El sonido de una llamada entrante asusta a Andrexa que se encontraba leyendo en su escritorio. Corrió prácticamente en busca de su teléfono que estaba sobre la mesita de luz.
― ¿Tyler?
― Escúchame. No me siento bien y no sabía a quién llamar.
― ¿Dónde estás? ―preguntó preocupada―. Tu voz está rara ¿Estuviste tomando?
―Si, pero, por favor no me retes. Te necesito ―dijo arrastrando las palabras.
― ¿Dónde estás? Voy a buscarte.
― No sé la dirección.
―Pásame la ubicación por WhatsApp.
―Ahora te paso. Gracias. Eres un ángel. Mi ángel.
Lo más rápido que pudo se cambio el pijama por un jean, camisa y botas. Seguramente se encontraba en un PUB o quizás un bar. La noche estaba fría por lo que se puso también un saco largo hasta las rodillas. Salió sin hacer ruido. Sus tíos ya se habían acostado y no quería dar explicaciones sin saber al menos qué había pasado con Tyler. Una vez afuera pidió un taxi que llegó a los diez minutos y la llevó hasta el sitio donde se encontraba su amigo.
Entró al pub “Canario”. Estaba a reventar de grupos de personas bebiendo y comiendo bajo las luces de colores y la música a todo volumen. Era un descontrol medio prudente todavía. Lo buscó caminando entre el gentío hasta que lo pudo ver sentado solo frente a la barra con un vaso en la mano.
―Demasiado por hoy ―le dijo con firmeza sacándole el vaso.
Andrexa lo miró y se sorprendió de lo que veía. Tyler tenía los ojos hinchados, su pelo estaba alborotado y su mirada apagada.
―Hola niña ―dijo esbozando una sonrisa tímida―. Perdón por hacerte venir hasta acá.
―Estoy para lo que necesites ―lo tranquilizó―. No cabe dudas que la borrachera no es de fiesta ¿Qué pasa Tyler?
―Tantas cosas me pasan. Tantas cosas guardadas me están matando lentamente ―sonrió apenado―. No quiero aburrirte con mi desdichada vida.
―Te desconozco Ty. Cuando se te pase este malestar vamos a hablar mejor. Ahora, vamos. Te acompaño a casa.
Le extendió una mano para ayudarlo a ponerse de pie y luego él pasó su brazo tras su cuello para sostenerse. Estaba mareado.
―Voy a pedir un taxi ―dijo ella mientras sacaba el teléfono.
―No hace falta. Vine en mi auto.
―No puedes manejar así ―exclamó Andrexa.
―Yo no, pero tú sí.
― ¿Estás seguro?
― ¿Sabes manejar?
―Si, aprendí, pero no tengo práctica.
―Suficiente con eso ―expresó dándole las llaves.
Una vez dentro del auto la joven lo pone en marcha. Estaba nerviosa por lo que en silencio, como siempre era común en ella, oró a Dios para que le dé sabiduría para manejar y los guardara de todo accidente. Manejó guiada por el GPS de su teléfono. Tyler seguía perdido mirando a la nada por la ventana sin emitir ningún sonido salvo el que hacía al respirar. Ella prefirió esperar para hablar y concentrarse en lo que estaba haciendo. Unas cuadras más adelante el GPS marcó el final del recorrido. Miró extrañada el lugar.
―Tyler, ¿No vivías en una casa?
―Sí ¿Por qué?
―Porque en esta dirección hay puros edificios.
El joven se enderezó rápidamente y visualizó el lugar. No entendía cómo llegaron hasta allí, pero de algo estaba seguro y era de que él mismo le dio esa dirección.
―Bueno, esta no es mi casa ―dijo encogiéndose de hombros.
― ¿Dónde estamos entonces?
―Te va a parecer loco, pero te di la dirección de mi hermano. Debería haberme dado cuenta del error cuando te lo dije, pero no sé cómo pasó.
―Una locura realmente. ¿Vamos a tu casa?
―No, bajemos aquí. Tengo ganas de entrar, pero no solo. ¿Entrarías conmigo?
― Dale. Entremos.
Tyler no había vuelto a ese lugar desde que falleció su hermano. La casa aún conservaba todos los muebles y servicios. Aún ese lugar tenía su esencia.
Entraron juntos. Prendió la luz y se empezó a sentir mal. Los recuerdos dándole vueltas por su cabeza y el efecto del alcohol lo descompusieron. Prácticamente corrió al baño y se inclinó frente a inodoro para limpiar su estómago. Andrexa fue por detrás y se quedó con él masajeándole la espalda.
Se lavó la cara y cruzó a la habitación que antes le pertenecía a su hermano. Ese lugar seguía estando igual. La cama perfectamente tendida como a él le gustaba y la biblia en su mesita de luz. Andrexa abrió las persianas para que se ventilara y luego se sentó en la cama junto a Tyler sin decir nada. El chico dejó caer su rostro en el hombro de su amiga. El olor de su piel lo tranquilizaba y lo hacía sentir seguro. Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas bajo la tenue luz que entraba por la ventana. Una de esas tristes gotas mojaron el cuello de Andrexa que se alarmó y se enderezó para mirarlo a los ojos. Él intentó ocultar su dolor agachando la cabeza, pero ella lo obligó a mirarla.