Sálvame de mí

Capítulo 54

La noche pasó lenta para Tyler haciendo uso de las poderosas armas, como la oración y la palabra de Dios que eran lo único que le daban consuelo. Pero como dolía. Ya estaba cansado de llorar.

El sol había salido, pero ya no brillaba como días anteriores. El día comenzaba triste y sin razón. Hacía mucho que no se sentía así. Debería tener paz y convencerse a si mismo que no había hecho nada malo para estar transitando esa situación, pero cómo podía hacerle entender a Andrexa que no tenía la culpa.

Le llenó la casilla de mensajes de los cuales sólo recibió una respuesta que le robó una sonrisa. Nunca pensó que se podía ser sarcástico con la palabra de Dios

Tyler: Andrexa, por favor, respóndeme. No puedo dormir sin saber al menos si llegaste bien.

Andrexa: Isaías 48:22

Buscó su biblia esperando encontrar una promesa.

“No hay paz para los malos dijo Jehová”.

Eso no lo dejó tranquilo. Necesitaba respuestas así que le escribió a Tomás.

Tyler: Tomás estoy desesperado. Estoy seguro que Andrexa está bien en tu compañía, pero necesito saber que hacer con esto. Me estoy volviendo loco.

Tomás: “San mateo 6:33”.

«Ahora entiendo por qué son amigos» pensó. De todas maneras, Tomás tenía razón. Dios debería tomar el primer lugar en su vida porque sólo así todo se ordenaría. Entregó su día al Señor y pasó la mañana adorándolo y exaltándolo con alabanzas. En unas horas estaría en la reunión de la que era parte cada sábado y aunque la consecuencia sea ver a Andrexa su primera necesidad era buscar el reino de Dios.

 

 

 

En la casa de Andrexa, en una buena organización, prepararon todo lo necesario para generar un ambiente cómodo para la reunión. A raíz del calor que hacía prepararon jugos frutales y sándwiches para agasajar a sus invitados que iban llegando poco a poco.

―Andrexa, casi es hora y Tomás se está encargando solo de recibir a las personas.

―Tía, no me siento bien. ¿Te molesta si hoy no los acompaño?

― ¿Qué te ocurre? ―se preocupó Carla.

―Sólo me duele el estómago. No amanecí bien hoy.

―Esta bien. Cuando llegue Tyler le digo que suba.

― ¡No! ―exclamó repentinamente, pero viendo que su tía cambiaba el semblante de preocupada a sorprendida bajo la voz―. No hace falta. Deja que se quede en la reunión. Después yo hablo con él. No te preocupes.

―Sí, me preocupo, pero ya no tengo tiempo de pedirte explicaciones ―negó con la cabeza―. Sé que soy tu tía, casi una madre, pero también soy mujer. También estuve enojada con Roberto muchas veces. Me sobra experiencia para darme cuenta que algo malo entre ustedes está pasando.

―No quiero hablar de eso.

―Lo entiendo y lo respeto. Más tarde vamos a hablar. Mas allá del problema te amo y quiero tu bien. Y si algo he aprendido es que guardarse cosas sólo ocupan espacio y no dan lugar a cosas nuevas ―la besó en la frente―. Dios te bendiga.

―A ti igual. Te amo.

Bastó que la puerta se cerrara para que Andrexa cayera rendida de rodillas. El ardor en su garganta le quemaba por contener tantas horas las ganas de llorar. Sus fuerzas humanas no podían contener el dolor que la golpeaba y se sentía presa del orgullo. Encontraba muchas razones para creerle a Tyler, pero enseguida una razón se encargaba de opacarlo todo. No importaba qué explicación le diera nada podría borrar el recuerdo tan amargo de verlo besando a Laura. Podía aceptar que ese chico del que estaba enamorada tuviera un oscuro pasado con una interminable fila de chicas y que una de esas fuera ella, pero esto no era su pasado, era su presente. Presente en donde muchas personas sabían de la relación que tenían y que la mayoría de ellos también presenciaron el espantoso momento que sólo puede definirse como engaño.

Las lágrimas que caían formaban un charco. Andrexa comenzó a balbucear una adoración a Dios. Luchaba con las ganas de bajar y abrazar a Tyler como si nada hubiese pasado y el orgullo de pasar por su lado y darle vuelta la cara. No sabía qué hacer, pero estaba segura que en ese manojo de emociones contradictorias lo mejor era no decidir nada para no arrepentirse después. Su única salida era quedarse quieta, aunque no entendiera y a su carne le doliera. Dios le daría la salida. Él era el único que podía llenar el vacío que estaba sintiendo.

Amó a Dios con palabras, aunque estuviera encerrada en una triste oscuridad. «La luz no se puede esconder» «Tú eres la luz en mi oscuridad» repetía. Se acurrucó en la suave alfombra de su cuarto sin dejar de hablarle a su Rey, su Padre, su Amigo fiel. Lo adoró hasta que se quedó profundamente dormida.




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