Despierto lentamente, como si estuviera emergiendo de un sueño profundo, confuso y un tanto…doloroso. Siento mi cuerpo pesado, los párpados me arden y mi alma está resentida en cada rincón de mi ser. Todo a mi alrededor es borroso, como si estuviera atrapada en una niebla espesa que no me deja distinguir la realidad de mis propios pensamientos.
Trato de moverme, de decir algo, pero apenas un susurro escapa de mis labios. A lo lejos, escucho un murmullo de voces, entre cálidas y preocupadas. Intento activar mi atención y reconozco la de Nikodem, firme y reconfortante, y también la de Ewa, con su tono profesional que siempre me ha dado seguridad. Siento una presión suave en mi mano y el aroma a desinfectante hospitalario llena mis sentidos.
Abro los ojos lentamente y la luz blanca de la habitación me deja enceguecida por un instante. Me esfuerzo por enfocar y entonces lo veo: Nikodem está a mi lado, con los ojos llenos de lágrimas, pero una sonrisa radiante en su rostro. Sus dedos envuelven mi mano con ternura, y no puedo evitar sentir una oleada de alivio. Estoy viva. Estoy aquí.
—Hola, preciosa—me dice él en voz baja, con su tono cargado de amor y de algo que podría identificar entre gratitud, alivio, quizás un poco de temor que todavía se niega a desaparecer del todo—. Nos diste un buen susto.
Intento sonreír, pero mi cuerpo aún se siente tan débil que apenas puedo mover los labios. Me toma un momento recordar lo que ha pasado, el parto, el dolor, la confusión y la imagen borrosa de mi hijo…nuestro hijo, ese instante fugaz antes de que todo se apagara. Miro a Nikodem con desesperación, queriendo saber si todo ha salido bien.
—¿El bebé…?—logro articular las palabras con mi voz ronca y temblorosa, además con un miedo severo que se aferra a mi pecho.
Nikodem asiente con una sonrisa que ilumina toda la habitación. Sus ojos brillan, y por un segundo, parece tan vulnerable como yo.
—Está bien, Madalina.
—Sanito y fuerte. Es un varoncito.
—¿Varón…?
Bueno, ya había hecho mis estudios antes.
—Hiciste un trabajo magnífico—me corrobora Ewa y realmente consigue darme cierta conmoción.
—Está perfecto—dice ahora Niko y siento que el nudo en mi garganta se deshace un poco—. ¿Quieres verlo?
Las lágrimas me llenan los ojos antes de que pueda responder. Asiento, incapaz de hablar, y Nikodem se inclina hacia mí, presionando un beso suave en mi frente antes de moverse hacia la cuna transparente al lado de la cama.
Lo veo tomar a nuestro bebé con una delicadeza infinita y en cuanto lo sostiene en sus brazos, mi corazón se acelera. Todo el dolor y el miedo se desvanecen al ver esa pequeña figura envuelta en una manta blanca. Nikodem se acerca,y al fin lo tengo frente a mí. Es tan pequeño, tan frágil y, a la vez, tan perfecto.
—Mira, cariño. Conoce a tu mamá—dice Nikodem con una ternura que nunca antes había visto en él, aunque sí es una persona dulce y con una calidez infinita..
Me lo coloca con cuidado en el pecho y apenas siento su peso, una sensación de paz me invade. Sus ojitos apenas abiertos parecen intentar observarme o reconocerme, su piel es suave y sonrosada, sus diminutas manos se mueven en el aire como si exploraran el mundo por primera vez. Es increíble, un milagro que apenas puedo comprender.
—Ho-hola…mi vida—susurro, con la voz rota por la emoción, mientras acaricio su cabeza con suavidad—. Eres… Cielo santo, eres lo más hermoso que he visto en toda mi vida.
Las lágrimas fluyen libremente mientras lo miro, completamente absorta en este momento que lo cambia todo. Siento a Nikodem a mi lado, su presencia cálida y constante, y alzo la vista para encontrarme con sus ojos. Me doy cuenta de que este es nuestro sueño hecho realidad, que hemos llegado hasta aquí juntos, contra todo pronóstico.
—Te amo tanto—le digo, con la voz temblorosa pero llena de sinceridad.
—Yo también te amo—responde él, tomando mi mano y entrelazando nuestros dedos—. Gracias por luchar, Madalina. Gracias por traernos a este pequeño guerrero.
Ewa y su marido se mueven hacia la puerta, observando con sonrisas que apenas pueden contener. Ella me dedica un gesto de apoyo, una pequeña señal de que ha estado conmigo desde el principio y ahora está aquí para deleitarse este momento de pura felicidad.
Todo se siente perfecto, casi irreal. El dolor, las luchas, los miedos... todo parece tan lejano ahora, tan insignificante frente a esta nueva vida que tengo en mis brazos. Miro a mi hijo y sé que, sin importar lo que venga, siempre encontraremos la manera de seguir adelante. Porque ahora tengo un motivo más grande que cualquier obstáculo, un amor tan profundo que no hay palabras suficientes para describirlo.
Y sé que aún quedan batallas por librar.
—Vamos a estar bien, mi pequeño Ivo—le susurro a mi bebé, sintiendo cómo se acurruca contra mí, con ese calorcito reconfortante que solo un recién nacido puede dar, dándole un nombre por primera vez—. No importa lo que pase, siempre estaré contigo, mi amor.
—¡Ivo!—dice Niko, conmovido—. ¡Madre mía, es magnífico!
La habitación se llena de risas suaves y de susurros de alegría y, aunque el mundo afuera sigue girando, aquí, en este pequeño rincón, todo es paz. Me recuesto suavemente, con mi hijo en brazos y Nikodem a mi lado. Por primera vez en mucho tiempo, me siento completa.