Samurai Mariachi

UN AMANECER LLUVIOSO, parte dos

A sus ochenta y tres años la cuesta donde quedaba el cementerio de sus ancestros cada día se hacía más y más  empinada para la señora Hisui, normalmente no lo visitaba con tanta frecuencia pero su amigo de la infancia y administrador del mismo había ido de visita a la capital a ver a su nueva bisnieta y le había pedido el favor de cuidar sus bonsáis, para ella era una buena excusa para visitar aquel lugar y ofrecer una ofrenda a sus ancestros, especialmente ahora, en la época más oscura que ella pudiese recordar para este pueblo.

Ya hacía una semana desde que había comenzado aquella rutina de levantarse antes que salga el sol para hacer el recorrido de dos kilómetros que separan su casa del cementerio y a pesar de las recomendaciones de su nieto y de su familia ahora ese recorrido matutino era lo que más esperaba en el día, al fin y al cabo a su edad ningún fantasma la podía asustar, pero nada la había preparado para lo que la esperaba aquella mañana. Como de costumbre abrió la casa de su amigo para dejar salir al gato y poder preparar una taza de té caliente antes de visitar la tumba familiar, cada vez pensaba con más frecuencia si debía orar por que los ancestros los ayudaran o por que la dejaran morir antes de ver los horribles acontecimientos que se vaticinaban para el pueblo.

Cuando el té estuvo listo lo dejó reposar y se dispuso a caminar hasta el lugar de sus ancestros, un recodo al final del cementerio donde solo los miembros de su familia eran enterrados. Al aproximarse un olor a incienso y sándalo la detuvo en seco, algo le trajo  recuerdos a su mente, recuerdos amargos que ella misma había decidido olvidar para poder seguir viviendo con una herida que jamás se curaría, pronto sintió como todo le comenzó a dar vueltas y el suelo se aproximaba a gran velocidad.

Al recuperar la conciencia la anciana se encontró en la casa de su viejo amigo, un pequeño lugar de solo una habitación, con una pequeña cocina y una sala de estar tan llena de bonsáis que era casi imposible caminar sin tropezarse con alguno,  a su lado se encontraba un muchacho de unos quince años, extranjero, pelo largo y una sonrisa triste. La ayudó a incorporar y le ofreció el té que había dejado reposar.

  • Debe tener más cuidado abuela. ¿se encuentra usted bien? O prefiere que llame a una ambulancia.
  • Es usted muy amable jovencito, pero ya me encuentro mejor, al parecer estos ochenta y tres años ya me están pesando demasiado.
  • No diga usted eso abuela, que todavía tiene otros ochenta y tres años más que vivir.
  • Te lo agradezco muchacho, ya me siento mejor ¿pero que hace un joven como tú en un lugar como este?
  • Solo estaba ofreciendo mis respetos en una tumba al final del cementerio.
  • ¿pero por tu rostro puedo decir que no eres de Japón?
  • Sí, pero así no lo parezca soy todo un samurái. (una sonrisa pícara y un guiño de ojos como pidiendo su complicidad)
  • ¿Así que conoces a alguien de esta ciudad?
  • Algo por el estilo, es solo que debía traer a un viejo loco de vuelta  a casa, aunque debo confesar que me resultó muy complicado encontrar la ciudad exacta, tuve que recorrer casi medio Japón para encontrar la familia correcta y tumba correcta.
  • Así que el incienso de sándalo era tuyo.
  • Si, era el preferido del viejo loco, ahora me agrada mucho ese aroma.

Un viento helado recorrió su espalda, un frio efímero, etéreo, pero para alguien que como ella se había despedido de demasiadas personas importantes en su vida era una sensación muy conocida “alguien se está despidiendo”.

  • Veo que ya se encuentra mejor, así que continuare mi viaje abuela.
  • Espera… no te he agradecido como se debe, dame un momento y preparare un buen desayuno para los dos.
  • En tal caso  acepto su invitación con una condición, abuela.
  • ¿Cuál es?
  • Que yo cocino, no me sentiría bien si alguien que se acaba de desmayar me atiende, además me sentiría mejor, piénselo como una forma de agradecer su hospitalidad.
  • Está bien, gracias.

En su mente la señora Hisui oró porque como de costumbre su  amigo hubiera dejado la despensa llena pese a que ella jamás hacia uso de lo que él le dejaba, pero en esta ocasión era imperativo hacerlo ya que necesitaba más tiempo con aquel muchacho de sonrisa  triste.

Varios minutos después el olor a huevos revueltos y café caliente la regresaron de sus pensamientos, de   sus dudas, del misterio que envolvía aquel joven que ahora retiraba varios bonsáis de la mesa del comedor para hacer espacio para el desayuno que él mismo había preparado, la llamó gentilmente a la mesa y espero a que se sentara para comenzar a desayunar. Pronto se dio cuenta que aquel muchacho no tenía buenos modales, debió reprenderlo con un golpe en la cabeza con los palillos, justo como lo hacía con sus propios hijos hacía ya demasiado tiempo, el muchacho le sonrió melancólicamente y con tres golpes de palmas  y un “Itadakimasu[1]” comenzó a desayunar mientras el corazón de aquella mujer seguía llorando sin saber el porqué.

Un destello iluminó aquel recinto, un recuerdo olvidado, una sensación tan amena, tan cálida, tan amarga que la señora Hisui se preguntó si esas clases de coincidencias podían pasar en la vida real. Era un olor a desayuno con pescado, a alegría infantil y al rostro de sus hijos sentados a la mesa peleando como siempre por cualquier cosa.




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