Sanando su Corazón

Capítulo 4: Ámame

Dámaso

He cerrado tratos multimillonarios, he hablado con colegas empresarios, senadores e incluso presidentes y con ninguno me sentí tan nervioso y ansioso como estoy ahora. Hace una hora que mi joyero me envío el regalo de Nayla, y llevo esos mismos sesenta minutos viendo el objeto, intentando encontrar algún defecto que me persuada de regresarlo y así retrasar su entrega. 

Pero el peine está perfecto, es tal cual como lo imaginé. Ahora solo falta que me levante de mi asiento y salga en busca de mi hija. Sabiendo que no es de valientes retrasarlo más, apago mi computador, dejo mi oficina y desciendo hasta el primer piso. 

De camino a la salida, me topo con Ria, no la he visto mucho desde la reunión que tuvimos hace tres días. Ella se ha estado encargando de supervisar todo, en dos semanas me pasará el primer informe sobre lo que ha descubierto. 

—Buenas tardes, señorita Akster. —La saludo, pero ella se sobresalta porque parece que no me sintió acercarme—. Lo siento, no era mi atención asustarla. 

—Soy una despistada, no se preocupe. Buenas tardes, jefe. —Me regresa el saludo. 

Ambos salimos de la empresa, veo que camina con la intención de coger un taxi, por lo que me adelanto para evitarlo. 

—Puedo llevarla. —ofrezco. 

—Oh, no tiene que molestarse, señor Katsaros. 

—No es molestia, voy a ver a mi hija. —Me encamino hasta mi auto y por suerte ella me sigue, le abro la puerta para que se acomode y luego de unos segundos hago lo mismo. 

—Gracias. —dice unos segundos más tarde. 

—No hay problema. ¿Se están adaptando bien a la ciudad? —inquiero. 

—Sí, Roma es una ciudad preciosa. Niek pronto comenzará a asistir a la escuela para que mi madre pueda regresar a casa. Nos encanta la casa y la zona en la que está ubicada, hay un parque cerca en el que pasan horas jugando, estamos muy felices. ¿Y la comida?, delirio cada vez que pruebo un bocado, creo que subiré de peso si sigo así, cosa que no debería preocuparme, pero… 

No puedo evitar que una sonrisa sincera se plante en mi cara al escucharla parlotear, me quedo callado el resto del trayecto porque ella habla por los dos, es gracioso. 

—Hemos llegado —La interrumpo anunciando que estamos en su casa, dado que parece que no se ha dado cuenta. 

—Oh, lo siento mucho. Mi mamá dice que debería aprender a callarme, es obvio que no lo he hecho —Se excusa. 

—Está bien, es entretenido escucharla. —revelo con honestidad—. Nos vemos en la empresa. —Me despido de ella. 

Ella niega con la cabeza, pero se ríe. 

—Hasta luego y gracias. 

Igual que la vez anterior, espero que ingrese a su casa antes de seguir mi camino hasta la residencia de Silas. Aparco detrás de su vehículo y no he tocado la puerta cuando esta se abre, mostrando el rostro alegre de mi hija. 

—Papá Dámaso —Me saluda con una sonrisa gigante—. Ven, tienes que ponerte de mi lado. 

—Es bueno verte, Nayla. —respondo, divertido porque me jala hasta la sala, sin esperar respuesta de su saludo. 

—Dile a papá Silas que ya soy una niña grande. —demanda, cruzando sus brazos mientras me mira fijo. 

—¿Eh? —Silas me mira y niega con la cabeza, mas no explica que es lo que pasa—. Eres una niña grande. —Le sigo la corriente. 

—¿Ves?, papá Dámaso está de acuerdo conmigo. 

—Hola, Dámaso. —Isla se levanta del sillón y me da un corto abrazo—. Estaré en la cocina, esto parece una conversación de padres.

Me quedo parado en medio de la sala sin saber qué hacer, Nayla y Silas se miran fijamente, este último tiene una expresión de molestia, aunque es leve. ¿Qué le habrá hecho nuestra hija? 

—¿Alguien me explica qué pasa? —decido intervenir el concurso de miradas. 

—Nayla dice que es lo suficientemente grande como para besar a un niño. —expone Silas. 

Me atraganto cuando sus palabras penetran en mi mente, centro mi atención en la pequeña, la observo como si le hubiera salido otra cabeza o hubiera sido abducida por los extraterrestres. 

—Nadie está besando a nadie. —declaro. 

—¡Papá, dijiste que era grande! —Se queja. 

—¡No para eso! —exclamo—. ¿Y quién es este muchachito que quieres besar? —cuestiono. 

Necesito el nombre para poder mandarlo a investigar a él y su familia, tal vez pueda hacerles una visita y dejarles claro que mi hija no está para esas cosas. Sacudo la cabeza, ¿qué está mal conmigo? Solo son niños de siete años, no es como que se vayan a casar ya. 

Por todo lo santo, me llevo la mano al pecho al darme cuenta de que algún día mi hija se enamorará y se casará. ¿Y si le rompen el corazón?, ¿y si la lastiman? No puedo dejar que la dañen, es mi deber protegerla. 

—¿Dámaso?, ¿estás bien? —La voz de Silas me saca de mi ataque. 

—Sí, estoy bien. —balbuceo. 

Tomo asiento antes de que me caiga al suelo, presiento que me están saliendo más canas. 




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