Sanando a Violet

Capitulo 30

Narra Violet

 

-Tienes que perdonarme Alejandro, por favor no me dejes -

 

Rechisté por milésima vez.

 

No había podido dormir nada, no pegué el ojo ni siquiera. Traté de escribirle por mensaje pero es obvio que no sería ético de mi parte.

 

Llevaba.... unas dos horas, o tal vez tres? Frente al espejo imaginando que lo tengo al frente y le pido disculpas por mi comportamiento.

 

No sé cuándo ni como pero el reloj marcó las siete, y yo hoy debía esmerarme con mi rostro y el maquillaje. Traía los ojos hinchados de tanto llorar y mi cara estaba toda roja, parecía como si tuviese una alergia o me hubiera picado un panal de avispas.

 

Ameritaba un baño de pies a cabeza, así que lavé mi cabello y me unté un montón de cosas en la cara tratando de que el enrojecimiento se esfumara. Traté de darme prisa ya que sabía lo que me esperaba.

 

Cuando terminé de ducharme, me coloqué la ropa interior y busqué entre la ropa que aún no desempacaba, la misma que había llevado para la casa de Alejandro y luego otra vez había regresado conmigo. Entre todo el desastre me decidí por escoger una falda azul marino, con un largo hasta las rodillas, la cual me quedaba ajustada a mi figura y no me hacía ver tan común, combinándola con una camisa blanca de mangas largas.

 

No suelo usar pantimedias, por lo que me apliqué crema en las piernas para que no lucieran secas.

 

Con gel peiné mi cabello, aplastándolo tanto como si me hubiera lambido una vaca, haciéndome un moño bajo, envuelto.

 

Con mi rostro me gradué, literal. Ya que yo solo aplico mascara de pestañas y labial, pero hoy había tenido que usar base, polvo traslucido, corrector, pomada para cejas, iluminador y para darle vida a mis ojos, apliqué una sombra casi del tono de mi piel para darle algo de vida a mi mirada.

 

En mis labios me apliqué un labial rojo, el que le gustaba a Alejandro, solo con la intención de llamarle la atención.

 

Anoche lo había llorado demasiado como para que hoy no logre hablar con él.

 

Terminé poniéndome los tacones y el reloj en mi muñeca.

 

Eran las ocho y treinta, tenía que llegar en quince minutos como máximo.

 

Yo que no sufria de tardanza cuando Alejandro me pasaba a recoger, tampoco tenía que conducir y por supuesto, nuestro camino juntos era el mejor de todos. Ni siquiera encendíamos la radio, nosotros no escuchábamos los boletines noticiarios mañaneros, hablábamos de cualquier tontería, y terminaba siendo interesante.

 

Pensar en que si no me retracto puedo perder todo los momentos buenos que me regaló, entonces creo que moriría de tristeza.

 

Anoche trataba de no llorar, pero se me hacía inevitable, porque siempre era el quien para cada lágrima que derramaba, estaba ahí limpiándola. Y resulta que anoche no estaba, y lo tenía bien merecido, había sido una tonta.

 

Por más que aumentaba la velocidad en el auto viejo que nos dejó papá se me hacía eterno el camino. Al menos, la señora Beck, no se lo llevó.

 

Que no podemos olvidar que si se terminó marchando, finalmente creo que ahora si no volverá.

 

Y esa también era la razón por la cual hoy estaba decidida a lo que sea con tal de no perder el amor de Alejandro porque no podía permitir que la señora quien se hace llamar por mi madre me abandonara, volviera, hiciera un desastre en mi vida y de nuevo se largara, dejándome a mí con ira y resentimiento descargado sobre la única persona que me ayudó, haciéndome perderlo a él también.

 

Anoche no me quedó más que entender que mientras yo continúe guardándole rencor en mi corazón, no seré feliz.

 

Aparqué en el estacionamiento de la clínica y me sorprendió no ver la jeepeta de Alejandro en el parqueo.

 

Caminé apresurada hacia la entrada después de cerrar el coche.

 

Saludé a todos mis compañeros con los cuales me encontraba por los pasillos tratando de que no me miraran fijamente a la cara.

 

Al llegar a la sala de psicología, me acomodé en mi escritorio y esperé y esperé nerviosamente por Alejandro, pero no lo veía entrar.

 

Ya tres pacientes habían tenido que irse, simplemente porque él no estaba. Y claro que quise llamarlo, pero no tenía valor alguno para hacerlo.

 

-Violet - se detuvo frente a mí el Dr Elliot. Un buen colega de Alejandro.

 

-Buen Dia, Dr Elliot - traté de brindarle media sonrisa.

 

-Querida, que haces aquí? Acaso no sabes que Alejandro no va a venir hoy a dar consultas? Me parece extraño ya que ustedes son pareja - me miró extrañado.

 

-Que? - la mente se me nubló.

 

-Anoche envió un mensaje al consejo, a esta hora tiene que estar en el aeropuerto, el viajará a new york a un proyecto para el cual ha sido invitado. No revisaste tu correo? No te dijo nada? Son pareja. -

 

La presión cardíaca se me disparó. Sentí como un sudor frio bajaba por toda mi frente, mi respiración se volvió agitada y el mundo se me hizo trizas.

 

El dolor en mi pecho se agudizó bastante.

 

-Estas bien? - me preguntó mirándome preocupado.

 

Asentí mientras tragaba, sintiendo como si tuviera una bola de pelos en mi garganta.

 

-A qué hora salía su vuelo? –

 

- Me dijo que estaría volando ya al medio día, se deben estar preparando para abordar, me imagino - les juro que quería llorar.

 

-Gracias por la información- apenas pude decirle mientras tomaba mi bolso y salía disparada como un cohete.

 

Corrí por todo el pasillo, sin importar que absolutamente casi todo mundo me mirara como loca. Me subí a mi auto pero cuando introduje las llaves no me quiso encender.




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