Sanando su Corazón

Capítulo 3: Conociéndola

Dámaso 

Estoy ingresando a la empresa cuando mi celular suena anunciando una llamada entrante, lo saco para comprobar el nombre y contesto de inmediato al darme cuenta de que es mi joyero. 

—Buen día, señor Katsaros, tengo noticias sobre lo que me pidió. —dice el hombre. 

—Buen día, dígame. 

Me apoyo en la pared al lado de mi ascensor privado, algunos trabajadores me saludan al pasar y se los regreso con un asentimiento. 

—Me temo que no he encontrado las piedras que quiere para su regalo; por lo que tardaré más en entregárselo. 

—Ese no era el acuerdo. 

Justo en ese momento, Ria Akster se para frente a mí, le hago una seña a la mujer para que me dé unos minutos. Pienso que ella se va a alejar para darme privacidad, pero se queda justo donde está. 

—Lo sé, señor, y sabe que nunca le he quedado mal. Sin embargo, las piedras que están disponible en el mercado tienen un precio elevado, lo inteligente sería esperar hasta que estén asequibles. 

—¿Acaso le he dado la impresión de que me gusta escatimar en gastos? Compre las piedras y complete el pedido dentro del plazo, puedo pagar el excedente. 

Los ojos de Ria se abren al escuchar mis palabras. Parece que es curiosa, por no decir la otra palabra.  

—Por supuesto, señor. Le enviaré un mensaje cuando esté listo. 

—De acuerdo. 

Finalizo la llamada y me enfrento a la pelinegra que no me ha quitado los ojos de encima. 

»Buen día, señorita Akster. —La saludo, para luego hacerle una seña de que me siga. 

Le permito el ingreso a mi ascensor privado y juntos subimos hasta mi oficina. 

—Buen día, señor Katsaros. —Me regresa el saludo. 

—Una vez lleguemos a mi oficina podremos comenzar con el plan a seguir, aunque ya hemos discutido lo que espero de usted. 

—Nunca está de más repetir las expectativas. 

—Tiene razón. —Concuerdo con ella. 

La puerta del ascensor se abre y en lugar de hallar a Drea en su escritorio esperando por mí, ella se encuentre de pie delante de Chris; y por la expresión en su rostro, no está feliz. 

A paso lento y silencioso, Ria y yo nos acercamos a ellos para escuchar lo que dicen. 

—¡Eres un energúmeno, misógino y un tonto! —grita ella. 

—Guau, tus palabras me están rompiendo el corazón. —contesta mi primo en tono de burla. 

—¿Sabes qué?, métete tus elogios por el cu… 

—Drea. —intervengo antes de que complete la palabra. 

—Buen día, primo. Señorita Akster —Chris nos saluda como si nada hubiera pasado, luego camina hasta su oficina y cierra la puerta detrás de él. 

 —Lo siento mucho, señor Katsaros. —La cara de mi asistente se pone roja de la vergüenza—. Su agenda está despejada para que pueda dedicarse al nuevo proyecto. 

—Gracias, Drea. —le digo, pero la mirada que le doy es una que le asegura que luego hablaremos sobre lo que acaba de pasar—. Vamos a mi oficina. 

Una vez Ria y yo estamos en mi despacho, le indico que se siente en la silla delante de mi escritorio. Ocupo mi puesto y cuando la miro, noto que se está mordiendo el labio como si eso le ayudara a contener lo que sea que quiere decir. 

»Pregunte. —La insto a hablar. 

—¿Todo esto es normal acá?, ¿puedo insultarlo también si dice o hace algo que no me gusta? —Lanza una pregunta detrás de otra—. ¿Qué es eso por lo que está dispuesto a pagar de más? 

De acuerdo, sabía que era curiosa, pero esto ya raya a lo chismosa. 

—Lo que acaba de presenciar es inusual y no, no puede insultarme si la molesto. —respondo—. Con respecto a lo último, no es asunto suyo. 

—Sí, por supuesto que no lo es. Lo siento. —Balbucea, su rostro ardiendo. 

Suspiro, debo tener paciencia con ella si quiero que trabaje para mí y me ayude en lo que tengo pensado. 

—A mi hija le gustan los peinados, así que le mandé a hacer un peine con piedras preciosas. De eso estábamos hablando mi joyero y yo. —explico. 

¿Por qué se lo digo? Ni yo mismo tengo respuesta a eso. 

Su postura se relaja visiblemente, parece que no se toma bien el hecho de tener dudas o preguntas sin respuestas. 

—Gracias. 

—De acuerdo, manos a la obra. —Cambio de tema por el bien de los dos. 

Le hablo un poco más sobre la planta de producción, discutimos sobre los objetivos que espero ella me ayude a cumplir y sobre los posibles ajustes que se harán. Ria me escucha con atención, incluso saca una libreta y toma notas de lo que le digo; cuando está trabajando, se nota cómo su actitud cambia. 

Por lo poco que he podido observar, es inquieta cuando no está haciendo algo, como si el factor de tener su mente ocupada la proveyera de tranquilidad. 




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