Aún con el ruido que hacían los autos que cruzaban por la calle podía sentir el latir desbocado de su corazón. Estaba nervioso. Tras esa puerta podía encontrarse con cualquier cosa, pero debía ser valiente para reconquistar lo que había perdido. Todo el camino se preguntó si Andrexa habría contado el suceso del día anterior, pero, aunque no tuviera respuesta sentía paz. Esa chica le había enseñado que el amor cubre multitud de pecados. Ella sería incapaz de juzgarlo y condenarlo. No se ataría jamás con un sentimiento de rencor ni mucho menos lo propagaría como si fuera una peste.
Respiró hondo y sacó valor para tocar el timbre. Los segundos que demoró la puerta en abrirse intentó relajar sus músculos que estaban tensos por los nervios.
―Hola Tyler, pasa. Estábamos esperándote ―lo saludó Carla sonriente.
Pasó y se sentó junto a sus padres. Antes de hacer la incómoda pregunta, su amigo se apresuró a comentar que Andrexa no se sentía bien y que no estaría presente con ellos. Todo parecía normal como si nada hubiese pasado. Era un cruel alivio saber que no había barreras que le impidieran acercarse a ella de nuevo.
Como cada sábado los primeros minutos eran entregados a Dios en adoración. Tyler tuvo que hacer un gran esfuerzo por enfocarse en lo que realmente importaba en ese momento. Era una tortura tener tan cerca a su chica y no poder hablar con ella. Le urgía arreglar las cosas. La extrañaba mucho. La necesitaba. Pero también se sentía culpable porque ella tuviera que perderse de servir por no querer verlo. Era injusto.
La música comenzaba a sonar. Todos inclinaron sus rostros en adoración y comenzaron a brotar susurros de amor a Dios. Buscaban su presencia y no iban a dejar de adorar hasta sentirlo en sus corazones.
«“Y yo escucho el eco de tu voz, resonando en mi interior. Tus palabras me sostendrán y me dan seguridad. Los velos se están cayendo y hoy puedo ver con claridad. Mi fe se está encendiendo y hoy me vuelvo a levantar… Es tu amor que me sostiene, el que me levanta. El que me da paz, me da seguridad… De lo que vendrá, tú tienes el control. Nunca pierdes el control”. (Julio Melgar)»
«Nunca pierdes el control» Esa frase retumbaba en su interior. Dios nunca pierde el control de lo que tiene en sus manos.
«Señor, si quise actuar a mi manera te pido perdón. Reconozco que solo no puedo hacer nada. Te entrego el control de mi vida. Haz como tú quieras. Tú tienes el control» Oró a Dios con la tranquilidad de estar haciendo lo correcto. Y abrió su corazón para recibir la palabra. Las cosas se resolverían a la manera de Dios. Ya no tenía miedo porque el verdadero amor hecha fuera el temor.
―Primero quiero bendecir sus vidas ―comenzó Roberto―. Gracias por venir. Sé que el Señor tiene un propósito con sus vidas y estamos reunidos para escuchar su voz, ser capacitados en su palabra para dar fruto, mucho fruto.
Tomás se levantó de su lugar y comenzó a repartir los jugos y dejó a alcance de todos, las bandejas con sándwiches.
―Bueno para comenzar me gustaría contar con mis palabras una historia que está escrita en “San juan. Capítulo 11” ―comentó la mujer tomando su biblia―. Es la historia de Lázaro. Este hombre estaba enfermo y sus hermanas llamaron a Jesús para que lo sanara, pero Él fue a su encuentro cuando Lázaro ya hacía cuatro días que estaba muerto. En ese tiempo cuando alguien moría se esperaban tres días antes de perder toda esperanza porque se decía que en esos días podía volver a la vida. Jesús fue al cuarto cuando las esperanzas ya estaban todas perdidas y lo hizo resucitar.
Todos escuchaban con atención el relato. Sobre todo, Tyler que se sintió identificado con lo de perder las esperanzas. Sólo que él las perdió antes de las primeras veinticuatro horas.
― El Señor nos estuvo revelando mensajes a través de varios versículos. Vamos a ir desmenuzando el capítulo y dejar que Dios nos haga caer los velos que nos impiden ver con claridad ―sonrió victoriosa―. Hoy somos cómo Lázaro envueltos en velos, manos atadas, en otras palabras, estamos muertos, pero la palabra nos dice que aún cuando ya no hay esperanzas Jesús viene a darnos vida de nuevo.
Todos los presentes soltaron un amén con ímpetu y gozo. El espíritu de Dios se movía por ese lugar y era palpable en el ambiente profético que se estaba generando.
―En el versículo cuatro dice: “Oyéndolo Jesús, dijo: Esta enfermedad no es para muerte, sino para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.” ―leyó en voz alta―. Claramente el Señor nos revela que esas situaciones que padecemos en nuestras vidas y que nos hacen sentir enfermos no van a terminar con nosotros, sino que están ahí para darle la gloría a Dios cuando Él se manifieste con gran poder y nos de la victoria.
―En los versículos 7 y 8 ―continuó Roberto―, habla de que Jesús quiere volver a Judea y los discípulos se sorprenden de que él quiera volver sabiendo que tiempo atrás quisieron matarlo ―tomó un trago de jugo y sus ojos se posaron en Tyler―. Muchas veces van a aparecer personas que te van a recordar tu pasado y te van a querer aconsejar que no sigas lo que Dios te dice. Cuando eso pasa tenemos que pensar como Jesús ― el joven sabía que por espíritu le estaba hablando a su corazón. Podía sentirlo en el sudor caliente que corría por su frente y el temblor de sus manos. Roberto siguió explicando sin dejar de mirarlo―. Cuando los discípulos le dijeron eso, Él les preguntó “¿Acaso el día no tiene doce horas? El que anda de día no tropieza porque ve la luz.