― Mil disculpas por la demora ―dice avergonzado Roberto tras llegar quince minutos tarde a la reunión―. He tenido un contratiempo de camino.
Roberto antes de ir a su oficina llevo a su esposa al trabajo.
―No te disculpes. Lo entendemos ―comentó el señor que estaba sentado en una de las sillas frente al escritorio.
El despacho era enorme, aunque algo oscuro. Roberto abrió las persianas para que el lugar se ilumine. Saca unas carpetas que tenia en uno de los armarios tras él y se sienta frente a la pareja que estaba esperando.
Él es un asesor inmobiliario y había acordado esa cita por la venta de un departamento. Aún no lo había visto ni tasado, pero le intrigaba saber cual era el motivo de la venta. Si bien vender a él le generaría ganancias y es su trabajo y todo apunta a que él tiene que convencer al otro a vender, siempre tuvo el pensamiento que le dieron sus padres «Las propiedades no se venden». Entonces estaba dispuesto a buscar las razones e intentar darle una solución que no termine en la venta del departamento, aunque la decisión es de los dueños e iba a terminar sucediendo lo que ellos decidieran.
―Esta es la carpeta que la secretaria me dejo la semana anterior para ver los detalles del departamento, fotos y demás ―abre la carpeta y les muestra―, pero antes de verla tenia la necesidad de hablar con ustedes otro punto del cual me es indispensable para seguir.
―Bueno, díganos de que se trata ―sugiere la mujer tomando el brazo de su marido.
Roberto entrelazo los dedos sobre su escritorio y pensó por unos instantes como empezar. No es fácil preguntar de una manera despreocupada sobre un tema así. Él solo está ahí para hacer su trabajo. Eso no debería importarle, pero no podía hacer algo de lo que después se arrepintiera. Prefería pedir disculpas por meterse en un asunto que no es de su incumbencia a pedir disculpas a Dios por haberse dejado ganar por la inseguridad.
―Sé que es un tema en el cuál yo no debo meterme ―se desajustó el nudo de la corbata para respirar mejor―, pero quiero que entiendan que para mí es necesario.
La pareja lo miraban incrédulos y el ambiente se torno tenso. Antes que ellos pudieran decirle algo para que continúe se aclaró la garganta y prosiguió:
―Señores Mario y Sara Sánchez ¿Por qué quieren vender ese departamento?
Ellos se sobresaltaron ante tal pregunta y Roberto se sintió muy formal en preguntar, pero fue lo que le salió en el momento. Luego vería como acomodaba la conversación.
Mario y Sara se miraron y sus ojos claros se apagaron y sus mandíbulas se tensaron como sí les hubiese molestado la pregunta, pero en realidad Roberto había tocado su parte sensible recordando la razón de una manera dolorosa.
Sara agacha la cabeza y Mario se dirige al asesor curvando una pequeña sonrisa como para ocultar que estaba afectado.
―La pregunta nos tomó de sorpresa. Por lo general es algo que no importa, pero si a ti te parece que es necesario no veo el problema de darte una razón, aunque no entienda de que va todo esto― se sinceró el hombre. Su voz paso de ser sonora a un susurro―. Ese departamento era de mi hijo mayor, pero como falleció hace un año ya no lo va a necesitar.
Roberto trago saliva y un nudo se formó en su garganta. El dolor de perder un hijo es insoportable. Entendía que les pareciera conveniente vender la propiedad para deshacerse de las cosas que le recuerden a su hijo.
―Lo lamento muchísimo ―intentó consolarlos―. Entiendo perfectamente por lo que están pasando.
Sara que hasta el momento permanecía cabizbaja lo miró entristecida y asintió con la cabeza.
―De todas maneras y sin intención de ofenderlos creo que no es bueno que ustedes vendan la propiedad. Quizás no tengan el departamento, pero eso no va a aliviar el dolor que sienten.
― Hacemos lo que podemos― sollozó Sara―. Tener ese departamento nos hace sentir mal. Nuestro hijo nunca más va a vivir allí. Nos parece mejor saber que eso ya no existe en nuestras cosas.
―Eso no va pasar. Cada vez que pasen por esa calle ese departamento va a seguir estando en el mismo lugar y con éste los recuerdos ―explicó Roberto con calma―. La decisión es suya, pero me tomo el atrevimiento de decirles lo que pienso. Vender esa propiedad les va a generar un dinero que se gasta, pero la vivienda permanece y siempre es útil. ¿Tienen otro hijo?
―Si, tenemos otro hijo, pero él tampoco la quiere habitar ―dijo Mario pasándose una mano por el pelo.
Él sabia que era una pésima idea venderlo, pero su esposa e hijo estaban de acuerdo que no podían seguir teniéndolo entre sus posesiones.
―Nadie podría ―murmuró la mujer.
―Yo no perdí un hijo, no sé lo que se siente, pero lo vi en mis padres cuando perdieron a su hijo, mi hermano. Fue doloroso y hasta el día de hoy si pienso en eso me duele que no esté entre nosotros.
La pareja lo escuchó atentamente. No sabían porque el asesor se había tomado el atrevimiento de contar su historia. Otro no lo habría hecho ya que una posibilidad de venta como esa sería mas importante que la razón por la que ellos querían venderlo.