Los primeros rayos de sol que se colaron por la ventana despertaron a Andrexa que estaba muy cómoda dormida bajo los edredones de esa cama tan confortable. Se sentó al mismo tiempo que se estiraba dando un largo bostezo.
«Esta no es mi habitación» pensó levantándose de golpe. No tardó mucho en acordarse de donde estaba y por qué. Salió de la pieza y se dirigió a la cocina.
Tyler estaba frente a la mesada con los auriculares puestos muy concentrado en lo que estaba haciendo. Ella se volvió al baño para lavarse la cara. Agradeció a Dios que él no la hubiese visto tal y como estaba. Despeinada con los ojos de mapache porque tenía corrido el maquillaje.
Se volvió a la cocina y se sentó en una de las sillas que rodeaban la mesa sin sacarle los ojos de encima. Unas horas atrás ese mismo chico que estaba tan pleno batiendo café enérgicamente había sido el más vulnerable. Verlo llorar le partió el alma. Ahora era libre y la ponía feliz ser parte de ese testimonio.
― ¡Buenos días princesa de Dios! ―saludó Tyler―. Estaba por ir a despertarte.
― ¡Buen día chico princesa! ―saludó ella―. No sé en qué momento me quedé dormida. Mi tía debe estar preocupada.
―Te llamó varias veces, pero como no te despertabas la atendí yo y le expliqué la situación. Así que tranquila niña ―suspiró―. Preparé el desayuno.
―Gracias por tomarte ese atrevimiento ―dijo con tono burlón―. Enserio, gracias. Nunca pasé la noche fuera de casa.
―De nada niña. Además, me pareció que era mi deber ya que no te llevé a tu casa porque también me dormí ―sonrió dulcemente mientras dejaba sobre la mesa el café con un plato de medialunas.
― ¿Les pusiste jamón y queso? ―comentó sacando una y dándole un mordisco―. ¡Deliciosas!
―Sé que te gustan. Y no sé por qué, pero por alguna extraña y linda razón no puedo dejar de mimarte ―se sentó frente a ella y la miró divertido―. Chiquita, ¿No te parece que te falta algo?
― ¿Qué me falta? ―abrió los ojos grandes.
― ¿No vas a orar?
Andrexa se llevó una mano a la cara con vergüenza. Tyler tenía razón. Ella debería dar el ejemplo y sin embargo parecía que de un momento a otro él estaba tomando sabiduría del cielo para hacerla ordenar. Una sonrisa tímida dibujó sus labios. Era lindo que ese chico de ojos claros que la tenía embobada fuera quien la pusiera en su eje cuando se salía. Su tía muchas veces le dijo que un hombre de Dios era aquel que cuidaba la casa, ponía el orden, pero también era capaz de amar a su esposa como el vaso más frágil. Suspiró con ternura y volvió a posar sus ojos en él.
―Perdón ―logró decir.
―Está bien. Oremos.