Sanando su Corazón

Capítulo 2: Héroe

Dámaso 

Estoy sentado fuera de la enfermería de mi empresa, esperando a que terminen de revisar a la señorita Akster. Quisieron atenderme primero, pero les aseguré que estaba bien y que no era necesario. Lo único que tengo herido es mi orgullo, pensé que estaría agradecida conmigo por salvarla; no obstante, me grito en la cara y se levantó tan rápido como si el solo contacto con mi piel le provocara asco. 

De acuerdo, puede que esté siendo algo dramático. 

Mi celular suena, el nombre de Silas aparece en la pantalla, por lo que contesto de inmediato. 

—¿Le pasó algo a Nayla? —inquiero tan pronto como atiendo. 

—No, ella está bien. —responde con calma—. Sin embargo, está preocupada porque no llegaste a tiempo para su cita, así que me pidió llamarte. ¿Está todo bien?, no es común en ti faltar a sus encuentros. 

—Iba saliendo de la empresa rumbo a ustedes cuando vi que casi atropellan a una mujer, así que la salvé y ahora estoy esperando a que me digan que ella está bien. —Le explico. 

—¿Estás bien?, puedo ir a verte al hospital. 

—No es necesario, estamos en la enfermería de la empresa. Cuando me asegure de que ella está a salvo, iré a verlos. Si no es problema. —aclaro. 

Silas y yo nos llevamos bien porque ambos somos respetuosos con el otro. Somos amigos más que hombres que comparten la custodia de una niña, lo cual no es fácil de explicarles a las personas; puesto que mucho asumen que somos pareja. 

—Nayla es hija de ambos, tienes tanto derecho de verla como yo de cuidarla. Deja de ser tan… obtuso. —Se abstiene de llamarme tonto, lo cual aprecio. 

—Es complejo. 

No ha sido fácil para mí aceptar mi rol en la vida de Nayla. Si bien soy su padre biológico, siento que soy un estorbo en su vida, con lo cual estoy seguro de que ni ella ni Silas concuerdan. Ambos se esfuerzan por hacerme sentir que pertenezco, cosa que en el fondo aprecio. 

—Llevamos meses en esto, Nayla te ama, deja de cerrarte. No has hecho más que estar atento a ella desde que supiste de su existencia, eres un buen padre. 

La puerta de la enfermería se abre, lo que para mi suerte, me salva de tener esta conversación con Silas.  

—Lo siento, tengo que irme. Nos vemos más tarde, hazme saber si Nayla se queda dormida temprano. —Y cuelgo antes de que diga algo más. 

Ria sale y camina hacia mí, su expresión es de molestia, algo que parece ser usual en ella. Es extraño, por teléfono sonaba más amable. 

—Gracias por salvarme, señor Katsaros. —dice una vez está frente a mí. 

A pesar de que sus palabras son de agradecimiento, no hay nada en ella que me indique que es así como realmente se siente. Suena más bien a algo que dirías por obligación. 

—¿Se encuentra bien? —inquiero. 

—Sí, señor. Solo unos raspones superficiales, nada que una pomada no alivie. 

—Me alegra escuchar eso. —El silencio que le sigue es incómodo, ella evita mirarme, mientras que yo no soy capaz de apartar mis ojos de ella—. Vaya a casa a descansar, nos pondremos al día mañana. 

Me giro con la intención de irme, mas escucho que ella refunfuña algo. 

»¿Hay algo mal? —cuestiono. 

—¿Por qué me salvó? Arriesgó su vida por una desconocida, nadie hace eso en la actualidad. 

Me llevo la mano a la nariz para contenerme, esta mujer no puede conformarse con el hecho de que está sana, sino que tiene que exigir explicaciones, retrasando mi visita a Nayla. 

—Le grité varias veces que se detuviera, ¿por qué no escuchó? —Le respondo con otra pregunta. 

—Tenía los audífonos puestos a todo volumen. —responde, pero ahora rehúye de mi mirada, avergonzada por su falta de cuidado. 

—A pesar de lo que muchas personas puedan pensar de mí, no soy un completo imbécil, reconozco el valor de la vida. Me arriesgué a salvarla por lo mismo, señorita Akster. Ahora bien, ¿tiene más preguntas? —Miro mi reloj, son casi las ocho de la noche. 

—No, lamento retrasarlo. —Se disculpa. 

—Vamos, la acompaño a la salida. —Extiendo mi brazo para que ella camine delante de mí. 

Lo sopesa unos segundos antes de comenzar a caminar. Antes le dije que no era un mal hombre y es ese mismo pensamiento el que me fuerza a no bajar los ojos y detallar sus prominentes caderas. ¿Por qué me siento tan atraído hacia ella? Sea cual sea el motivo, no estoy interesado a averiguarlo. 

Salimos del edificio y antes de retirarme, decido ser un caballero de nuevo. 

—¿Cómo llegará a su casa?

—Tomaré un taxi. 

Sí, eso no va a funcionar. Entre las emociones raras que esta mujer me provoca, está el instinto protector, así que no la dejaré irse con un desconocido. 

—Yo la llevo. —Ofrezco. 

—No es necesario, no quiero incomodarlo más. 

—Es tarde e irse con un desconocido no es lo inteligente. —Reflexiono un poco sobre lo que acabo de decir—. Aunque yo sea un desconocido también, soy el hombre que la contrató; además de que los guardias nos han visto salir juntos. Vamos, se nos hace tarde. —La apuro. 




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