Sálvame de mí

Capítulo 15

Después de varias semanas con múltiples avisos de las profesoras de cada materia llegaron los períodos de exámenes.

La profesora entra al salón y como nunca todos estaban sentados en sus respectivos lugares, no había bullicio ni ruidos de bancos. Era el día de consulta antes de la evaluación y nadie lo quería pasar por alto, menos ellos que estaban en el último año y como grupo se habían prometido ayudarse mutuamente para tener todas las materias aprobadas.

Andrexa estaba sentada como cada día junto a Tomás en la primera fila junto a la ventana. En ese momento la evitaban porque los días estaban bastantes fríos.

― ¿Nerviosa? ―pregunta en voz baja Tomás.

― ¿Tú que crees?

―Que estás muerta de miedo.

―Eso te gustaría.

―No, para nada. Oré todo este tiempo para que apruebes. No voy a perder la fe ―dijo con gracia el joven.

Andrexa no pudo evitar reírse. Ese era su amigo y no podría encontrar uno mejor. Tan bueno y tan gracioso. Pasaban mucho tiempo juntos y estudiar siempre fue la razón perfecta para reunirse más veces en ese tiempo. Sus tíos estaban a gusto con él, ya era cómo de la familia. Sus ojos se encontraron con los ojos marrones de pestañas largas de su amigo y por primera vez se sintió avergonzada.

― ¿Te gusto?

―Si serás tonto ―dice ella agachando la cabeza para esconder que se había ruborizado.

Tomás reprimió una carcajada. Otra vez lo había logrado. Era tan ingenua la pobre que no podía discernir que se lo decía en broma porque lo estaba mirando. Pero esta vez no dijo nada más, sólo esperó «one, two, three…»

―Lo que pasa es que a veces pienso y miro a punto fijo y me quedé perdida mirando tus ojos sin percatarme que en realidad nos estábamos mirando.

Ahora sí que no aguanto la risa y explotó en una carcajada que la profesora tuvo que frenar con un «shhh, estoy por tomar lista Tomás», y varios de sus compañeros posaron su atención en ellos.

―Me di cuenta. Te conozco amiga ―la tranquilizó él―, pero voy a ponerme mal porque tú deberías conocerme también y darte cuenta que te estaba jodiendo.

―Lo sé, perdón. Son los nervios del examen.

―ah con que estas nerviosa ―exclamó asombrado abriendo los ojos como platos―. Encima, querías engañarme. Eso es pecado.

La joven puso los ojos en blanco y le sonrió irónicamente. En realidad, no tenía temor por el examen. Ingles le gusta y no sabe si sacará diez, pero menos de siete imposible. Sus nervios vienen de otro lado, en el fondo a la derecha donde se encontraba un lugar vacío. Ese era el lugar de Tyler. Ya la profesora había comenzado a tomar lista y él no había llegado. «¿Estará en el patio?» se preguntó a sí misma recordando que cuando llego tarde directamente prefirió no entrar a clases. No eran amigos, ni hablaban seguido, pero había algo en él que le llamaba la atención y no sólo era por ser el chico mas lindo que había visto jamás, sino su actitud que la volvía loca y su curiosidad la llevaba a pensar siempre en él y en su forma de actuar para con ella. O al menos es con lo que se engañaba para no llevar sus razones por lugares de los que no se puedan volver con facilidad. Tomó aire y lo soltó como un suspiro que le daba paz. No duró mucho, porque la puerta del aula se abrió.

―Perdón por llegar tarde. Sé que no debería entrar, pero le pido que haga una excepción. Necesito la clase de consulta.

Tyler estaba parado en la puerta. Sus ojeras delataban que no tuvo una buena noche y sus despeinados cabellos le daban un toque salvaje. Podría haber sido por el viento, el día además de estar frío te agobiaba con las ráfagas de viento que corrían.

―Hola Tyler, pasa por esta vez ―indicó la profesora―, pero debo ponerte la media falta igual.

―Cómo corresponde ―contestó en joven mientras se dirigía a su banco―. Gracias por dejarme pasar.

Cuando Tyler se acerca a su fila antes de ir hasta el fondo sus ojos verdes se perdieron en los ojos color avellana y en la pequeña sonrisa que dibujaba la boca de su compañera. Por su parte no supo cómo actuar y solo le guiñó un ojo amigable y le dio la espalda caminando a su lugar. Andrexa lo siguió con la mirada embobada. Este se sentó y se dio cuenta de que ella lo observaba y esta vez la saludó con una sonrisa y un breve movimiento de cabeza.

―Acá tienes un pañuelo ―se burló Tomás que presenció el atontamiento de su amiga.




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