―Hoy es viernes de pizza y película ―exclamó Tomás entrando a la casa levantando una caja de pizza caliente.
―Pensé que la íbamos a hacer casera ―dijo ella encogiéndose de hombros.
―Yo no quiero cocinar y tengo hambre
―Yo tampoco quiero cocinar ―dijo ella agarrando la caja cuidando de no quemarse― Dejo esto en la mesa ratona y voy a buscar la gaseosa y dos vasos.
―Genial, ¿Te ayudo en algo? ―preguntó el joven.
―Sí, ponte a buscar una peli.
―Mande señora.
Estas mini juntadas que tenía con su amigo eran un mimo. Pasaban mucho tiempo juntos. La escuela, las juntadas de la promo, las reuniones de los sábados y cualquier excusa que se pueda usar para reunirse era bienvenida. Este viernes no hubo excusa solo dos amigos con hambre y sin ganas de estar solos.
Andrexa saca la gaseosa de la heladera y toma dos vasos de la alacena. Los lleva y los acomoda en los lugares libres de la mesa.
Tomás estaba sentado en el sillón y tenía en pausa la película. Había elegido “El stand de los besos”. Dos amigos inseparables que tenían reglas que no podían romper, se querían, pero en cuestiones del corazón las reglas se podían romper sin querer. Simplemente pasaba. Comieron y bebieron hasta saciarse. En esa hora y media el único sonido eran las voces que salían de la pantalla. Salvo por la parte que le tocó a Tomás hacer bullying cuando vio a Andrexa sorberse la nariz. No pudo contener las lágrimas al ver cuando los amigos se peleaban porque el chico se enteró que ella había roto la regla número 9.
―No pienses ni de lejos que te voy a presentar a mis hermanos.
―No pienses ni de lejos que vamos a tener reglas.
― ¿Eso quiere decir que te gusta mi hermano?
―No, tonto. Si ni los conozco.
―Cierto.
La película terminó varios minutos después. Apagaron el televisor y juntos ordenaron el salón. Ya en la cocina, Andrexa pone la pava e invita a su amigo a sentarse en la mesa de desayuno.
―Linda casa.
―Gracias. La ha elegido mi tío ―le contó ella― Él es el que está en el rubro inmobiliario así que estoy segura que ésta fue su mejor elección.
La casa era enorme y la cocina sin duda era un lujo. No era el cuarto más grande pero cada cosa estaba puesta en su lugar. Era iluminado lleno de despenseros y alacenas. El horno estaba encajado entre medio de los muebles al igual que heladera. La cocina era de esos anafes con vidrio, que si no andas con cuidado podrías cometer la tontería de apoyar la mano arriba y quemarte sin que te des cuenta.
El teléfono de Andrexa suena a lo lejos. Con un movimiento de cabeza le hizo entender a Tomás que se lo alcanzara. El joven lo agarro y sin querer se prende la pantalla dejando al descubierto una notificación
«Tyler Sánchez quiere ser tu amigo»
―Te mando la solicitud de amistad nuestro Tyler.
Andrexa que estaba probando el primer mate empalidece y en un acto reflejo chupa la bombilla con fuerza y se quema la lengua. Tomás al verla sonríe con picardía.
― ¿Qué te pasó? Ni que te hubiera mandado la solicitud el anticristo.
―No, no pasa nada.
―Entonces, ¿Por qué te pusiste así? ―le preguntó examinando sus expresiones para tratar de encontrar la razón, aunque no se la diga.
Andrexa puso los ojos en blanco y le alcanzó un mate mientras buscaba las palabras para sacarse esa pregunta de encima. La realidad es que ni ella comprendía por qué se ponía así cada vez que escuchaba su nombre.
―Me sorprende, sólo eso.
― ¿Y por qué te sorprende? Es normal que se tengan de amigos. Somos compañeros de clase.
―Es que se me quedaron colgadas sus palabras. Ya te conté lo que pasó ese día que me sacaron de la clase.
― ¿Cuándo te dijo que no tenía obligación de ser tu amigo?
Sintió que se le revolvía el estómago de sólo recordar esa frase con la voz de ese chico, pero antes que pudiera decir algo más el teléfono vuelve a sonar.
«Hola, quizás debería esperar a que aceptes mi solicitud para poder hablarte, pero no sé si lo vas a hacer. Te escribo para disculparme por las cosas que te dije en el patio la otra vez. No tenía un buen día y no quería hablar de nada serio en ese momento. Quizás pienses que soy un loco. Y sí, quizás lo sea. No prometo cambiar porque actúo muchas veces por impulso. También me quiero disculpar por lo del primer día cuando te choqué y te eché la culpa, también estaba loco y también la tarde que no te saludé. En fin, sólo te escribo para pedirte perdón. Que tengas un buen fin de semana.»