Nos subimos al coche y Nikodem toma el volante mientras Ewa se sienta en la parte trasera conmigo. Confío plenamente en los amigos de Niko para dejar a mi madre a su cargo, confío en ellos mucho más en estos meses que los conozco antes que en la gente de años que conocía cuando estaba con Pawel.
Ewa se encuentra sosteniendo mi mano y monitoreando mi estado mientras limpia mi transpiración con una toalla húmeda. Estoy sumamente apenada de haberles arruinado la salida al campo de esta manera, se suponía que aún no debía nacer, no sé por qué está sucediendo esto.
—Lo…siento. Lo sien…to—pido con lo que me permite pasar la voz por mi garganta cerrada por el dolor.
—Madalina, escúchame—dice Ewa, mientras el coche se pone en marcha—. Sé que tienes miedo, pero estás haciendo un trabajo increíble, aún no sabemos en qué posición viene el bebé, pero sí debes tratar de mantener la calma porque no hay de qué preocuparnos, ¿okay? Solo necesitamos que aguantes un poco más, ¿de acuerdo? Vamos a llegar al hospital y todo estará bien.
Las contracciones se vuelven cada vez más intensas y estoy luchando por mantener la calma, pero el dolor es indescriptible, estoy segura de que jamás en la vida viví algo como esto ni pensé que podría sentirse así. Mi cuerpo parece estar tomando el control gracias a sus palabras, pero no quita la sensación de que me estoy rompiendo por dentro, siento como si estuviera siendo arrastrada por una corriente que no puedo detener.
—Niko… Ewa…—jadeo, mientras otra contracción me atraviesa—. No sé si puedo esperar hasta llegar al hospital...
Ewa me mira y su rostro es una mezcla de preocupación y determinación.
—Nikodem, necesitamos llegar cuanto antes—dice, sin apartar la vista de mí—. El bebé no va a esperar mucho más.
Nikodem acelera, pero incluso con el coche en marcha rápida, el trayecto se siente interminable. Ahora además tengo miedo de que nos pueda pasar algo por mi culpa ya que debemos apresurar a Niko.
Cada minuto que pasa siento que estoy más cerca de dar a luz y el miedo a que algo salga mal me consume.
—Ewa, ¿qué pasa si... si no llegamos a tiempo?—pregunto con la voz profusamente temblorosa.
—No pienses en eso, Madalina—responde Ewa, con una firmeza que me sorprende—. Estamos aquí contigo, te estamos cuidando a ti y a tu hijo.
—G-gracias…
El coche da una vuelta brusca y veo la entrada del hospital a lo lejos. Pero la siguiente contracción es tan fuerte que siento que el bebé está a punto de nacer. Literalmente ya sin avisos ni preámbulos.
—¡Nikodem, por favor, rápido!—grita Ewa, ahora sin poder ocultar su urgencia que me da la pauta de que ya no está todo tan en órbita como antes.
Nikodem conduce hasta la entrada y en cuanto el coche se detiene, el personal del hospital sale corriendo hacia nosotros. Parece ser que ya los pusieron en aviso de que nos estén esperando (ventajas de que tu marido y todos sus amigos sean profesionales de la medicina).
Me suben a una camilla con evidente táctica para sujetarme y todo se convierte en un torbellino de luces, voces y movimiento. Estoy asustada, pero me aferro a la voz de Nikodem, que me acompaña en cada paso.
—Estoy aquí, Madalina, amor mío. Lo estás haciendo bien. Ya casi estamos—me dice a mi lado y elijo aferrarme a su voz como quien busca una luz en medio del océano para dar con tierra firme.
Acto seguido, me llevan a la sala de parto. Ewa sigue a mi lado, coordinando con los médicos y asegurándose de que todo esté bajo control. Pero el dolor es tan fuerte que apenas puedo concentrarme en lo que sucede a mi alrededor.
—Madalina, necesito que empujes—dice el médico, su voz es evidentemente calma pero autoritaria.
Reúno todas mis fuerzas, concentrándome en la voz de Nikodem, en la promesa de que pronto tendré a nuestro bebé en brazos. No quisiera hacerlo pasar por esto, pero recuerdo que es médico él también y me sirve a modo de consuelo en parte. Empujo con todo lo que tengo, sintiendo cómo el mundo se reduce a ese único acto.
—¡Aaaaahhh, me duele!—digo, aterrada.
—¡Tranquila, todo está bien!
—¡AAAHHH!
—¡Un poco más!
—¡VOY A…MORIR…!
—¡Ya casi, mi amor, ya casi…!
Una vez tuve un sueño.
En ese sueño era una mujer que creía ser feliz, con todo a su alrededor que le daba la pauta de que verdaderamente tenía que serlo.
En ese sueño, tenía amor, casa y la promesa de un futuro “estable”. Pero nada de eso era una realidad.
Porque ese sueño se había convertido en una pesadilla terrible.
Yo no quería estancarme en medio de esa pesadilla.
Necesitaba algo a lo que aferrarme.
Necesitaba el amor.
Necesitaba volver a amarme a mí misma.
Necesitaba salvarme.
Porque sí.
Un día descubrí que sin mi propia voluntad, convicción y esfuerzo, los demás no podrían entrar en mi vida para ayudarme a sobrevivir.
Y todos, en mayor o menor medida, debemos hacer ese esfuerzo por salvarnos a nosotros mismos.
Sea cual sea la situación.
Lo mío fue grave en verdad, fue tocar un límite devastador, fue tocar fondo y empujarme para salir a la superficie ya no solo por mí.
Ahora también por mi hijo.
La buena noticia cuando sientes que te hundes es que, si sabes contener la respiración, tocar fondo puede ayudarte a empujarte un poco y si alguien te tiende una mano, podrás finalmente salir.
Solo tienes que sujetar la mano.
Porque siempre, de algún modo, está ahí para ti.
Después de lo que parece una eternidad, siento un alivio inmenso, seguido del sonido más hermoso que he escuchado en mi vida: el llanto de mi bebé. El dolor me ha dejado medio grogui, creo que estoy al borde del desmayo.
—Lo hiciste, Madalina. Lo hiciste—susurra Nikodem, con lágrimas en los ojos mientras me besa en la frente.
Pero apenas soy capaz de tener coherencia a mi alrededor porque el mareo es tan fuerte que pronto me va dejando a oscuras hasta que también pierdo el sentido de la escucha y ya no soy capaz de percibir nada.