Sálvame de mí

Capítulo 56

Las semanas pasaban lentas, pero ya estaban en la última semana de clases. La última semana de esa etapa. Luego todos se dispersarían en distintas carreras y universidades.

Andrexa desde ese viernes tomó la decisión de dejar las clases. Al fin y al cabo, ya no ponían falta y no tenía ninguna materia para recuperar. No quería cruzarse con ninguno de sus compañeros. Aunque intentara sacarse de la cabeza ese perjuicio de ser la burla, no podía y su orgullo iba en aumento cada día. Incluso hasta con Tomás había peleado por reprender su actitud. Sus tíos le permitieron que faltara a las clases que faltaban e incluso le aceptaron perderse la fiesta de egresados en la que habían aportado mucho dinero para que ella pasara la mejor noche. Lo único que le pusieron de condición era que se presentara al acto académico del próximo viernes. Ella aceptó ya que sentía que podría soportar unas horas para recibir un diploma y salir de esa etapa tan importante con la frente en alto, aunque tuviera el corazón hecho añicos.

Tyler por su lado luchó contra la necesidad de buscarla. Apagó su teléfono y bloqueó sus redes para no tener acceso a mirar sus fotos, ni sus estados. Eso le dolía mucho, pero había aceptado hacer caso a la guía y dirección de sus líderes. Ellos a pesar de ser como padres para Andrexa a él también lo tomaban como hijo espiritual y lo guiaban en este proceso. No la llamó, no la buscó y evitó escuchar cualquier chisme o responder cualquier pregunta que no lo edificara. Bien sabía que la fe venía por el oír, pero oír la palabra de Dios. Él se presentó a cada clase y nunca demostró su tristeza. Actuaba como si nada hubiese pasado y todos al principio pensaban que había vuelto a ser el mismo. Sin embargo, cada vez que se lo cuestionaban el respondía con sabiduría «El que sabe quién es no necesita demostrar nada, pero si quieren saber, amo a Andrexa, pero no está en mis manos sino en las de Dios»

En el almuerzo, Tyler comía con sus amigos Juan, Julián y Tomás y luego en los últimos minutos se iba al patio y leía. En esas semanas se había acostumbrado a usar los recreos para leer la biblia o leer una de las novelas que había comprado para Andrexa. La lectura se había convertido en su pasatiempo favorito. Darles vida a los personajes en su imaginación y sentir sus emociones como propias era divertido. En esta oportunidad estaba leyendo “El día que dejó de nevar en Alaska” de Alice Kellen. La historia le recordaba a Andrexa, pero no dejaba que la nostalgia fuera dolorosa, sino que revivía en su memoria cada momento con alegría. El personaje principal, Heather, tenía las mismas manías de su niña. Odiaba el frío, se vestía con botas calentitas y bufandas, pero lo que más le recordaba a ella es que Heather leía novelas, muchas novelas y cada noche que Nilak, otro personaje principal, la acompañaba a su casa ella le relataba lo que iba leyendo. En las largas caminatas sin rumbo fijo que daba con Andrexa siempre le iba contando con emoción lo que leía. Era adorable verla tan metida en una historia al punto de darle vida en el mundo real. Su sueño era conocer España en invierno sólo para tomar chocolate con churros como los personajes de las novelas de Blue Jean. Sonrió al pensarlo. Su niña era una loca y su locura lo volvía loco. Así de redundante.

― ¿Me puedo sentar? ―preguntó la joven sacándolo de sus pensamientos.

―Sí, siéntate ―dijo haciéndole espacio―. ¿Estás bien?

―Realmente, no ―confesó mirando el libro que sostenía―. ¿Te gusta leer novelas?

―Es una manera de pasar el tiempo, viendo como otros la pasan de lo lindo ―dijo entre risas.

―Tyler, quiero pedirte perdón ―soltó mirándolo a los ojos―. Me dejé llevar por la bronca. No es por ti. Tú sabes que te quiero, pero a ella la odie desde que entró el primer día a nuestras vidas.

―Odiar es malo. Te lo digo por experiencia. Te pierdes de muchas cosas y vives sólo de historietas que salen de ti misma. Lo peor es que te pierdes de conocer realmente a las personas y lo que tienen para dar que muchas veces son cosas buenas.

― ¿Eso te pasó con Andrexa?

―Sí, aunque mi historia es diferente. De todas maneras, cuando pude conocer mejor a Andrexa me di cuenta que ella era una chica maravillosa y me enamoré de la amistad que teníamos ―suspiró entristecido―. Con ella conocí a Dios y Él sanó mis heridas. Tú deberías hacer lo mismo. Sólo Jesús puede darte la salida.

―Me cuesta creer en Él, pero viendo lo que ha hecho en ti me intriga saber más de Dios.

―Genial, entonces. No pierdas tiempo en este mundo que no te da nada.

―Igual me siento culpable por lo que pasó. Enserio te pido perdón. A raíz de mi enojo y mi “venganza” ―dijo haciendo énfasis―. Creí que me iba a sentir bien pero ahora me siento una basura por arruinar algo que era lindo y te hacía feliz. No me di cuenta del mal que estaba haciendo hasta que lo vi en sus ojos.

―Te perdono. No te condenes más.

―Si, pero quiero arreglarlo ―agregó agradecida―. ¿Puedo hacer algo para solucionarlo?




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