El color blanco es el color de la esperanza, la paz, la pureza. Nunca lo había pensado hasta que se vio en el espejo. Su vestido blanco combinado con un lazo violeta, su color favorito, era hermoso y le reflejaba eso. Lo que era ella en la identidad que siempre decidió tener. No importaba ya lo que le costó llegar donde estaba. No importaba las veces que cayó, que se sintió mal ni las lágrimas que soltó en el proceso. Llego hasta ahí porque dejó que Dios guiara sus pasos, aunque muchas veces no entendiera sus planes. Estaba cerrando una etapa pura y sin mancha.
― ¡Estás hermosa, princesa! ―exclamó Roberto desde la puerta.
―Gracias, tío ―dijo aún mirándose al espejo―. No se vale llorar. Ya me maquillé.
―Todavía no. Mantengamos la cordura ―se acercó a ella y corrió un mechón de pelo que caía sobre su mejilla―. Quiero que sepas que estoy muy orgulloso de ti. Eres una mujercita valiente. Una guerrera. Tus padres estarían felices si te vieran. Te convertiste en esa mujer por la que oraron desde que se enteraron que venías a este mundo. Venías con un propósito grande que se está cumpliendo y le doy gracias a Dios por permitirme verlo de cerca.
―Me vas a hacer llorar ―se quejó emocionada y lo abrazó―. Te amo. Gracias por guiarme a lo largo de estos años. Soy lo que soy no sólo por gracia de Dios sino porque seguí tus pasos.
― ¿Hay un poco de amor para mí? ―preguntó Carla que los estaba escuchando―. Estás bellísima. Pareces una novia.
―Pero no me voy a casar ―dijo Andrexa poniendo sus manos en la cintura―. Aún no. Cuando Dios diga.
―Los planes de Dios son perfectos. Sólo que a veces nos deja en el desierto para que nos capacitemos. Muchas veces duele y creemos que es innecesario, que no lo merecemos. Es ahí donde tenemos que recordar que Jesús era Dios y no necesitaba morir para demostrar que nos amaba, pero lo hizo porque así estaba planeado.
―Y nos quejamos sin siquiera soportar un cuarto de lo que Él soportó ―continuó Carla―. Cuando termina la tormenta y viene la calma nos damos cuenta que el viento se llevó lo que estaba inestable y que solo permaneció lo que estaba fijo. Ahí entendemos cuales son sus planes. Ahí se caen los velos y empezamos a ver que para atrás todo fue necesario.
―Gracias por sus palabras. Sé que no pasé unas lindas semanas. Que luché con mi orgullo y realmente no sé que Dios me tenga preparado después de esto, pero sé que voy a la meta limpia de ese mal.
Se abrazaron por lo que pareció una eternidad, pero estaban en casa, en el calor de la unidad.
La decoración del salón era un sueño. Fue un trabajo en equipo. Estaba decorado al gusto de todos. Había flores como le gustaba a Anahí, velas como le gustaba a Lorena, telas como le gustaba a Laura y hasta tenía el toque infantil de Andrexa con los globos desparramados por el piso del salón y muchos globos de helio que adornaban el techo. Había una mesa por familia las cuales iban ocupando a medida que llegaban. En la mesa de la Familia McGregor estaban sus abuelos y Amber, su amiga de Buenos Aires, junto con sus padres. Andrexa no lo sabía. Cuando llegó al Salón entró con Roberto por la parte de atrás porque tenían que bajar por una escalera. Fue un cambio de último momento. Le avisaron por la mañana. Esperaron un rato largo, pero sólo estaban ellos dos. Ninguno de sus compañeros estaba ahí.
―Nos habremos confundido de lugar ―comentó Roberto con tranquilidad―. Quédate aquí voy a preguntar por donde tenemos que entrar.
No se sentía ruido a nada. Es cómo si directamente se hubiesen confundido de salón y estaban en un lugar vacío. Roberto volvió minutos después.
―Tenemos que entrar por ahí para que te reúnas con tus compañeros ―señaló con un gesto y la tomó de la mano―. ¿Nerviosa?
―Un poco. Me estaba impacientando, en realidad.
―No perdamos más tiempo.
Caminaron por un pasillo angosto que le dio paso a una escalera. Subieron y se toparon con otra entrada. Roberto se frenó y le dedicó una mirada dulce y besó su mejilla antes de abrir la puerta que daba al salón. Andrexa se topó con la sorpresa de ver desde la planta alta a todos sus compañeros con sus familias aplaudiendo su llegada. Miró de reojo a su tío sin entender nada y él se encogió de hombros divertido. Todo había sido planeado. Buscó a Tyler entre la gente dando una mirada rápida antes de bajar por la escalera, pero no lo vio. Intentó no derrumbarse y aceptar lo que estaba pasando con madurez. Tomó el brazo de su tío y bajo la escalera sonriendo. Era un elegante espiral. Cuando llega al último tramo Tyler la estaba esperando al final. Roberto la soltó al llegar y se reunió en la mesa donde estaba su esposa. La música se cortó y todos hicieron silencio. Andrexa entendía cada vez menos, pero estaba paralizada al pie de la escalera.
― No entiendo nada, Tyler ―dijo ella mirando para todos lados.
―A veces no hace falta entender, sino confiar. Eso aprendí este tiempo. No es fácil dejar todo en manos de Dios y quedarse quieto cuando el panorama muestra todo muy confuso ―comenzó decir Tyler por un micrófono―. Pero después comprendí que cuando nos determinamos a confiar comienza a brotar luz en la oscuridad y empezamos a ver con claridad ―posó su mirada en el público que aún seguía de pie―. Yo no entendía porque pasaban muchas cosas y quise solucionarlas a mi manera, pero siempre llegaba al mismo vacío. Ese vacío lo llenó Dios cuando entendí que cuando se fueron todos fue el único que se quedó a mi lado. Aprendí a escuchar su voz y entender sus caminos por eso estoy acá hablándoles con la fe inquebrantable de que estoy respaldado por Él.