Sálvame de mí

Capítulo 41

― ¡Qué alegría verte por aquí! ―dijo el joven asombrado―. No te esperaba hasta mañana.

―Sabía que te ibas a sorprender. No es muy común en mí.

―Sí. Es una agradable sorpresa.

― ¡Feliz cumpleaños! ―exclamó encerrándolo en un largo abrazo―. ¿Creías que otra vez me iba a olvidar?

―No te enojes, pero ya me acostumbré a que siempre te olvides.

―Las personas cambian, hermano.

―De eso no tengo dudas. Veo el cambio ante mis ojos ―dijo con una enorme sonrisa―. Cuéntame ¿Cómo has estado?

―Te extrañamos mucho ―se lamentó―. He pasado todo este tiempo usando las maneras mas tontas para conseguir lo que quería, que por si podría ser más tonto lo que quería tampoco me ayudaba. Me estaba volviendo loco.

―Es que tú haces las cosas a tu manera y a veces todo es más simple de lo que puedes imaginar.

―No es fácil. Me sentía un condenado.

―Ahora ya no lo eres. Alégrate por eso.

―Lo hago y estoy feliz, pero eso no cambia las cosas que ya hice.

―El perdón es importante en estos casos.

― ¿Tú me perdonaste?

―Desde el primer momento que pase por esa puerta, pero es lo mismo que nada porque tú te sigues condenando.

―Me siento así. Nada lo cura.

―Sí, hay algo, pero tú no lo puedes ver.

― ¿Qué es? Lo he intentado todo.

― ¿Probaste con perdonarte a ti mismo?

― ¿Yo me tengo que perdonar?

―Ya no eres Saulo. Eres Pablo desde que Jesús se reveló en tu vida y entró a tu corazón. Deja de perseguirlo porque es cómo si fueras tu propia presa, tu propio enemigo.

― ¿Quién es Saulo?

―Hermano tú sabes donde averiguarlo. Ésta es tu casa también.

―Gracias. Te amo.

―Yo te amo mucho, pero nunca podría igualarme al amor que tiene Jesús por vos. Disfruta este tiempo y no te aflijas. Él ya venció ―expresó de manera tierna. Se levantó y lentamente se dirigió a la puerta por la que había entrado.

― ¿A dónde vas? Recién llegas

―Tengo que irme, pero volveremos a vernos.

― ¡Josué! ―gritó Tyler bañado en sudor.

Todos los años Tyler se acordaba del cumpleaños de su hermano cuando finalizaba el día. Su adolescencia la pasó en rebeldía poniendo en poco incluso hasta las fechas más importantes, pero esta vez fue diferente. Aunque sólo fue un sueño tuvo la oportunidad de saludarlo como nunca lo hizo. Un puñal de tristeza lo traspasó y las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos claros. Lo extrañaba mucho y quería verlo.

Tomó su ropa y entró al baño. Intentó dejar su mente en blanco mientras el agua caía por su cuerpo relajando cada músculo tenso. Se vistió, tomó las llaves del auto y salió.

Manejó por las calles sin estar seguro a donde ir. Todo lo que quería estaba muy lejos. Su hermano estaba muerto, Andrexa era su amiga y lo valoraba, pero él quería más que eso. No podía imaginarse siendo su amigo toda la vida. No soportaría verla en los brazos de otro hombre, pero ¿Qué podía hacer? Su familia velaba por su bienestar y él no era un buen plan para ella. Su mandíbula se tensó y su estómago le ardía de celos de pensar que Tomás era el buen candidato aceptado por la familia y que en este momento seguramente estaba con ella. Espantó sus horribles pensamientos y tomó una decisión.

Pasó aproximadamente una hora manejando hasta que llegó a ese lugar. Lugar que se juró una y otra vez jamás volver a pisar, pero ahí estaba. Caminó lentamente por el camino de cemento intentando recordar el lugar exacto. A los metros su búsqueda había terminado. Allí estaba parado frente a la tumba de Josué. Más de un año ya había pasado desde la última vez que lo vio. Una película se proyectó en su cabeza de ese horrible momento que puso fin con su vida. La culpa se apoderó de él y cayó rendido frente a la cruz que llevaba su nombre. Sus manos se aferraron a la tierra como si quisiera abrazar sus restos y empezó a llorar desconsoladamente. Era la primera vez que lo hacía. Antes había llorado, muchas veces, pero siempre tomó fuerzas escondiéndose tras esa burbuja de chico rudo que se llevaba todo por delante y nada le importaba. Ahora no era el mismo. Esa coraza que cubría su dolor ya no estaba y dejaba al descubierto sus verdaderos sentimientos. Ésta era la primera vez que él descarga su dolor y su culpa enfrentando la realidad.

― Perdón, perdón, perdón ―repetía incansablemente sollozando―. Perdón por haber sido una mierda de hermano, perdón por haberte fallado. ¿Qué hago ahora sin vos? No puedo más. Yo debería estar acá. Yo me merecía la muerte, no tú. Tú eras bueno, jamás me habrías hecho lo que yo te hice a vos. Yo ocasioné que hoy estés acá. Perdón, hermano, perdón.

Sus lágrimas eran más que sus palabras. Se desahogó pidiendo mil veces disculpas, aunque no recibiera respuesta. Suspiró y se quedó en silencio recordando su sueño.




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