Sálvame de mí

Capítulo 27

La semana paso lenta, pero por fin había llegado el día. Día en el que resolverá sus dudas, dónde sacaría todo lo que retenía su corazón en ese momento que no era poco. Tuvo que soportar su presencia cada mañana con la necesidad inmensa de acercarse a ella y pedirle nuevamente perdón, pero no tenía el valor. Parecía historia repetida cagarla, pedir perdón. Cagarla y pedir perdón. No se lo merecía y de eso estaba consciente.

En los momentos que sus miradas se encontraban ella mostraba su descontento y hasta pudo notar que bajo esos ojos tiernos color avellana se escondía el miedo de recordar cómo la había tratado. Se sentía un imbécil por no saber controlar sus emociones. La quería y sin embargo la alejaba cada día más.

Tantas cosas pasaban por su cabeza que su ansiedad lo volvía loco. Se refugiaba bajo el vicio del cigarrillo como si eso le resolviera los problemas. Maldito vicio que no podía dejar. Eso le recordaba a su hermano que muchas veces que lo vio fumando le decía que no era bueno, que soltara ese vicio. Siempre tan bueno y tan sano. No fumaba. No tomaba. Un nudo en el pecho hizo que le costara respirar y el ardor en su garganta ahogaba la frustración y la tristeza por no tenerlo junto a él. Aunque pareciera que todo le chupara tres pepinos por dentro se estaba consumiendo. Lo extrañaba y mucho.

Llegó al consultorio sobre la hora y la psicóloga ya lo estaba esperando. Lo hizo pasar y sirvió dos tazas de café. Ella había observado que la sesión rendía frutos si el ambiente pasaba de ser una terapia a una charla con amigos.

― ¡Tanto tiempo! ―exclamó la mujer mientras le daba la taza.

―Sí, parece que hubiera pasado una eternidad desde la última vez que vine.

―Claro. El hecho de que la semana pasada te atendí un lunes en vez del viernes parece que hubieran pasado dos semanas ―Soltó un suspiro de satisfacción―, pero acá estamos. Cuéntame ¿Cómo has estado?

Tyler se desahogó con la señora que tenía enfrente escuchándolo atentamente y asintiendo en todo momento. Le contó que estaba cansado de actuar bajo el impulso de sus reglas, pero eso se había convertido en algo automático en él y que después se arrepentía y su orgullo no le dejaba restaurar lo que hacía mal. Era como si hacer eso rompiera la burbuja en la cual se estaba cubriendo. También le contó sobre lo que sentía por una chica del colegio y el daño que le había generado.

―Siento que tengo que alejarme de ella. Es lo mejor. Aunque la quiera no puedo darle nada bueno.

―No digas eso Ty. Hay un dicho que dice que es mejor pedir perdón que pedir permiso. Tu caso es al revés ―comentó entre risas―. Es tu personalidad, pero estás en un momento de quiebre donde lo que más quieres hacer no lo haces por miedo a romper las paredes que te protegen.

― ¿Qué puedo hacer? ―preguntó confundido.

―Yo te diría que hagas lo correcto. Salir y enfrentar al mundo como un valiente. Tal vez las cosas de las que te escondes sólo sean trabas que nunca te van a dejar avanzar y te guardan de cosas que no tienen sentido.

―Son mis reglas. Me lo prometí a mi mismo que así sería.

― ¿Qué cambios lograste con eso? ¿Te sientes menos culpable por hacerlo?

Tyler se quedó pensando unos segundos que parecieron una eternidad y terminó negando con la cabeza, lleno de arrepentimiento. Ella tenía razón no logró nada con eso. La espina que clavaba su corazón seguía ahí más punzante que nunca, recordándole en todo tiempo que él era responsable de todo lo que pasaba.

― ¿Tyler? ―lo volvió en si―. Yo creo que es hora de que cambies las reglas por unas nuevas. Unas que te generen un cambio para bien.

―Es que no sé qué hacer ―se lamentó arrancando las primeras lágrimas que se deslizaban por sus mejillas con el dorso de la mano.

―Te pusiste las reglas por él. Para sentir que así pagabas el daño que le habías hecho, pero no te das cuenta que eso no cambia nada al contrario dañas a otros en el intento de castigarte. Eso peor. No solucionas solo lo empeoras.

―Es que no sé qué hacer ―repitió en un murmuro―. Ayúdeme.

―Cambiar mal por bien.

―No entiendo. Disculpe.

―Que hagas algo bueno. Algo de lo que tu hermano podría estar orgulloso.

― ¿Qué podría ser eso? ―pensó con un atisbo de esperanza.

―La última vez que nos vimos me contaste que tu hermano era cristiano, que por esa razón él era tan bueno.

―Sí. Yo encontré entre sus cosas una biblia. Nunca nos dijo que fuera a una iglesia.

―Puede que se avergonzara en ese momento de decirlo por miedo a los prejuicios, pero esas cosas no se esconden por más que no las diga. Él se comportaba distinto al resto y los hijos de Dios son diferenciados por las actitudes no porque estén con la biblia debajo del brazo todo el día.

―Es verdad. Él unos años antes era como yo hace un tiempo. Mujeriego volvía borracho a casa, mi mamá lo esperaba despierta toda la noche y de un momento a otro ya no salía como antes, no fumaba ni tomaba y hasta su forma de hablar había cambiado.




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