Estoy en el pasillo de alimentos orgánicos, observando las etiquetas, tratando de decidir cuál de todas las opciones es la más adecuada para Ivo. Desde que nació, me siento confrontada con la ilusión de ser una buena madre, pero a medida que va creciendo es como si los desafíos se volvieran más complejos: sus primeros pasos, lo que va comiendo, los refuerzos positivos que tiene alrededor, su cercanía a dispositivos electrónicos, tiempo de ocio que valga la pena en su crianza, sus llantos que a veces desesperan. Lo voy intentando, es todo en mi vida esta criaturita de mejillas regordetas y enormes ojos azules que iluminan mi vida como nada en el mundo.
Él se encuentra sentado en su sillita, con sus piernitas moviéndose alegremente y sus ojos grandes y curiosos explorando todo a su alrededor. Le sonrío, disfrutando de este pequeño momento cotidiano que, a pesar de su simplicidad, se siente como una pequeña victoria. Una parte de mi nueva vida que se siente ligera, real, sin el peso de las sombras que alguna vez me persiguieron.
De repente, mi teléfono vibra en el bolsillo de mi abrigo. Alcanzo el aparato sin pensar demasiado, acostumbrada a los mensajes que suelen ser recordatorios de citas con Nikodem, consejos de mi madre o actualizaciones de Ewa quien me ha ofrecido ser su redactora creativa en su emprendimiento de espacio creativo para niños y adolescentes. Además de ser médica, se desempeña con una casa de arte que es maravillosa, he tenido oportunidad de conocerla y me encargo de generar algunas dinámicas y labores organizativas que puedo resolver desde casa, además que se siente orgullosa de que yo trabaje ahí ya que la publicación de mi libro no pasó en absoluto inadvertida.
Sin embargo, no. No es Ewa. Cuando abro la pantalla flex en mi móvil y veo el remitente, mi corazón se detiene por un segundo, creo inclusive que el aire se congela en mis pulmones obligándome a detener mi andar en el supermercado donde se supone que hoy haría un día normal de mi lista de tareas para el hogar.
"Hola, Madalina. Soy Pawel, por si borraste mi contacto" dice el mensaje y me hiere seguir leyendo, aunque no puedo evitarlo. "Necesitamos hablar. He contactado a mis abogados. Es sobre Ivo."
Mis manos tiemblan un poco mientras releo el mensaje, como si de alguna manera las palabras fueran a cambiar si las miro lo suficiente. Pero no cambian. No desaparecen. Pawel. Yo sabía que llegaría este día, lo sabía, pero nada me ha preparado para el golpe visceral de verlo en letras negras y frías en la pantalla. Mi primer instinto es el miedo, una oleada de pánico que corre por mi espalda, haciéndome sentir expuesta, vulnerable, como si toda la seguridad que he construido a mi alrededor durante estos meses fuera solo una fina capa de vidrio que se ha hecho añicos en un segundo.
—¿Mammmamammmamii?
Me vuelvo hacia Ivo, quien me mira con sus ojos llenos de inocencia, balbuceando felizmente mientras agarra un peluche de colores que cuelga del carrito. Mi pequeño guerrero, mi razón de ser, eres más importante que mi propia vida, no puedo permitir que te acerques a Pawel.
Me esfuerzo por tomar una bocanada de aire profundo, tratando de calmarme. No puedo permitirme caer en el pánico aquí, no ahora. No mientras él me mira.
Trato de concentrarme de nuevo en los estantes, en lo que estaba haciendo antes de leer ese maldito mensaje, pero mis manos siguen temblando y mis pensamientos se enredan en una maraña de miedo y preguntas. ¿Qué quiere Pawel? ¿Por qué ahora? Me advirtió alguna vez que por asuntos de su imagen pública, tendría que corresponder como “un buen padre”. ¿Es que lo quiere como pantalla para demostrar que ahora sigue por el buen camino? ¿Es una amenaza real o solo una táctica para asustarme? Y lo más importante de todo, ¿cómo puedo proteger a mi hijo de alguien como él si no pude protegerme siquiera a mí misma en su momento? Caray, si Nikodem se entera va a ir directo a buscarlo y no dudará en matarlo.
Mientras estoy absorta en estos pensamientos, siento una presencia junto a mí. Una mujer, alta, de cabello rubio y ojos grises, me mira con una expresión que no sé descifrar del todo. Quizá sea una lectora o alguien que me vio en TV durante mi lucha, sin embargo esa lucha no sirvió de nada si ahora recibo un mensaje que tira abajo todo lo que alguna vez intenté hacer bien en mi vida.
Ella tiene una sonrisa en los labios, pero hay algo en su mirada, algo afilado, como una sombra que se oculta detrás de una fachada amable. Me doy cuenta de que ha estado observándome durante un rato y eso solo intensifica mi ansiedad.
—¿Madalina?—dice finalmente mi nombre; su voz es dulce pero con un deje de algo que no logro identificar—. Perdona que te moleste, pero... ¿puedo llamarte Madalina? Es tu nombre, ¿verdad?
Mi corazón se acelera. La observo, tratando de recordar si la conozco, si la he visto antes en algún lugar, pero su rostro no me resulta familiar en absoluto. Aún así, hay algo en ella, en la forma en que me mira, que me pone en guardia.
—Sí, soy Madalina. Ejem…un gusto—respondo con cautela, sin saber adónde va esto—. ¿Nos conocemos de alguna parte?
Ella sonríe un poco más, inclinando la cabeza hacia un lado como si evaluara mi reacción, como si estuviera sopesando algo antes de decidir qué decir a continuación.
—Me temo que no—dice finalmente—. Pero sé quién eres. Te he visto en las noticias... y he escuchado de ti a través de otras personas. Mi nombre es Nastia y también es un placer conocerte. ¿Te ayudo con la mercadería? Eres una persona admirable y me encantaría hablar contigo un momento. ¡Vaya casualidad que nos une!
¿Por qué me uniría algo a ella?
Como sea, abro la posibilidad:
—Está bien, hablemos. ¿Mirabas estas góndolas?
—¡Así es! ¡Oh! ¿Tu hijo?
—S-sí…
—¡Qué hermoso muchacho!
Seguimos andando con cierto recelo porque para mí es ella una total desconocida y su bondad no me resulta para nada genuina del todo.