nunca nadie lo hizo conmigo.

Él me mira con una ternura que me desarma por completo, y en ese momento, todas las barreras que he construido alrededor de mi corazón se desmoronan. No hay más miedo, no hay más dudas. Solo hay amor, puro y sincero.

—Madalina—responde, su voz es un susurro lleno de emoción—, te amo más de lo que puedo expresar con palabras. No sabes cuánto significa para mí saber que puedo ser tu refugio, que puedo ayudarte a encontrar la paz y la felicidad que mereces.

Me inclino hacia él, y nuestros labios se encuentran en un beso suave, lleno de promesas y de amor. Es un beso que me llena de una calidez que nunca antes había experimentado, una conexión profunda que trasciende todo el dolor y el miedo. En sus brazos, siento que finalmente estoy en casa.

Nos quedamos así, abrazados en silencio, compartiendo el momento. El mundo exterior, con todas sus amenazas y peligros, parece distante, casi irreal. Aquí, en este pequeño refugio, estoy a salvo. Estoy amada. Y por primera vez, siento que todo lo que he pasado ha valido la pena, porque me ha llevado hasta este momento, hasta este amor.

—Gracias, Nikodem—susurro contra su pecho—. Gracias por amarme, por estar aquí conmigo. No sé cómo podré agradecerte todo lo que has hecho por mí.

—No necesitas agradecerme nada, Madalina—responde, acariciando mi cabello—. Amar no es un sacrificio en absoluto, es un privilegio. Y yo soy el hombre más afortunado por tenerte en mi vida y agradezco constantemente tu cercanía y el haber llegado en el momento adecuado porque no sé qué hubiera sido de mí. Le diste un sentido a mi vida, me diste motivos valiosos por los cuales luchar.

Las lágrimas siguen cayendo, pero esta vez no son de tristeza, sino de alivio, de gratitud, de amor. Me siento llena de esperanza, de una nueva fuerza que no sabía que tenía. Con Nikodem a mi lado, siento que puedo enfrentar cualquier cosa, que el futuro, aunque incierto, puede ser brillante.

Las horas avanzan, y poco a poco, me siento más tranquila, más segura. Nikodem me ayuda a recostarme en la cama, y se queda a mi lado, sosteniendo mi mano mientras cierro los ojos.

Afuera nos golpean la puerta y es Niko quien se levanta y atiende. Abre, escucho que hay gente fuera y siento que discute, pero luego la puerta se abre y me levanto. Me acerco y veo a dos agentes de policía que me buscan.

—Madalina—dice Niko en un suspiro al otro lado.

—Lo sé—digo, mirando a la policía.




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