«Clama a mí y yo te responderé y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces»
Esa voz en su interior hizo que Tyler abriera los ojos. Agarró a tientas su celular de la mesita de luz para ver la hora. Había pasado media hora de las once de la mañana. Por la noche no pudo pegar un ojo. Cada vez que los cerraba su cabeza le daba vueltas a todo lo que le había dicho Carla o también podía ver en sus pensamientos a Tomás y Andrexa juntos, riendo felices.
Se levantó repitiendo la frase dentro de sí. Se puso un pantalón pijama y después de lavarse la cara y los dientes bajó a la cocina. Mientras esperaba a que el agua hirviera tomó su notebook y puso la frase en el navegador. Al darle “enter” el buscador soltó miles de opciones y todas con la misma palabra.
«Jeremías 33:3». Era un versículo. Era la voz de Dios que antes que arrancara su día a su manera, quizás de la misma forma en la que acabó el día anterior, le estaba diciendo que hacer.
Preparó el equipo de mate y sacó de la heladera un poco de queso y dulce y lo llevó a la mesa de desayuno. Al hacerlo se percata de una nota sobre ella.
«Hijo amado. No te quisimos despertar. Vamos a almorzar de la abuela y de ahí vamos directamente al grupo. Cuando te despiertes, ven a comer con nosotros, si quieres. Te amamos. Dios te bendiga. Mamá y papá»
No tenía ganas de ir. No se sentía con ánimos de nada. Su cabeza giraba en torno a un solo tema e iba a ser mejor pasar ese tiempo tranquilo. Se sentó a desayunar. Abrió su biblia buscando el pasaje que le soltó el internet y lo releyó.
Tantas cosas eran las que no entendía ni conocía. Este nuevo tiempo que empezaba a vivir estaba lleno de sorpresas. Disfrutó de las buenas como tener una amistad con Andrexa, recibir el alta en la terapia, sus padres conocían de Dios como él. Cosas muy lindas el Señor le venía mostrando y haciendo vivir. Era un nuevo hombre y le gustaba serlo.
Sólo que desde ayer sentía un vacío y una quietud que no le permitía pensar en nada y de pronto se encontraba con la cabeza que le explotaba por pensar en todo.
Tomó su celular nuevamente y abrió el chat que tenía con Andrexa en WhatsApp. Miró su foto de perfil y suspiró. La extrañaba muchísimo. De repente su chat se pone “en línea”. Se quedó mirando la pantalla embobado esperando que ese “en línea” se convirtiera en un “escribiendo”, pero no, volvía a desconectarse. Miró por largo rato esa pantalla sufriendo de verla en línea varias veces y desconectarse sin siquiera ponerle “hola”.
«¿Con quién estará hablando?» pensó. Todo volvía a darle vueltas.
«Seguro está hablando con Tomás» «Seguro él es más importante» «O puede que no quiera molestarme. ¿Y si le escribo yo? No, ¿Por qué tengo que ser yo siempre el que le escriba? Que me escriba ella si es que le importo, aunque sea un poco de lo que me importa a mí» Sus pensamientos desencontrados hacían que le doliera la cabeza por lo que decidió dejar de darle importancia al asunto. Cerró WhatsApp y dejó su celular. Terminó de ordenar la cocina y se dirigió al living. Se desplomó en el sillón y prendió Netflix. No quería pensar en nada al menos por un rato. Antes de sentarse tranquilo llamó a una pizzería y pidió una calabresa. Tampoco quería cocinar.
Miró una comedia muy chistosa mientras almorzaba. Por unas horas se olvidó de todo lo que le afligía. Sólo por unas horas. Se levantó y llevó los restos de pizza a la cocina y agarró su celular con la esperanza de tener un mensaje de Andrexa. Desbloqueó la pantalla y el bloqueo se lo llevó su corazón. No había nada, Ni un mensaje, ni de ella ni de nadie. Había estado conectada hacía tres minutos y no se tomó un segundo para saber de él ni siquiera para preguntarle si iría al grupo.
«¿Pensará en mí? ¿Le importaré?» fueron algunas de las preguntas que le empezaron a dar vueltas por su cabeza y se clavaban como puñales en su pecho una a una. Se sentía solo. No entendía por qué estaba pasando por esas sensaciones tan extrañas. Recordó el versículo de Jeremías 33:3 y su ser se iluminó.
Dios sabe por qué está pasando por esto y desde que se despertó que le estaba pidiendo que hablara con él para hacérselas entender. Sonrió avergonzado por no haberlo discernido antes. Corrió escaleras arriba y se postró frente a su cama.
«Padre, gracias por todo lo que me das, gracias aún por mi vida y por haberme escogido, pero también perdón por todas las veces que no te escuché y que no hice conforme a tu voluntad lo que querías. Hoy me desperté escuchando tu voz y sin embargo mis emociones pisaron más fuerte. Perdóname por no haberme dado cuenta cuando me lo estabas pidiendo. Sé que querías ahorrarme el disgusto que vengo sintiendo todas estas horas. Tú conoces mi corazón, sabes lo que siento y todo lo que me pasa y aún más conoces mi futuro, solo tú sabes que pasará, pero yo no lo sé y la frustración que siento no me deja pensar ni ver con claridad. Por eso vengo a ti mi Dios para que como dice tu palabra me hagas entender eso que no sé. Me enamoré de Andrexa desde el primer día en que la vi. Hoy somos amigos y te conozco a ti. Mi vida cambió y mi amor por ella creció. No te voy a mentir anhelo con todo mi corazón ser ese compañero que sus tíos esperan para ella y quiero que ella sea para mí. También reconozco y acepto que se va a hacer tu voluntad porque es perfecta. Voy a poner mi fe en eso. Tú tienes la última palabra. Aunque no lo vea o el mundo diga que “no”, voy a creer en que para ti no hay imposibles. Guarda mi corazón. Te entrego la llave porque en tus manos voy a estar seguro en el proceso. Yo sé Señor que en el tiempo correcto las vas a entregar a la persona indicada que espero pueda ser ella. Amén»